CEMIL AYDIN,
Profesor asociado del Departamento de Historia, Universidad de Carolina del Norte
El asentamiento de la organización Estado Islámico (EI), conocida también por el acrónimo Daesh, en Irak y Siria y sus actividades terroristas en todo el mundo, han reavivado nuevas versiones de los dilemas que siguieron al 11-S en torno a la imagen que desde “Occidente” se tiene de las sociedades musulmanas, con preguntas del tipo: “¿Por qué los musulmanes nos detestan o nos odian? Ese “nos” puede tomar diversas adscripciones, ya sea la de Estados Unidos, Occidente o el mundo moderno. La curiosidad del mundo académico –y del no académico-, acerca de este tema intenta trascender la historia de Al-Qaeda o de EI, para intentar comprender y explicar por qué, en contraparte, incontables intelectuales musulmanes tienen opiniones críticas de Estados Unidos y de la civilización occidental. ¿Son las críticas a “Occidente” algo característico del mundo musulmán? ¿Deben considerarse más bien como una reacción de descontento frente al orden internacional, o como un conservador rechazo de la modernidad universal surgida en Occidente? ¿Cómo deberían responder los líderes y los intelectuales occidentales a las críticas musulmanas de la modernidad, el orden internacional y la civilización occidental?
Para dar respuesta a estas preguntas debemos referirnos a distintos niveles de generalizaciones ahistóricas. En un extremo podríamos encontrar afirmaciones como la del presidente George W. Bush de que “los islamistas radicales odian la libertad y democracia occidentales”. Bernard Lewis, que fue asesor de la Administración Bush en cuestiones relacionadas con la comunidad musulmana, fue quien desarrolló la versión más refinada de esta visión al afirmar que “la ira musulmana contra Occidente es el resultado de no haber asumido sus fracasos en el intento de compatibilizar su fe y su vida con la modernidad”. De hecho, las ideas de Lewis sirvieron para inspirar y justificar la ocupación estadounidense de Irak, en el sentido de que solo mediante una intervención militar occidental los árabes podrían dotarse de una democracia y aprender a aceptar la modernidad. Como resultado de la intervención estadounidense en Irak, se han producido matanzas a gran escala, torturas y millones de vidas rotas y destrozadas; también sirvió para generar el contexto político idóneo para la aparición del EI, que sirve hoy a la derecha estadounidense para justificar la islamofobia y la tesis de que el islam y la modernidad occidental son incompatibles. En el otro extremo del argumentario, encontramos una explicación igualmente simplista que concibe el rechazo a las ideologías occidentales en las sociedades musulmanas como una comprensible –aunque desacertada–, revuelta contra el imperialismo occidental. Bajo el prisma del “antiimperialismo”, se reducen todas las críticas a Occidente a una mera oposición binaria entre los musulmanes que luchan por su libertad, y la injusta hegemonía estadounidense o europea; sin atender al contexto, al período o a la historia intelectual de los escritos musulmanes sobre la modernidad, el orden internacional y las culturas euroamericanas. Ambas explicaciones, además, se apoyan en un rígido modelo civilizatorio de un mundo musulmán diferenciado con sus propios valores inspirados sobre todo en el islam como religión en contraste con el mundo occidental, inspirado por la modernidad secular.
El propósito de este artículo es invitar a los lectores a superar los modelos simplistas del “islam contra Occidente” y considerar las críticas musulmanas a Occidente como parte de una rica tradición de reflexión sobre la crisis compartida de la modernidad, el capitalismo y el orden mundial. Además, propone diferenciar claramente los diferentes discursos musulmanes del siglo XX del injusto orden internacional y la modernidad capitalista, del reciente auge de una ideología radical que tiene eco en discursos estatales y en grupos marginales, como Al Qaeda o EI. Al fin y al cabo, el principal enemigo o víctima de estos presuntamente grupos antioccidentales y antimodernistas son en su mayoría los propios musulmanes, y no Occidente.
