Ellie Geranmayeh
Subdirectora del programa MENA (Middle East and North African Studies), European Council on Foreign Relations (ECFR)
Con Donald Trump, la política estadounidense con respecto a Irán se ha centrado en ejercer una “presión máxima” a nivel político, económico y militar, lo que ha provocado un número enorme de daños colaterales.
La retirada de Trump del acuerdo nuclear con Irán ha socavado la capacidad de las partes restantes para implementar el acuerdo. EEUU ha aplicado unas sanciones sin precedentes, que han asestado un duro golpe a la economía iraní y han presionado todavía más a la clase media del país. Tras un mandato completo en el cargo, la campaña de la administración Trump a favor de la presión máxima ha llegado a su culminación: EEUU se enfrenta a un programa nuclear iraní ampliado. Después de que EEUU impusiera de nuevo sanciones petrolíferas contra Irán en mayo del 2019, este respondió retirándose eventualmente de algunas partes de los compromisos adquiridos en virtud del acuerdo nuclear. En enero, Teherán anunció que ya no se sentía vinculado por ninguna de las restricciones impuestas por el acuerdo, y afirmó estar abierto a una solución diplomática para salvar el pacto.
Mediante la aplicación de sus sanciones, EEUU ha desencadenado una guerra económica con Irán. En consecuencia, Irán ha superado los topes estipulados en el acuerdo y actualmente está enriqueciendo y acumulando uranio en cantidades superiores, además de llevar a cabo actividades de I+D para avanzar en su programa nuclear.
Otra consecuencia es que Irán y EEUU han llegado a un punto álgido en su escalada militar. En vez de reducir la impronta de Irán en Oriente Medio, la campaña a favor de la presión máxima ha debilitado la influencia de EEUU en la región. Esto es especialmente patente en Irak, donde, después del asesinato de Soleimani junto con el de Abu Mahdi al-Muhandis, líder de las fuerzas de movilización popular iraquíes, EEUU experimentó una reacción negativa por parte del establishment político iraquí. La postura de EEUU en Irak podría limitar su presencia militar a largo plazo en el país. Irán también ha sabido capitalizar el deseo de Trump de reducir tropas sobre el terreno en Siria y Afganistán, y ha usado sus relaciones y su presencia militar para consolidar las rutas de acceso a través de Irak y Siria para mantener sus lazos estratégicos con Hezbolá.
Trump no ha hecho más que colocar a ambos bandos más cerca del conflicto directo, al tiempo que ha facilitado a los radicales iraníes consolidar su control del poder
La administración Trump sostiene que su presión económica contra Irán la ha obligado a reducir la financiación de su red de aliados en Siria, Líbano, Irak y Yemen. Si bien esto puede ser correcto, algunos expertos iraníes sostienen que Irán es ahora el financiador neto de estos países, más que el proveedor neto de los mismos. Los enfrentamientos militares en Siria e Irak han llegado a su término, así que Irán no necesita gastar tanto y en cambio trata de obtener recompensas económicas de sus relaciones con estos países. A medida que se incrementa la presión económica, Teherán trata de ampliar sus importaciones a Irak y de asegurarse el acceso a divisas fuertes por medio de sus redes regionales. Además, mediante sus vínculos con los combatientes hutis del Yemen, Irán ha regulado la presión sobre Arabia Saudí, un rival regional que a su vez avala la presión máxima contra Irán.
A nivel interno, a medida que aumenta la amenaza externa de las sanciones estadounidenses y el riesgo de confrontación militar, el espacio para las reformas y la disidencia en Irán ha disminuido. Diversos grupos internacionales estiman que más de 300 personas fueron asesinadas durante las protestas de noviembre.
Por otra parte, la marea política dentro de Irán se está alejando de las políticas centristas del gobierno Rouhani, que propugnan un acercamiento a Occidente y la liberalización económica. A cambio, están ganando terreno las fuerzas políticas con una postura más confrontacional respecto a EEUU y una visión más cerrada de la economía.
La aplastante victoria de las facciones conservadoras de la línea dura en las elecciones parlamentarias iraníes del pasado febrero es un reflejo adicional de este alejamiento. Es muy posible que esta trayectoria continúe en el 2021, cuando Irán celebre sus elecciones presidenciales. Y esto será todavía más probable que se produzca si Trump consigue ganar un segundo mandato.
Pese a su declarado objetivo de cambiar el comportamiento iraní, la campaña por la presión máxima de la administración Trump no ha hecho más que colocar a ambos bandos más cerca del conflicto directo, al tiempo que ha facilitado a los radicales iraníes consolidar su control del poder. Los desarrollos que han configurado hasta ahora las relaciones EEUU-Irán bajo la administración Trump tendrán sin duda un gran impacto en cualquier futura negociación entre Irán y las potencias occidentales.