Nancy Kacungira
Periodista, BBC África
Una de las imágenes más llamativas que vi en 2016 fue una fotografía aérea en la que, a un lado, se ve un conjunto de viviendas en un barrio residencial de clase alta en Nairobi, Kenya. Una imagen aparentemente normal, salvo que la otra mitad de la fotografía mostraba otro conjunto de viviendas, esta vez a base de chozas o casuchas hechas con trozos de hojalata, ramas y barro. Los pulcros y bien pintados tejados de las casas de la urbanización elegante solo estaban separados de los herrumbrosos tejados de hojalata de la otra mitad por una autopista.
El contraste visible en aquella fotografía es en gran parte simbólico de la desigualdad global, un problema que se da de forma más pronunciada en el continente africano.
Según el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de las Naciones Unidas, cada país de África es hoy menos igualitario de lo que lo era en el año 2010. Los beneficios del crecimiento económico, llegados en cuentagotas, han sido muy escasos para la mayoría de las poblaciones africanas; la brecha entre ricos y pobres solo es mayor en América Latina.
El número de multimillonarios africanos se ha doblado desde 2010, mientras que los pobres han aumentado en unos 50 millones desde 1990
En África, el número de multimillonarios africanos se ha doblado desde el 2010, mientras que el de personas que viven en la pobreza ha aumentado en unos 50 millones desde 1990. Existe una percepción cada vez mayor de que el crecimiento económico no se traduce automáticamente en una reducción de la pobreza. Tómese, por ejemplo, Etiopía, que ha registrado un crecimiento medio anual de más del 10% durante la última década. Millones de etíopes son víctimas de la hambruna o tienen problemas de desnutrición, mientras el país se centra en las prácticas agrícolas industriales de alto rendimiento y canaliza sus recursos hacia la industria manufacturera. En 2016 se produjo un vuelco cuando el índice de crecimiento cayó por debajo del 5%, hubo muy malas cosechas y la subida de precios tuvo un efecto desproporcionado y angustiante en los salarios de los trabajadores agrícolas. Esto a su vez alimentó las protestas en Etiopía, con cierre de fábricas y paralización de la inversión extranjera.
Se supone que el crecimiento económico genera oportunidades y estimula el empoderamiento, reduciendo en consecuencia las tensiones sociales. Pero el modelo de crecimiento africano, en gran parte impulsado por un auge de las materias primas, proporciona muy pocas oportunidades de empleo y de progreso económico de gran alcance. Enriquece a las naciones pero cambia muy poco la vida de los ciudadanos. Y allí donde crece la desigualdad, se cuece el conflicto. Los ha habido en 2016 en la República Centroafricana, en Sudán del Sur, en la República Democrática del Congo y en Burundi. Aunque estos conflictos tienen diversas causas, una de ellas es el problema creciente de la desposesión y la marginación.
El año 2017 es de cita electoral en muchos países africanos, entre otros Angola, Argelia, Kenya, Rwanda y Sierra Leona. Cada país se enfrenta a múltiples problemas y la caída del precio de las materias primas no es la menor de ellas. La presión para garantizar que las corrientes económicas favorables impulsen a todas las embarcaciones es intensa: los acontecimientos en Etiopía, Estados Unidos y Europa han mostrado a muchos gobiernos africanos que el precio de las divisiones internas puede ser muy elevado, Cuando la gente se siente excluida, lucha por hacer oír su voz.
Y no es solo por la desigualdad económica; un informe de las Naciones Unidas del 2016 constata que el África Subsahariana pierde unos 95.000 millones de dólares al año debido a la desigualdad de género, haciendo peligrar todavía más los esfuerzos del continente en pro del crecimiento económico. Pero hubo también un ejemplo esperanzador: Rwanda ha visto aumentar su esperanza de vida, su educación y sus ingresos per cápita tendiendo puentes para salvar la línea divisoria entre géneros. Es el país más igualitario de África en este aspecto, y el sexto de 145, un pionero para el continente.
La paradoja de un elevado crecimiento y un alto índice de pobreza –que hace crecer la desigualdad en todo el continente– se ha puesto de manifiesto en países africanos muy diferentes. Una de las principales lecciones a sacar del 2016 es la recomendación de que no hay que luchar solo contra la pobreza; también contra la desigualdad.