Contexto de la historia global de las críticas de Occidente
El debate sobre Occidente en las sociedades musulmanas se ha vinculado siempre a la percepción y los discursos de los dos últimos siglos, dado que son los mismos intelectuales europeos y estadounidenses los que perpetúan el razonamiento de que sus sociedades crearon el mundo moderno y sentaron las bases del moderno orden mundial. Por tanto, al buen Occidente imaginado de orgullosos europeos y estadounidenses se le concede el mérito de la positiva evolución y de los logros de los dos último siglos, tales como los mayores niveles de vida, el enriquecimiento de la dieta, el control de las enfermedades, la emancipación de las mujeres en muchas sociedades, la mayor movilidad humana y las oportunidades de formación. Y si bien es cierto que el siglo XX fue testigo de una mejoría en la calidad de vida de buena parte de la población mundial, también experimentó sucesos, procesos y episodios teñidos de guerras y matanzas masivas con el resultado de millones de vidas destrozadas. En la pugna por configurar las narrativas morales del siglo XX, intelectuales críticos de todo el mundo han subrayado el lado más oscuro del siglo moderno, simbolizado por los horrores de la Segunda Guerra Mundial, tales como el holocausto. Estos intelectuales han cuestionado las utopías de la ilustración, la modernización, la justicia y la libertad, tal y como habían prometido las ideologías rivales en la guerra fría, mostrando como los males del siglo XX tales como la violencia política a gran escala, el autoritarismo, el racismo, el colonialismo, la destrucción medioambiental y muchas otras formas de sufrimiento humano también se vinculan a procesos e ideas que han sido descritas como modernas e ilustradas. Algunos de estos intelectuales han apostado por desprenderse de las suposiciones y las promesas propias de los ideales del siglo XIX acerca del progreso, la ilustración y la modernidad, o la noción de la superioridad occidental, todas culpables de los aspectos más oscuros del siglo XX. En general, el público formado de la Europa y América del Norte contemporánea es consciente de los episodios y los aspectos más oscuros del siglo XX, pero aún cree que las tesis modernistas pueden aprender de sus errores pasados. También los intelectuales europeos y americanos coinciden en dicha creencia y en la necesidad de comprometernos nuevamente con promesas futuras de emancipación y justicia.
Debemos caer en la cuenta de que el debate sobre la naturaleza de los tiempos modernos se ha llevado a cabo también en las sociedades no europeas y musulmanas. ¿Qué hizo que el siglo XX fuera también un siglo oscuro, de deshumanización y de dominación de seres humanos a manos de otros seres humanos? ¿Qué dio pie a la creación de los estados totalitarios y a la crueldad sistemática y masiva de unos seres humanos sobre otros? Del mismo modo, es también cierto que fue también el siglo en que mayores avances de la libertad humana y la emancipación se alcanzaron: es mejor ser una mujer a finales del siglo XX que a principios del mismo siglo. Mientras que la mayoría de los seres humanos que poblaban la tierra a principios del siglo XX eran gobernados por imperios coloniales europeos, al finalizar el siglo eran muchos los que habían alcanzado la dignidad de la autodeterminación nacional. Sin embargo, la independencia nacional no supuso el final a toda clase de explotación, violencia y discriminación, tan solo sucedió que en el período postcolonial, el habitante medio pasó a expensas de personas de su misma clase, nación y raza. No obstante, la independencia nacional fue un primer paso para crear las condiciones de una vida mejor para miles de millones de personas, como ejemplifica la historia de China e India. La denuncia, en definitiva, del racismo y el colonialismo, el surgimiento de los derechos humanos como ideal colectivo global, o el Estado de bienestar y el internacionalismo, las mejoras en todo el mundo de la salud pública, la educación y el alfabetismo, así como el dominio del ser humano sobre la naturaleza mediante el progreso de la ciencia y la tecnología podrían asimismo contarse como posibles logros del siglo.
Fue el gobierno de los imperios europeos sobre más de tres cuartas partes de las sociedades musulmanas en Asia y África, lo que empezó a [definir] (…) y creó las fronteras exteriores y las señales raciales de la musulmanidad global, desde África al Sudeste Asiático.
