Carlos Alonso Zaldívar
Presidente del Council on Foreign Relations y autor del libro A World in Disarray: American Foreign Policy and the Crisis of the Old Order, publicado por Penguin Press.
El sistema económico y político cubano se está transformando. Eso plantea una gran disyuntiva a cualquier política respecto a Cuba: o dar prioridad a que esa transformación sea pacífica —aunque ello conlleve cierta continuidad institucional y personal—, o dar prioridad a que la transformación sea radical —pese a que eso pueda generar inestabilidad y violencia. España tiene sólidas razones para preferir y procurar que todo se desenvuelva pacíficamente. Tiene que proteger a una importante colonia de españoles que viven en la Isla; tiene que preservar y potenciar las relaciones comerciales y económicas que con ella mantiene; debe seguir promoviendo lazos con los exponentes de la cultura cubana (escritores, músicos, pintores, cineastas…) que frecuentan España. Por otra parte, a España le interesa actuar respecto a Cuba en sintonía con países como México y otros estados latinoamericanos. También es de interés para España que Estados Unidos no vuelva a tener tentaciones de recurrir a la violencia para alterar el estatus de la Isla. En 2016, en su viaje a La Habana, Barack Obama renunció pública y explícitamente a eso y es de esperar que Donald Trump, que preside un país que hoy mantiene relaciones diplomáticas con Cuba, mantenga ese compromiso. España debe también procurarlo pues, de producirse en Cuba un cambio marcado por la inestabilidad y la violencia, los intereses españoles referidos se verían muy negativamente afectados. Por el contrario, con una transformación pacífica se verían potenciados. La mayoría de los cubanos también quiere una transformación pacífica de su actual forma de vida, lo que muestra que entre los intereses de España y la actitud de la mayoría de los cubanos hay una coincidencia profunda y ninguna contradicción.
España tiene sólidas razones para preferir y procurar que toda transformación se desenvuelva pacíficamente
Aun así hay más. España lleva presente en Cuba cinco siglos sin interrupción y eso ha creado entre cubanos y españoles vínculos estrechos y afectivos que se extienden mucho más allá de lo político. Arrancan de los lazos familiares pues son muchos los cubanos aún vivos que tienen o tuvieron al menos un abuelo/a español/a. Los vínculos de Cuba con España que hoy están vigentes no remiten a la colonia, sino que proceden de la intensa inmigración española a Cuba en las primeras décadas del siglo XX. Desde la entrada en vigor de la ley llamada en Cuba “de los nietos” el número de residentes en Cuba con nacionalidad española ha alcanzado los 150.000, y sigue aumentando. Cuando fui embajador allí, en el Consulado General de La Habana se inscribían diariamente unos 10 matrimonios entre españoles y cubanas (dos tercios) o entre españolas y cubanos (un tercio), una cifra que solo superan una o dos capitales de España. Es una pena que muchas de estas cosas se les escapen a las franjas de la sociedad española más politizadas e identifiquen, ya sea para bien o para mal, Cuba con Fidel Castro, cuando para el grueso de la sociedad española la isla evoca familiares que emigraron, amistades que allí se hicieron, músicos, cantantes, escritores o bailarines cubanos magníficos. Paradójicamente esta riqueza no es apreciada por los políticos cuya mirada no traspasa sus anteojeras ideológicas. Eso ha hecho que durante los pasados decenios la política de España respecto a Cuba haya experimentado reiterados altos y bajos que le han impedido desarrollar una política de Estado. Ahora bien, teniendo en cuenta lo ya dicho, se entenderá que si España no se muestra capaz de tener una política de Estado hacia Cuba estaría mostrando que es incapaz de tener una política exterior propia. Y que así sería valorado por otras naciones.