Jineth Bedoya Lima
Subeditora de El tiempo, Colombia
Las víctimas aprendimos en Colombia que se mata más con las palabras o con la ausencia de ellas, que con las mismas balas. Sobre todo las víctimas mujeres. Durante décadas, podría asegurar que durante siglos, la violencia que han sufrido millones de niñas y mujeres en todas las guerras que ha vivido el país estuvo oculta en las casas; escondida en las celdas de los perpetradores y en las calles donde habitan quienes se cobijan con la impunidad; se quedó enredada en el silencio de los diarios y los noticieros; en la negligencia e inoperancia de los estrados judiciales.
Esa violencia se enquistó en la sociedad, que con su mutismo permitió que los grupos armados, fueran guerrilleros, paramilitares o agentes del Estado, convirtieran los cuerpos de las mujeres en un arma de guerra a través de la violencia sexual, la esclavitud o la mutilación.
Los organismos internacionales siempre nos han hablado de los horrores que padecían las mujeres en Congo, Burundi o Rwanda, pero desconocían por completo lo que pasaba en Colombia. En 2011 se logró establecer, en un primer informe promovido por OXFAM, que tan solo entre 2001 y 2009 cerca de medio millón de mujeres habían afrontado la violencia sexual en el marco del conflicto armado en el país. Pero el subregistro podría triplicar la cifra.
A medida que la guerra iba destrozando al país y a su tejido social, las más afectadas, como en toda confrontación, eran las mujeres. Fuimos las mujeres. La doble y a veces triple condición social llevaron a otra condición más “evolucionada” de violencia desmedida. Ser mujer, negra, indígena o campesina y además pobre, puso la vulnerabilidad y los ojos de los victimarios sobre ellas.
Efectivamente fueron ellas quienes enterraron a sus muertos (hijos, padres, esposos y hermanos), fueron desplazadas de sus tierras, afrontaron hasta cuatro violaciones en sus recorridos y aun así lo dieron todo para sacar a sus familias adelante. Ese fue el mayor argumento para que el proceso de paz acordado en La Habana, entre la guerrilla de las FARC-EP y el gobierno de Colombia tuviera un enfoque integral de género.
La guerra y el modelo patriarcal de América Latina nos llevaron a ver la agresión como algo natural, por nuestra simple condición de mujeres
En Colombia, cada día 245 mujeres sufren algún tipo de violencia y el 86% de ellas no lo denuncia por temor, vergüenza o falta de confianza en la justicia. La guerra y el modelo patriarcal que subsiste en América Latina nos llevaron a ver la agresión como algo natural, por nuestra simple condición de mujeres.
La buena noticia en medio de tanta desolación es que ahora por fin se habla de la violencia que hemos padecido millones de colombianas. Algunas decidimos hablar y hacer de nuestro profundo dolor una esperanza, un camino que nos lleve a la no repetición. Un grito de auxilio, porque pese al acuerdo de paz, nos falta mucho para sacar a las mujeres de la guerra. No solo la de las balas. La guerra del silencio y la impunidad sigue más viva que nunca. Así que el llamado no puede ser otro: No Es Hora De Callar.