El siglo utópico de Europa: una promesa a medias
Los discursos más comunes de la modernidad del siglo XX se apoyan notablemente en las experiencias europea y americana. La promesa europea de un siglo utópico pareció desvanecerse a raíz de las dos guerras mundiales (que podrían ser vistas como guerras civiles intereuropeas), y los golpes del antisemitismo, el holocausto, el nazismo y el estalinismo, un proceso que sin embargo tuvo como final de la historia el modelo de la actual Unión Europea. A partir de la posguerra, Europa permaneció pacífica, aun cuando la guerra fría causó la división del continente, y una vez extinguida, se alimentó la creencia triunfalista en un cierto “excepcionalismo europeo” sustentado en que, en comparación al resto de regiones del mundo, Europa presentaba los niveles más altos de prosperidad social, económica y de buen gobierno. Entre tanto, Estados Unidos superó su oscuro pasado racista gracias al movimiento de derechos civiles y se convirtió en el líder de Occidente durante el período de la guerra fría.
Este relato triunfalista, que premia la visión de Europa y de los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo, queda enfrentada a una visión crítica que tiene su origen en la intelectualidad musulmana y que incide en su complicidad sobre los conflictos de otras regiones, tales como la violencia y el sufrimiento que Occidente siguió alimentando en Argelia, Palestina, Vietnam, Irán o el Sudeste Asiático. También en el continente europeo hubo un genocidio contra los musulmanes en Bosnia en los años noventa y, aunque el nacionalismo serbio fue el responsable de perpetrarlo, los crímenes continuaron en nombre de la Europa moderna, que los observó en silencio. Y como factor más importante, los discursos de autoelogio de Occidente eluden una conversación necesaria sobre la explotación económica, las políticas discriminatorias contra las minorías y la perpetuación por parte de Europa de un orden internacional injusto. La negación euroamericana de sus pasados coloniales y la islamofobia occidental,
estimula a otros países a seguir vías similares de violencia masiva, que suelen justificar en comparación con Europa: si los europeos blancos siguen sin reconocer sus crímenes pasados del colonialismo y el imperialismo, ¿Por qué entonces las otras sociedades deberían confrontarlos?
No obstante, pese a las imperfecciones de Europa, a comienzos del s. XXI el éxito de la Unión Europea ha sido añadir a sus promesas de una vida mejor una nueva forma y contenido geopolítico.
Primacía de la geopolítica
¿Hubo algún rasgo peculiar de la relación de las sociedades musulmanas con el mundo occidental imaginado que justifique la actual confrontación del islam y el discurso de Occidente, tanto para los grupos islamistas radicales como para los europeos y estadounidenses antimusulmanes? En el caso de la comunidad islámica, las razones seguramente descansan más en la geopolítica que en las propias diferencias religiosas o los argumentos esencialistas sobre una lucha entre islamismo y cristianismo. A principios del siglo XIX, cuando varios imperios europeos ya habían tomado las primeras posiciones de control sobre sociedades musulmanas –dicho sea de paso, con la ayuda de intermediarios musulmanes–, no fue precisamente en el mundo musulmán donde se originó la primera gran ola de oposición al poder de los imperios europeos, ni fue en pos de una solidaridad antioccidental basada en la fe musulmana. En aquel momento, los musulmanes indios bien podían imaginar su futuro bajo el mando del Imperio Británico, del mismo modo que los cristianos en el Imperio Otomano podían aceptar el gobierno de un sultán musulmán reformista en Estambul, sin ver en ello incompatibilidad geopolítica alguna entre un mundo musulmán y el Occidente cristiano. Sin embargo, a lo largo del siglo el debate global sobre el mundo musulmán y el mundo occidental tomó forma, aunque ya existía un debate global sobre el mundo musulmán y el mundo occidental. Pero este debate formaba parte de la confusión sobre las concepciones raciales del orden mundial y era similar a la idea de un choque entre la “raza” blanca y las de color. En otras palabras, la idea del “islam contra Occidente” es un resultado de la racialización de los imperios europeos, dentro de la cual el mundo musulmán devino una categoría racial más en la primera mitad del siglo XX. Fue el gobierno de los imperios europeos sobre más de tres cuartas partes de las sociedades musulmanas en Asia y África, lo que empezó a definirlas y tratarlas de forma separada como musulmanas y, por tanto, creó las fronteras exteriores y distinciones raciales de la musulmanidad global, desde África al Sudeste Asiático. El pensamiento racial de la era colonial y las políticas discriminatorias hacia los musulmanes coexistieron ambas en simbiosis y tensión con la emancipación de los musulmanes y la conectividad en la era del vapor y la imprenta. La racialización de los imperios europeos globalizados dio lugar a nuevos imaginarios de civilización y religión transimperiales panislámicos que parecieron estar en relación paradójica con la realidad del orden mundial imperial.
