Audrey Tang
Hacker y ministra digital (sin cartera) del Gobierno de Taiwán
Taiwán es una democracia muy joven de 23 millones de personas que el año 2016 celebró su sexta elección presidencial, la transición más importante y la única pacífica de la historia política del país, que tan a menudo se ha visto teñida por alborotos y confrontaciones partidistas. La presidenta elegida fue Tsai Ingwen, que obtuvo una victoria arrolladora y que tenía entre los ejes básicos de su programa la transparencia radical, la igualdad matrimonial y la sostenibilidad.
Los dos primeros ministros que precedieron al actual titular, William Lai, eran candidatos independientes no alineados con ninguno de los partidos tradicionales de la isla. Aún más infrecuente que esto fue que la transición entre ellos fue totalmente pública. El primer ministro Chang exigió que todos los ministerios publicasen sus documentos de control y todos los datos relevantes y que los colgasen en internet para que el próximo gobierno los descargase como equipo de transición. Este tipo de cesión transparente se basa en la idea de Simon Chang de que todos los sistemas TIC producidos en Taiwán por debajo del millón de dólares estadounidenses sean, por defecto, datos abiertos.
Esto tuvo un considerable impacto cultural y social. Para citar el discurso de toma de posesión de la presidenta Tsai: “Antes la democracia era considerada como una confrontación entre dos sistemas de valores diferentes. Ahora tiene que convertirse en un diálogo entre sistemas de valores diferentes”.
Podría decirse que esto impulsó a Taiwán hacia un sistema postpartidista fuertemente influido por el movimiento Occupy de 2014, cuando los estudiantes del movimiento Sunflower —respaldados por medio millón de personas en las calles— ocuparon el parlamento para protestar contra la negativa del primer ministro a deliberar un acuerdo de servicios comerciales con Beijing. Fue una de estas raras ocupaciones en las que, al cabo de tres semanas, emergió el consenso y los miembros del parlamento pudieron dar su consentimiento. Los ocupantes tenían el respaldo de los deliberadores profesionales, de 20 ONG y de la comunidad g0v (la comunidad descentralizada de tecnología cívica de Taiwán), cuya llamada concreta a la acción es “bifurcar” al gobierno.
Para mi generación, la revolución de la informática personal y la libertad de expresión son una misma cosa; cuando pensamos en un software libre —y en Taiwan tenemos un amplio movimiento cultural favorable al programario abierto— no podemos disociarlo de la libertad de reunión y en la libertad de expresión, lo que va mucho más allá que la mera producción de un software sin coste para el usuario.
Sabemos que la libertad nunca está libre de costes. La generación de nuestros padres y la generación de nuestros abuelos pagaron muy cara esa libertad conquistada, y nosotros necesitamos utilizar la libertad del programario para que siga siendo libre de costes.
Para ello hemos de solucionar el problema de que las personas de la calle hablen un lenguaje diferente al de las personas que están en el gobierno. Necesitamos “traductores”, necesitamos facilitadores que nos ayuden a llegar a acuerdos sobre cuestiones básicas, como primer paso necesario para poder avanzar hacia una posible identificación con los sentimientos del otro. En caso contrario, las ideas crecerán hasta convertirse en un poderoso virus mental “ideológico”, una venda en los ojos que impedirá a la gente ver las nuevas realidades y los sentimientos del otro.
Esto no se resuelve solamente publicando los datos del gobierno e invitando al sector privado y a la sociedad civil. También utilizamos la inteligencia artificial para tratar de entender los sentimientos de todo el mundo y dar un poder vinculante a cualquier sentimiento que refleje una supermayoría entre la gente. Una vez que consigamos este consenso supermayoritario lo usaremos para discutir con estas personas y, si todos estamos de acuerdo, ratificaremos el consenso.
La idea es que votar y hacer clic en una red social es muy fácil. Compartiendo los datos abiertos, celebrando foros públicos interactivos de preguntas y respuestas, estableciendo procesos vinculantes en los foros y llevando la tecnología a la gente en vez de pedir a los desfavorecidos que utilicen la tecnología, podemos erigir un sistema de deliberación que llegue a todas las comunidades, para todo.
Cualquiera, en cualquier lugar, puede poner en práctica esta idea de coger lo que parece una singularidad tecnológica que lo está acelerando todo, y convertirlo en una pluralidad que escuche a una parte y luego a otra, en una dimensión temporal, resolviendo diferencias y eventualmente sabiendo qué podemos pedirle a la tecnología en vez de dejar que la tecnología nos dicte lo que tenemos que hacer.