Michael Paarlberg
Profesor de Ciencia Política en la Virginia Commonwealth University, investigador asociado en el Institute for Policy Studies. Asesor en política exterior para América Latina durante la campaña presidencial de Bernie Sanders en el 2020
En EEUU, el 2016 debería haber sido para los politólogos lo que el 2007 debería haber sido para los economistas: un momento aleccionador, que debería llevar a reconsiderar los “fundamentos” de sus modelos electorales. Pero, la ciencia política todavía puede ofrecer algunas lecciones de cara a las elecciones de noviembre del 2020. Uno nunca debería hacer predicciones, porque siempre existen factores que pueden alterar los resultados electorales. La pandemia de la covid-19 es un claro ejemplo. Antes de la pandemia, Trump gozaba de una clara ventaja para las elecciones: los presidentes casi siempre consiguen ser reelegidos, y los que no –solo tres desde la Segunda Guerra Mundial– ha sido por culpa de la mala situación económica. A comienzos del 2020, la economía parecía estar lo suficientemente bien como para llevar a Trump a la victoria. Sin embargo, tras la aparición de una catástrofe sanitaria pública y la perspectiva de una recesión global, las bazas para la reelección de Trump parecen menos favorables. Su gestión incoherente de la pandemia ha otorgado a los EEUU el dudoso honor de ser el país con más infecciones y con más muertes.
Sin embargo, desde marzo los índices de aprobación de Trump no habían disminuido, superaron el 60% en abril para volver después al 40% de antes de la pandemia. Estos indicadores han sido bastante resistentes, cerca de 50% durante varios escándalos (impeachment, y la pandemia mortal de hoy).
Sus detractores se preguntaban: ¿Cómo podía el pueblo estadounidense confiar en alguien que había desatendido las primeras advertencias, ignorado la opinión de los expertos, propagado información falsa, denegado ayuda a los estados por razones partidistas, y con ello había enviado cada día a 3.000 personas a la muerte por una enfermedad prevenible?
Es contra natura que un presidente que ha gestionado mal la mayor catástrofe que ha sufrido una generación pudiera beneficiarse políticamente de ello. Sin embargo, la investigación de la Ciencia Política nos brinda algunas claves de interpretación. Primero, como ha mostrado el profesor de la Universidad de Stanford, Neil Malhotra, los políticos en ejercicio logran grandes beneficios políticos por responder a los desastres, y casi ninguno, cuando consiguen prevenirlos.
Segundo, el partidismo lo domina todo en la política contemporánea en EEUU. El análisis de un sondeo hecho por Shana Gadarian, Sara Goodman y Tom Pepinsky rebela que la variable que mejor predice la respuesta de los estadounidenses a la covid-19, tanto en su actitud como en su comportamiento, es su identificación como demócratas o como republicanos, más influyente por ejemplo que la educación o su medio de acceso a la información.
La gente está asustada y quiere líderes que tomen decisiones y soluciones simples. Está dispuesta a darle al presidente el beneficio de la duda. De momento
Tercero, el efecto rally es muy real. El concepto “rally round the flag effect” (“unirse en torno a la bandera”) describe el fenómeno que expresa el apoyo popular a corto plazo al presidente en ejercicio durante guerras o crisis similares, por su papel como líder nacional, como al hecho de que la oposición teme criticarle por no parecer divisiva.
Cuarto, por mucho que los estadounidenses digan que no confían en el gobierno, muchos sí lo hacen en realidad.
Y por último, el presidente a menudo se beneficia de la división institucional: si el partido de la oposición controla el Congreso, el prestigio del presidente aumenta cuando las cosas van bien; pero si van mal, siempre puede culpar al Congreso.
¿Qué lecciones podemos aprender de todo esto? ¿Y qué pueden aprender los demócratas? Estos tendrían que evitar el precedente de 2016, y caer de nuevo en la autocomplacencia, al pensar que un desastre para el país significa un desastre para el presidente en ejercicio. Todo lo contrario. La gente está asustada y quiere líderes que tomen decisiones y soluciones simples. Está dispuesta a darle al presidente el beneficio de la duda. De momento.
Para ganar, los demócratas tendrán que convencer a los votantes de que pueden hacerlo mejor, y atreverse a cambiar de líderes en plena crisis. Utilizar un lenguaje belicoso no hace más que reforzar el efecto rally. Finalmente, los demócratas llevan demasiado tiempo obsesionados con el mítico votante oscilante, y se han ido desplazando cada vez más hacia la derecha tratando de hacerse con un electorado que ya no existe. El partidismo lo domina todo ahora, y esto es algo que los republicanos han entendido mucho más intuitivamente. Para buscar la victoria, los demócratas tendrán que acudir a sus bases y consolidarlas, especialmente la desafecta ala izquierda que se había movilizado detrás de Bernie Sanders. En un período de crisis profunda y de polarización extrema, estos son los únicos votantes que es probable que atiendan a su mensaje.