La Primera Guerra Mundial fue un punto de inflexión en la historia del musulmanismo antioccidental. Durante la guerra, los súbditos musulmanes de los imperios europeos siguieron fieles a sus gobernantes y sacrificaron sus vidas en favor de la causa francesa, británica o rusa. Cuando la alianza imperial germano-otomana proclamó la guerra santa, la yihad para la liberación de los musulmanes, fue el mismo poder europeo quien se apoyó en el hecho contradictorio de que los musulmanes eran discriminados racialmente bajo la hegemonía europea imperial. Durante la guerra, los musulmanes no se rebelaron contra los imperios europeos y en compensación por su lealtad se les permitió aspirar a más derechos y más respeto por parte de las metrópolis europeas. Fue sin embargo la traición a las promesas hechas a los musulmanes por parte de los imperios francés y británico tras la Primera Guerra Mundial lo que dio lugar a la verdadera voluntad política en el seno de las sociedades musulmanas colonizadas.
Paralelamente y como resultado de la Primera Guerra Mundial, más sociedades de mayoría musulmana fueron colonizadas por el imperio británico y francés, en la forma de mandatos en Palestina, Jordania, Siria e Irak. Episodios como la invasión de Estambul, la sede del Califato Otomano, o la implementación de una patria para los judíos en Palestina acorde con la Declaración de Balfour de 1917 e integrada en el mandato británico, supusieron una gran erosión de la confianza indomusulmana en el poder imperial británico.
Los indomusulmanes mostraron su oposición a la humillación de su identidad afirmando sus lazos con el Califato Otomano a principios de los años veinte y presionaron a Londres para dar a la Turquía otomana una patria nacional. El éxito de la campaña indomusulmana en apoyo de la guerra turca de independencia permitió a los nacionalistas turcos renegociar un tratado de paz favorable con las potencias occidentales y adquirir su soberanía. El éxito de este gran movimiento panislámico acabó con la afirmación del principio de autodeterminación y nacionalismo según el ejemplo de la República Turca laica, no según una reacción fundamentalista o conservadora frente a Occidente. De hecho, los líderes turcos decidieron abolir el Califato y cortar sus lazos con los musulmanes bajo el gobierno colonial cuando adquirieron su soberanía e hicieron la paz con el imperio británico. Un líder supuestamente antioccidental, el musulmán Kemal Atatürk, se convirtió en un fuerte modernizador occidentalizante de su país. Más adelante, las políticas de modernización prooccidental de la república turca ejemplificaron cómo el mismo pueblo que había declarado la yihad contra occidente en 1914, podía abrazar la modernidad y cultura occidentales en tan solo una década.
El imperio británico siguió gobernando la mayor parte de las poblaciones musulmanas en todo el mundo desde la Primera Guerra Mundial hasta 1947. Aunque las sociedades musulmanas experimentaron visiones ideológicas divergentes de la reforma y modernización en lugares como Turquía, Irán o el Asia Central Soviética, las redes panislámicas siguieron activas dentro del imperio británico, congregadas en torno a la preocupación por el destino de musulmanes palestinos bajo la amenaza de un mandato británico que trabajaba por hacer realidad los proyectos sionistas. La conferencia mundial panislámica musulmana más exitosa se celebró en Jerusalén en 1931.
