ANA LEONOR RUIZ CASTILLO
Doble grado en Derecho y Filosofía, Universidad Complutense de Madrid
La invasión rusa de Ucrania iniciada el 24 de febrero de 2022 está reavivando viejas tensiones geopolíticas. En el caso de la región ártica, dicho conflicto ha provocado una crisis de gobernanza especialmente peligrosa para Canadá, Dinamarca, Noruega y Estados Unidos en tanto que países ribereños contendientes de Rusia. Existen, además, complejidades añadidas y relativas a la constitución de un nuevo orden internacional, que también tienen implicaciones para la frágil gobernanza del entorno polar, como por ejemplo, los intereses económicos de China e India, la capacidad y la estrategia de defensa europea, la lucha contra el cambio climático o la creciente carrera tecnológica.
Ya desde las primeras referencias a expediciones al Ártico –que se remontan al 325 a.C., cuando el griego Piteas lideró una expedición en búsqueda de ámbar y estaño–, y pasando por la British Trans Arctic Expedition, que en 1969 llevó a Wally Herbert a pisar el punto 90º N del Polo Norte, de manera continua, la historia de este territorio ha estado condicionada por expediciones de caracter «nacional» a la conquista de nuevas rutas comerciales y la explotación de recursos. En la actualidad, sin embargo, la comunidad internacional se orienta hacia la toma de decisiones y la administración político-jurídica de la zona para someter los intereses del mercado y de los actores interesados a la promoción de objetivos comunes, como son las rutas comerciales, la explotación de recursos y la investigación científica. De esta manera, la gobernanza del Ártico, entendido dentro del régimen jurídico internacional, trata de superar el marco nacional y enfoca los diálogos entre los actores a través de esquemas de cooperación multilateral. No obstante, la configuración de este régimen jurídico no ha logrado desarrollarse al nivel del Sistema del Tratado Antártico y por el momento, queda sujeta solo al Derecho del Mar (UNCLOS).
Durante las últimas décadas, diferentes marcos y organizaciones internacionales han tomado posición en la zona. El Consejo Ártico nació en 1996 como instrumento de soft law para gestionar los resquicios de la Guerra Fría y pilotar una nueva etapa de desnuclearización. Sin embargo, la dinámica actual de reposicionamiento de Rusia en la región, con siete bases militares, parece sugerir que la Guerra Fría del Ártico pudo cerrarse en falso, y que el sueño del «Ártico Rojo» de Stalin, quizá siga vivo en la mente de los estrategas rusos. Ante esta situación, que pone en riesgo la seguridad de algunos de los estados miembros de la OTAN, su secretario general, Jens Stoltenberg afirmó en marzo de 2022 que la «OTAN es una Alianza Ártica». En lo que se conoce como la Cold Response ante la creciente militarización rusa, la OTAN ha desplegado 50 buques de guerra, 200 aviones y 30.000 soldados en el norte de Noruega.
Por su lado, la Unión Europea defiende la seguridad marítima en el Ártico en su «Brújula Estratégica» del 21 de marzo de 2022, en la cual se establecen otros intereses europeos tales como la pesca. En el caso de España, por ejemplo, sus intereses en el Ártico son principalmente pesqueros y científicos. Si bien es cierto que la Unión Europea ha desatendido la política ártica rusa en lo que se ha llamado la «excepción Ártica», en 2021 la UE lanzó un comunicado conjunto subrayando la necesidad de una reforzada perspectiva geopolítica en el Ártico, influenciada por el hecho que el 87% del gas natural licuado que compra proviene del Ártico ruso. A la Unión Europea se le pide, sobre todo, ofrecer seguridad al margen de la OTAN a los países nórdicos con respecto a la creciente militarización rusa.
Y es en este contexto de reformulación del espacio, que el Plan Estratégico 2021 del Consejo Ártico proyecta convertir el Ártico en un espacio de «paz, estabilidad, y cooperación constructiva» con vistas a 2023. Debemos señalar al respecto que dicho foro está formado por los Arctic Five (Rusia, EEUU, Canadá, Noruega y Dinamarca), junto con Finlandia, Islandia y Suecia, que no son estados ribereños. Las organizaciones indígenas son participantes permanentes del mismo, lo que les ha ofrecido la oportunidad de desarrollar su propia diplomacia, con un gran peso en la política ambiental y, a través de sus demandas de ejercicio del derecho a la libre determinación, asegurar su participación en la toma de decisiones. Por su parte, China, India, y buena parte de los países europeos ostentan rango de observadores. En cambio, Canadá vetó el estatuto de observador a la Unión Europea, al ser tildada de excesivamente moral la propuesta europea de restricción del comercio de productos derivados de la foca.
