MARTÍ SERRA FIGAROLA
Estudiante de último año de Filosofía, Política y Economía, Barcelona (UPF-UAB), Madrid (UAM-UC3M) y París (Sciences Po)
Tras décadas de relativa calma –perturbada por la gran recesión de 2008–, el Orden Internacional Liberal (OIL), tanto geopolítico como económico, se tambalea. Algunos de los observadores privilegiados de la actualidad, como Paul Krugman, han argumentado que probablemente estemos ante la «segunda desglobalización»; otros, como Marc Levinson, opinan que esta podría ser la nueva normalidad en adelante. Existe un acuerdo amplio en que la globalización –antes considerada como uno de los ejes motores de la realidad política–, está entrando en una fase de retracción, de desglobalización. La intensificación de la geopolítica a la que hemos asistido en los últimos tres años de pandemia, culminados por la guerra en Ucrania, ha conllevado el desvanecimiento de la economía global y la fractura de la arquitectura de seguridad europea de la postguerra Fría. Sin embargo, cabe preguntarse, ¿estamos verdaderamente ante la citada desglobalización?; y de ser así, ¿es este un proceso meramente transitorio o, por el contrario, tiene raíces más profundas?; y de ser ese el caso, ¿cuáles serán sus consecuencias a largo plazo?
Este artículo defiende que, aunque puedan parecer independientes, la invasión rusa de Ucrania y las reacciones a la pandemia se enmarcan en un proceso de regionalización geoeconómica y geoestratégica, que está dando sus primeros pasos. Un proceso cuya característica principal es una «desglobalización parcial», centrada en productos claves o estratégicos y por el reforzamiento de bloques geopolíticos, cuya permeabilidad aún está por ver. Bajo este modelo o perspectiva, los dos shocks exógenos mencionados son dos de los principales aceleradores de la desglobalización estratégica, pero no sus causas últimas. Ambos afectan al comercio internacional y a la geopolítica –aunque con distinta intensidad–, pero al mismo tiempo se ven afectados también por este nuevo proceso de formación de bloques en un sistema multipolar.
¿El fin del orden liberal?
La llegada de la pandemia provocó el cierre de la economía global y unos cambios en las preferencias de consumo agregadas que, hasta la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, eran las que ocupaban los titulares de la prensa. Los cuellos de botella, producidos por el doble efecto de los cambios en el consumo y la inactividad del sector comercial, dieron lugar a una crisis de la economía global y dispararon los dígitos de la inflación. Era el momento en el que los juguetes no llegaban por Navidad y los gobiernos no tardaron en percatarse de vulnerabilidades más graves que ponían en riesgo la autonomía estratégica de sus países. El colapso de las cadenas de valor de los microchips y otros materiales industriales críticos hicieron saltar las alarmas.
Meses más tarde, la invasión rusa de Ucrania volvió a golpear el OIL, en este caso, su dimensión más geopolítica. Los pocos lazos diplomáticos que quedaban entre la UE y Rusia se desgajaron y, a día de hoy, asistimos consternados a la enésima guerra en Europa. La reacción alemana de aumentar el gasto militar y el envío de armas a Ucrania –aunque con reticencias– supone un giro de 180 grados en su política exterior y refleja una tendencia general hacia un rearmamento y una homogeneización de las prioridades exteriores del denominado comúnmente «mundo occidental». Los planes de diversificación energética para 2025 y las iniciativas a este respecto que ya se están llevando a cabo –tanto importaciones de gas licuado como la reapreciación del Magreb– son también síntomas de la desglobalización, en este caso, estratégica. Por ello vislumbramos una globalización fracturada y restringida a los bloques geopolíticos que garanticen la seguridad de sus propias cadenas de suministro. Ese parece ser cada vez más el futuro al que nos encaminamos.
Hay quien defiende que la desglobalización es producto de tales disrupciones. Ciertamente, los flujos de comercio internacional disminuyeron debido a la pandemia y son de esperar nuevas disrupciones por la invasión rusa y las sanciones que acarrea; no obstante, la desglobalización estratégica va más allá. Es un proceso que precede a la pandemia y que tiene sus raíces en el fracaso del OIL para mantener su hegemonía –tanto interna como externa– y trasladar al conjunto su visión del mundo. Tras las aventuras de Irak y Afganistán, el optimismo estructural –que ahora podríamos juzgar ingenuo– está siendo reemplazado rápidamente por el reconocimiento de las limitaciones de las democracias liberales y la contingencia de las Relaciones Internacionales.
En primer lugar, el OIL ha sido atacado internamente. Aunque el liberalismo político no está muerto, está cada vez más cuestionado por los movimientos iliberales que proliferan en el mundo y que hacen bandera de las cuestiones materiales y del aumento de las desigualdades dentro de las sociedades, lo que conecta con el desplome de las expectativas de las clases medias.