Al final del período de entreguerras, los imperios del Eje reactivaron la imaginación política del mundo musulmán al incorporar como parte de su guerra de propaganda y sus objetivos bélicos la idea de la liberación mundial de los musulmanes del yugo de los imperios aliados. La Alemania nazi reactivó su política hacia el mundo musulmán sirviéndose de expertos que ya habían trabajado en la campaña del islam alemán durante la Primera Guerra Mundial, tales como el barón Oppenheimer. Esta vez, sin embargo, la Italia de Mussolini, el Japón de Hirohito, así como la Unión Soviética, el Reino Unido y Estados Unidos también formularon su propia propaganda y planes especiales para el mundo musulmán, tratando de ganarse a la opinión pública y contener el poder político de sus poblaciones, que todavía figuraban unidas desde el punto de vista religioso y político.
Durante la etapa de descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de las sociedades musulmanas del mundo alcanzaron la independencia. En el marco de la Conferencia de Bandung de 1955, una nueva generación de líderes musulmanes nacionalistas, como Nasser en Egipto y Sukarno en Indonesia, ejemplificaron un antiimperialismo político culturalmente moderno que se adhirió a la cultura occidental. Hasta los años setenta, la política musulmana fue moldeada según las ideas laicas del nacionalismo y el socialismo, lo que hacía difícil de imaginar la resucitación del Califato o de una ideología antioccidental surgidos en un contexto musulmán. De hecho, la principal crítica de los musulmanes con respecto a Occidente seguía siendo acerca de un orden internacional defectuoso que privaba a los palestinos de sus derechos y demandas. A consecuencia de la derrota árabe de 1967, aumentó el desencanto con el orden y la legislación internacional en las sociedades musulmanas, pero no necesariamente un antioccidentalismo islámico. Tras los éxitos militares parciales de Egipto contra Israel en la guerra de 1973, había una confianza esperanzada de que la solidaridad entre los musulmanes, los socialistas y el bloque de países del tercer mundo en las Naciones Unidas podrían ejercer suficiente presión como para resolver la cuestión palestina. Pero todas estas esperanzas se evaporaron con la paz egipcio-israelí, que abandonó las peticiones palestinas en Camp David. Desde una visión retrospectiva, por tanto, el fracaso de los Acuerdos de Camp David de abordar las legítimas demandas del pueblo palestino parece ser el punto de inflexión que reforzó las nuevas ideologías antioccidentales que advirtieron que ambos bloques, soviético y estadounidense, eran igualmente ineficaces para resolver la humillación y los agravios a los árabes y los musulmanes. A la llamada a la solidaridad musulmana antiamericana por parte de la Revolución iraní, le siguió la invasión de Afganistán por parte de los soviéticos en 1979, y eso generó un nuevo discurso islámico del siglo XX, que veía a Estados Unidos y a los soviéticos como los nuevos colonizadores e imperialistas, aun cuando paradójicamente los Estados Unidos apoyaban a la resistencia afgana y los soviéticos a los regímenes árabes progresistas.
En consecuencia de todo ello, durante los años ochenta un engañoso discurso del islam contra Occidente resurgió en la esfera pública global, en contradicción con la experiencia palpable de la mayoría de los musulmanes, en una cercana interacción con las sociedades europeas y americanas. Las imágenes de los rehenes de la embajada estadounidense en Teherán en 1979, así como de otros combatientes musulmanes, desempolvó los recuerdos y los clichés de la era colonial acerca de la revuelta musulmana contra Occidente; asimismo, introdujo la islamofobia como un nuevo tipo de discriminación racial de las minorías musulmanas en Europa y Estados Unidos.
