Emmanuel Cohen
Responsable de Políticas Euromediterráneas, Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed)
Sería imprudente pretender que es posible encapsular todo el impacto de la covid-19 en una fase tan temprana, cuando todavía hay tantas incertezas respecto a cómo se va a desarrollar esta crisis. Esto es particularmente cierto en una región tan fluida y diversa como el Mediterráneo.
Es bien sabido que la incidencia de la covid-19 no ha sido la misma en todos los países de la región. En términos generales, los países del norte del Mediterráneo se han visto proporcionalmente más afectados que los del sur. También en este sentido es demasiado pronto para sacar conclusiones definitivas acerca de las causas subyacentes de estas diferencias. Pero sin aventurarnos demasiado, podemos decir que la cronología –el hecho de que los países del sur del Mediterráneo se viesen afectados un poco después que sus vecinos europeos–, combinada con la constatación de las limitaciones de sus capacidades sanitarias, es lo que ha llevado a los países del sur del Mediterráneo a implementar un confinamiento más estricto en una fase más temprana. Entre los propios países de la orilla sur del Mediterráneo, algunos se han visto más afectados que otros. A mediados de mayo, por ejemplo, parecía que el índice de muertes per cápita era mucho mayor en Argelia que en Túnez, o en Israel que en los territorios palestinos.
Esta asimetría también se aplica a la trayectoria de los países con anterioridad a la covid-19 en varios aspectos. Los países del sur del Mediterráneo tienen poblaciones mucho más jóvenes que sus vecinos del norte, lo que nos ayuda tanto para entender el efecto sanitario de la crisis, como para anticipar algunos de sus efectos económicos. Políticamente, la imagen previa a la pandemia también es muy diversa, desde algunos países siguiendo un patrón bastante estable, hasta otros que estaban atravesando un período de fuerte inestabilidad política (Líbano, por ejemplo), pasando por otros que estaban siendo desgarrados por la guerra. Las situaciones eran no menos heterogéneas en el frente económico, siendo algunos países más frágiles que otros. Cualquier intento de hacer una previsión precisa del impacto de la covid-19 debería tener en cuenta estas trayectorias.
Pese a tanta diversidad y a las muchas incertidumbres respecto al futuro, es posible hacer una serie de comentarios generales. En primer lugar, la crisis ha puesto de manifiesto una serie de elementos que tienen en común las economías del Mediterráneo, y ha ilustrado sus interdependencias. El turismo es un pilar importante tanto de las economías del norte del Mediterráneo –incluidas Italia y España– como de las del sur del Mediterráneo, y en particular, las de Túnez, Marruecos y Egipto. Este pilar se ha tambaleado peligrosamente por la suspensión de vuelos y el cierre de fronteras. La crisis también ha evidenciado el alto grado de interdependencias verticales en el Mediterráneo (importancia del turismo, de las remesas de dinero de la diáspora o de los trabajadores temporales).
Es de esperar que se produzcan consecuencias políticas significativas, que podrían materializarse bien en las urnas, bien en las calles
En segundo lugar, es probable que la crisis ponga más presión sobre las fuerzas democráticas, ya muy tensionadas en ambos lados. En Europa, las fuerzas populistas y radicales están al acecho, dispuestas a aprovechar cualquier oportunidad para acorralar a las fuerzas liberales. En algunos países del sur del Mediterráneo, las tendencias autoritarias han enmascarado su verdadero aspecto invocando el estado de emergencia. A ambos lados, en función del impacto de la crisis económica y de la percepción de cómo la crisis en su conjunto haya sido gestionada por las autoridades, es de esperar que se produzcan consecuencias políticas significativas, que podrían materializarse bien en las urnas, bien en las calles.
Los retos para todos los países del Mediterráneo, tanto individual como colectivamente, son abrumadores. Es probable que la pandemia eche a perder los actos del 25 aniversario de la Conferencia Euromediterránea y la Declaración de Barcelona, que tendrían que celebrarse este año, a menos que la UE y sus socios del sur del Mediterráneo consigan de algún modo convertir la crisis en una oportunidad colectiva. En el momento de escribir estas líneas, todavía no hay nada decidido en este sentido. Los países tendrán que resistir la tentación de replegarse en sí mismos y erigir nuevas barreras. Además de estar preparada para todos los escenarios políticos posibles en el sur del Mediterráneo, la UE, que ha reajustado sus instrumentos de intervención y ayuda de una forma bastante flexible y rápida, necesitará evitar un simple amparo –artificial– de la estabilidad política si esto significa hacer la vista gorda a las tendencias profundas y a las aspiraciones de los ciudadanos.