En paralelo, el cuestionamiento del sistema proviene también del exterior. La hegemonía estadounidense, aun siendo una realidad en algunas áreas, está siendo reemplazada por un sistema más multipolar. No obstante, las instituciones multilaterales, como la ONU, la OMC o el FMI, tienen cada vez menos capacidad de impactar la agenda internacional, además de perder capacidad de resolución. La tibia condena a la invasión rusa en la Asamblea General es una buena prueba de ello.
El papel de la UE dentro del equilibrio de poder entre EEUU y China va a determinar, en parte, el grado de apertura comercial entre los bloques de este sistema multipolar.
Nuevos modelos ante nuevos sistemas
La teoría liberal de Relaciones Internacionales ha defendido el papel de las instituciones multilaterales –como la ONU o el FMI– como vehículos para suavizar dilemas de seguridad, promover el crecimiento económico y, eventualmente, democratizar los países involucrados. Esta es una perspectiva ya compartida por el pensador francés Montesquieu, cuando señalaba el potencial civilizatorio del doux commerce –que en su peor versión también plasma la «teoría de los Arcos Dorados» (en referencia al logotipo de McDonald’s) de Thomas Friedman–. Esta fue la perspectiva adoptada por EEUU con China hasta la administración Obama, y la actitud alemana hacia Rusia.
El avance hacia un multipolarismo no-liberal es, por tanto, un golpe a estas teorías que han promovido, junto a las ricardianas, la globalización comercial y financiera dentro de un OIL. Sin embargo, su fracaso para explicar las reticencias externas e internas tampoco implica el inicio de un proceso desglobalizador total. Es importante no caer en anacronismos ni usar modelos caducos: el sistema internacional que viene no será parecido a la bipolaridad de la Guerra Fría y sería un error analizarlo en dichos términos –dos bloques herméticos y países no-alineados–.
No nos encontramos ni ante un proceso de globalización ni de desglobalización, sino ante un cambio en la estructura del sistema internacional –geopolítico y económico– que introduce nuevas dinámicas. Bajo la perspectiva de una desglobalización estratégica es esperable la recuperación del comercio internacional en los bienes no esenciales. Al mismo tiempo veremos una desglobalización estratégica en sectores clave –microchips– o, al menos, la creación de cadenas de suministro seguras –gas licuado proveniente de EEUU o del Golfo–. Son varios los mecanismos de esta desglobalización parcial. En primer lugar, la incertidumbre puede empujar la iniciativa privada a reservarse al ámbito nacional-regional. Por otro lado, también las iniciativas públicas pueden crear circuitos de suministros seguros mediante alianzas económicas o aplicar políticas proteccionistas en sectores estratégicos.
El papel de la UE en este nuevo escenario internacional va a ser crucial. La Unión, que hasta ahora se ha situado como potencia comercial y normativa, está aprendiendo a usar el lenguaje del poder. Sin embargo, cuando se trata del comercio con China, los intereses económicos siguen presentes. El papel de la UE dentro del equilibrio de poder entre EEUU y China va a determinar, en parte, el grado de apertura comercial entre los bloques de este sistema multipolar. Los países europeos deberán decidir si apuestan hasta el final por el sistema liberal o se retrotraen a un bloque occidental liderado por EEUU. La nueva iniciativa europea Global Gateway nos da una pista de la globalización que viene: inversiones estratégicas en países clave que produzcan seguridad en el suministro y alianzas geopolíticas.
Así mismo, la cuestión rusa queda abierta. Ahora que la esperanza occidental de atraer a Rusia para frenar a China se ha desvanecido, falta ver si los dos países asiáticos resolverán sus diferencias –sobre materias primas en Siberia, por ejemplo– y serán capaces de formar un frente común anti-OIL. Cabe mencionar que muchas teorías liberales apuntan a que el multilateralismo es más probable en sociedades liberales que en las autoritarias.
Desglobalización estratégica en un sistema multipolar
Los cambios drásticos de los últimos años desmienten las certezas que creíamos tener en contingencia parcial y sitúan al investigador en una posición de responsabilidad e incertidumbre. Los modelos, constructos imprescindibles para interpretar los hechos, son forzados hasta que no dan más de sí y toca sustituirlos. El presente artículo defiende que la desglobalización estratégica es, hoy en día, el proceso predominante en el sistema internacional y sus consecuencias en los ámbitos geoeconómicos y geoestratégicos son ya palpables. Las reacciones a la pandemia y la invasión rusa son, a la vez, aceleradores de este proceso y constituidos por él. Desde esta perspectiva, además, la desglobalización parcial es la más plausible de las lógicas del sistema multipolar hacia el que avanzamos.