De forma gradual, una serie de acontecimientos que van desde la resistencia afgana o la invasión soviética al genocidio de musulmanes bosnios por parte de cristianos serbios, consolidaron la concepción ilusoria del mundo musulmán como una unidad geopolítica y civilizatoria, que tomó forma a mediados de los años noventa. Deberíamos recordar que la tesis del choque de civilizaciones de Samuel Huntington apareció a mediados de los años noventa, en el período posterior al genocidio de musulmanes en Bosnia y de la invasión de Kuwait protagonizada por Saddam Hussein, mucho antes de que Al Qaeda apareciera en la escena mundial como organización terrorista. Por una parte, la indiferencia europea hacia la odisea de los palestinos y el apoyo activo de Estados Unidos a la ocupación israelí, en conjunción con la flagrante complicidad de las potencias europeas en el genocidio de musulmanes bosnios, apoyó el discurso de una era neocolonial basado en un orden internacional injusto y centrado en Occidente, y que mantiene la discriminación racial de los musulmanes. Por otra parte, las imágenes en los medios de comunicación de musulmanes airados contra Occidente por una pléyade de injusticias, fomentaron un sentimiento antimusulmán en las sociedades blancas euroamericanas. En el contexto de la posguerra fría, esta visión racializada del “mundo musulmán contra Occidente” se consolidó plenamente, y quedó expuesta a la interpretación y la explotación de un nuevo conjunto de agendas políticas.
La investigación contemporánea sobre los imperios europeos y los musulmanes [desmiente] el eterno choque de civilizaciones. De hecho, la mayoría de musulmanes que vivieron [los] imperios europeos a finales del siglo XIX expresaron una crítica del racismo, no del imperio o la ilustración, y su descontento fue un reflejo del deseo de pertenecer a estos imperios con más derechos y dignidad.
El ahogamiento de familias enteras de refugiados o la muerte por asfixia de setenta personas en la parte posterior de una furgoneta abandonada por los traficantes de personas en Austria subrayan la continua tragedia humana del flujo de refugiados. Sin embargo y en paralelo, la capacidad de comunicarse a tiempo real crea un sentimiento de identidad colectiva que puede llegar a modificar la dinámica de poder entre los refugiados y los países receptores. Los flujos de refugiados pueden convertirse en riadas de millones de personas, que siguiendo los pasos de sus familiares, amigos y compatriotas a través de las fronteras, deviene un organismo más allá de la mera yuxtaposición de cientos de miles de familias individuales. La capacidad de alentar protestas en Hungría contra las políticas del gobierno húngaro y de avanzar a pie siguiendo las vías del ferrocarril hacia la frontera austríaca, y comunicándose al mismo tiempo con los medios de comunicación internacionales, reflejan un cambio en el relato estándar del refugiado como víctima. A medida que el cambio climático empuje un número creciente de personas a abandonar su país, la capacidad de estas de integrarse en unas migraciones masivas que avancen como un solo cuerpo configurará de un modo diferente la política internacional.
En la Red: populismo nativista
Una segunda tendencia en la Red es el populismo que está enturbiando la política europea y norteamericana. Como hemos visto repetidamente a lo largo de los siglos, los problemas económicos globales engendran problemas políticos. En Estados Unidos, los investigadores y los hombres de negocios están centrados en “el futuro del trabajo”: qué pasará con los puestos de trabajo a medida que los robots propulsados por redes neuronales y mejorados por técnicas computerizadas de aprendizaje mecánico sustituyan no solo a los operarios manuales menos cualificados sino que también realicen algunas tareas de los trabajadores “de cuello blanco”. Los iPads ya sustituyen a los camareros, enviando directamente los pedidos de los clientes a la cocina; los programas informáticos de ayuda legal sustituyen a los auxiliares de los abogados; los de contabilidad, a los contables; y muy pronto los coches sin conductor sustituirán a los taxistas. Combínense todas estas disrupciones con lo que en Estados Unidos se conoce como la gig economy, la “economía de los encargos puntuales”, en la que los individuos proporcionan bienes y servicios –desde coches hasta casas– de manera esporádica y aportando solo lo necesario para el proveedor y para el consumidor, y veremos cómo la escala de la disrupción digital del tipo de vida industrial crece de día en día.
