Agustí Fernandez de Losada
Investigador sénior y director del programa Ciudades Globales, CIDOB
En los últimos años, la hipótesis de la ciudad cosmopolita que resiste los embates del nacional-populismo ha tomado cuerpo en determinados círculos políticos, mediáticos y académicos como una realidad incontestable dotada de una fuerte carga simbólica. De hecho, existen ejemplos notorios que la sustentan. Cabe interrogarse, sin embargo, sobre si dicha realidad funciona en todas las geografías y contextos o si, por lo contrario, existen grandes ciudades que apuestan por liderazgos conservadores afianzados en retóricas reaccionarias.
Las resistencias urbanas se dan en escenarios diversos. El más significativo es el de los países marcados por gobiernos nacionales de corte populista. Es el caso de Estados Unidos, donde las principales ciudades se han posicionado frente al negacionismo climático, por un lado, y las leyes migratorias, por el otro, de la administración Trump. También el de Turquía, donde Estambul, Ankara e Izmir conforman un frente ante la deriva nacionalista del presidente Erdogan. El de los países del denominado Grupo de Visegrado, cuyas capitales, Budapest, Bratislava, Praga y Varsovia, subscribieron el “Pacto de las Ciudades Libres” a través del cual toman distancia con sus gobiernos nacionales, mostrándose abiertamente pro-europeas. O el de Italia, donde un grupo de ciudades desafiaron a Matteo Salvini negándose a aplicar su decreto de seguridad nacional; un decreto diseñado para restringir la acogida de refugiados en un contexto de crisis humanitaria en el Mediterráneo.
Pero dichas resistencias también se dan en países en los que la extrema derecha populista, a pesar de no estar en el gobierno, está alcanzando importantes cuotas de poder. En Alemania, España, Francia u Holanda, los gobiernos de ciudades como Berlín, Barcelona, París y Ámsterdam se erigen en muro de contención ante la retórica xenófoba, negacionista y machista de partidos como Alternativa para Alemania, Vox, el Frente Nacional o Foro para la Democracia. Lo hacen construyendo un relato pro-migrante basado en el compromiso con los derechos humanos y en una fuerte voluntad de acoger; impulsando políticas avanzadas de lucha en contra la emergencia climática; y apoyando la lucha feminista. En todos estos ámbitos las ciudades muestran una ambición que va mucho más allá de la de unos gobiernos nacionales excesivamente encorsetados, especialmente en materia migratoria.
Las resistencias urbanas más significativas se dan en los países marcados por gobiernos nacionales de corte populista
Pero las grandes ciudades no son por defecto inmunes al populismo y a las retóricas más conservadoras y reaccionarias. El nuevo alcalde conservador de Madrid, que gobierna con el apoyo de la extrema derecha de Vox, ha revertido en pocos meses algunas de las políticas más progresistas e innovadoras en materia climática o de derechos impulsadas por el anterior consistorio de izquierdas. Algo parecido ha sucedido en Atenas, una ciudad que hasta hace pocos meses lideraba un proceso muy dinámico orientado a acoger e integrar a los refugiados y que, tras las últimas elecciones municipales, cuenta con un alcalde conservador que apuesta por una retórica y una política securitaria. Una apuesta fuertemente alineada con la del gobierno nacional, también de Nueva Democracia, que antepone la supuesta seguridad de los nacionales griegos al respeto de los derechos humanos de los refugiados que intentan entrar en Europa. Esta misma lógica también se da en otras latitudes. Río de Janeiro, en Brasil, bajo el liderazgo de su alcalde, el pastor evangélico Marcelo Crivella, fue el laboratorio de las políticas reaccionarias de Jair Bolsonaro; y en Rusia, el nacionalismo de Vladímir Putin cuenta con un fuerte apoyo en las principales ciudades del país.
Las grandes ciudades son por definición diversas y complejas. La globalización las sitúa como nodos de un mundo hiperconectado, lo que refuerza su dimensión cosmopolita, su naturaleza abierta y tolerante. No son, sin embargo, inmunes a las dinámicas que se pueden dar en su contexto más inmediato. A los miedos y a las fobias que puede llegar a suscitar, en períodos de incertidumbre, el que es diferente. A los procesos que pueden llevar a la construcción de identidades excluyentes y a ensalzar retóricas reaccionarias y negacionismos estériles. Unas dinámicas que pueden calar entre importantes capas de la sociedad, en especial entre los que se sienten perdedores de la globalización. Contener dichas dinámicas depende de la solidez ética de los liderazgos que se hayan forjado a escala local, de su visión humanista y democrática, y de la capacidad que hayan tenido para construir los relatos en los que se sustente la resistencia.