En respuesta a la guerra en Ucrania, todos los miembros del Consejo Ártico, excepto Rusia, han decidido boicotear todas las reuniones bajo el paraguas de la presidencia rotatoria rusa. No obstante, el papel de Rusia en el Ártico es crítico; lidera a través de sus megaproyectos tecnológicos la extracción de gas en la región, lo que le permite plantearse el objetivo de dominar el mercado mundial de gas natural licuado y superar a Qatar y Australia. El interés ruso por el Ártico no solo se centra en el gas; también en el petróleo y los minerales. De esos tres recursos, respectivamente un 30%, 13% y 25% de las reservas aún no descubiertas se hallan en el Ártico. Actualmente, EEUU y Canadá están por detrás de Rusia en la explotación de estos recursos, ya que gran parte de los mismos se encuentran en territorio ruso. Moscú también ha manifestado su intención de construir más rompehielos nucleares –financiados por China–, que se sumarían a los seis ya existentes y que permitirían mantener abierta todo el año la nueva ruta comercial ártica y no depender del deshielo de los meses de verano para el tránsito. Esta nueva ruta, que se convertiría en una de las claves de la alianza sino-rusa, comunicaría el océano Atlántico con el Pacífico, acortando una distancia de 4.600 km por el denominado Pasaje Noreste y de 2.800 km por el Noroeste con respecto a la actual ruta a través del Canal de Suez. En la actualidad, la explotación de recursos por parte de Rusia se ve frenada por las condiciones meteorológicas y la profundidad de la capa de hielo en la superficie, particularmente en el mar de Kara. En todo caso, las previsiones indican que para el año 2050 el Ártico se habrá derretido completamente debido al cambio climático. Ante este escenario, China ve el potencial de una «Ruta de la Seda» polar y es por ello que, desde la publicación en 2018 de su Política Ártica, se autodefine como un «Estado casi-Ártico».
China es partidaria de la cooperación internacional y defiende el respeto a la soberanía de los estados árticos, pero al mismo tiempo, es también una fuente de financiación para los intereses de Rusia en la zona, de la que Moscú depende en gran medida y que podría verse afectada por un posible realineamiento chino en el contexto agravado de la guerra en Ucrania. Por su parte, Estados Unidos busca asegurar su influencia sobre la región en el marco de una competencia estratégica sin pretensiones de soberanía; de hecho, es el único país ribereño que no ha pedido ampliar su Zona Económica Exclusiva (ZEE).
China ve el potencial de una «Ruta de la Seda» polar y es por ello que, desde la publicación en 2018 de su Política Ártica, se autodefine como un «Estado casi-Ártico»
Sin embargo, esto no es todo. La carrera por la influencia sobre el Ártico se extiende también a otros actores emergentes: los Emiratos Árabes Unidos y los países del Sudeste Asiático se postulan como posibles financiadores de Rusia en caso de que China decidiese inhibirse. Otro gran actor emergente en el Ártico es la India, que desveló su política ártica en marzo de 2022, que navega entre la necesidad de combatir el cambio climático y el interés por explorar las posibilidades comerciales que ofrece.
En cuanto a las disputas de soberanía en el Ártico, estas se han focalizado por lo general sobre la Isla de Hans, entre Dinamarca y Canadá. Sin embargo, países como China e India comienzan a considerar el Ártico como una zona de soberanía indeterminada, en la cual la ocupación y la cartografía del terreno son formas de extender su influencia. En consecuencia, la actual inversión china en la investigación científica del Ártico es superior a los fondos asignados por cualquier otro país a este propósito. Es preciso destacar también que, a pesar de las mejoras tecnológicas en el terreno de la cartografía, la mayoría de mapas árticos de los que se dispone son aún poco precisos o incompletos, ya que no reflejan fielmente las proporciones geográficas y por ejemplo, omiten la presencia de las poblaciones indígenas, que generalmente no aparecen en ellos. Este hecho no es en absoluto trivial, ya que a menudo, las narrativas acerca del cambio climático y la explotación de recursos nacen precisamente de la interpretación de la realidad que nos sugieren unos muy mejorables mapas cartográficos.
También, el uso y desarrollo de nuevas tecnologías tiene un impacto sensible sobre la carrera ártica. Rusia, por ejemplo, está promoviendo la construcción de su nueva estación tecnológica Snowflake en 2024, que contará con un laboratorio de innovación bajo cero y que estará alimentado completamente por energías renovables. Canadá ha lanzado un programa para usar la Inteligencia Artificial con el objeto de predecir cambios climáticos con seis semanas de antelación, una predicción cinco veces más rápida que la actual. En consonancia, Estados Unidos con su tecnología de vehículos de operación remota (en inglés, ROV) para la exploración oceánica y el Reino Unido, a través de su tecnología EcoSub, están llevando a cabo investigaciones cruciales sobre la consistencia de los glaciares.
Y, finalmente, a todo ello se suman los objetivos de desarrollar un turismo sostenible en la zona, así como la protección de la fauna y la flora marinas en el marco de la cooperación internacional. Sin embargo, no en pocas ocasiones este aparente marco de cooperación en materia medioambiental y el fomento de la investigación científica devienen un instrumento discursivo que, en realidad, encubre intereses de mercado.
Por todo ello, podemos afirmar que el Ártico ha pasado de ser una región remota y relativamente secundaria en la agenda internacional, a ocupar un papel cada vez más relevante en el que concurren, y concurrirán aún más, los intereses de las grandes potencias globales.