La disrupción de la primera y de la segunda revoluciones industriales –con la invención, primero, de la máquina de vapor, y después, de la electricidad– produjo el socialismo y el comunismo como contrapuntos frente al implacable avance del capitalismo. El caos económico de la Alemania de Weimar y de la Italia posterior a la Primera Guerra Mundial proporcionó un terreno abonado para el surgimiento del fascismo. Estas ideologías se centraron en el enemigo interior: aristócratas, industrialistas, judíos y otras minorías. Supieron canalizar la ira y la frustración de las masas contra objetivos simples y fácilmente identificables, como hacen hoy varios partidos de toda Europa, desde Alba Dorada al Frente Nacional francés, o el ala derecha del Partido Republicano en Estados Unidos cuando apuntan a los inmigrantes como objetivo. Los ciudadanos e inmigrantes de diferente raza, color o credo son fácilmente identificables como la fuente de todos los males sociales.
Cuando Donald Trump promete “volver a hacer grande a América” está especulando con la posibilidad de retrasar el reloj de la historia para volver a una América dominada por los wasp (White American Saxon Protestant), los anglosajones blancos y protestantes. Cuando Viktor Orban proclama que Hungría es para los húngaros, está rechazando la visión cosmopolita de la Unión Europea para volver al paradigma nacionalista del siglo XIX y comienzos del XX. Cuando Marine Le Pen describe los centros de culto musulmanes como territorio ocupado, comparándolos con la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, insiste en la idea de que ser francés equivale a ser cristiano.7
Tanto Europa como Estados Unidos han sido testigos anteriormente de políticas contrarias a la inmigración. Pero ahora las fuerzas de la reacción casi son equiparables en escala y objetivos a las fuerzas del cambio. Cuando las dimensiones de la inteligencia artificial, la robótica, la biotecnología y las otras nuevas tecnologías que han hecho posible lo que Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial, denomina “la cuarta revolución industrial”, se manifiesten en toda su plenitud, los vientos políticos de 2015 serán recordados como el preludio de una tempestad (2016). La cuestión, lo mismo que hace un siglo, es si las élites serán capaces de reformar la distribución de la riqueza y el poder lo suficiente para evitar una revolución.
Las franquicias terroristas
En la década de 1960 los establecimientos de comida rápida americana siguieron la estela de McDonalds y se impusieron en todo el país gracias a un nuevo modelo empresarial: la franquicia. Estas poseían sus propios restaurantes y se reembolsaban los beneficios, pero dirigían su negocio de acuerdo con una plantilla desarrollada por una autoridad central. Estaban obligadas a seguir las directrices de la compañía, pero brotaban desde abajo, gracias a las personas emprendedoras de las localidades pequeñas de todo el país que deseaban llevar a su ciudad una marca nacional lucrativa.
De forma análoga, el año 2015 fue testigo del rápido crecimiento del “terrorismo de franquicia”, principalmente bajo el estandarte de EI, la organización Estado Islámico. Al-Qaeda había creado múltiples nodos de su red: Al-Qaeda de la Península Arábiga y Al-Qaeda del Magreb Islámico. Pero estos nodos estaban centralmente planificados y dirigidos. El EI, en cambio, invita a cualquier grupo o individuo que desee jurar lealtad al califato a unirse a sus fuerzas, desde Boko Haram en Nigeria hasta los antiguos grupos de talibanes de Afganistán y Pakistán, pasando por la Jemaah Islamiya en Filipinas. La agencia contraterrorista IntelCenter ha identificado a 43 grupos en todo el mundo que han prometido lealtad o apoyo a EI8. Los hombres que llevaron a cabo los ataques coordinados en cafeterías, restaurantes y una sala de conciertos parisinos; la pareja que mató a más de cien personas en los ataques coordinados de París, y la que mató a catorce personas e hirió a más de veinte en San Bernardino (Estados Unidos) reflejan la creciente influencia del EI entre los individuos y grupos radicalizados de los países occidentales.
Desde el punto de vista de la Red, el peligro del terrorismo de franquicia es la rapidez con que puede reproducirse. La teoría de redes identifica las condiciones en las que es más probable una replicación rápida siguiendo el patrón marcado por el principio de “Ricitos de oro”, que hace referencia a un sistema en el que los nodos potenciales están conectados pero no excesivamente conectados. El terrorismo islámico radical se propaga rápidamente cuando los objetivos tienen un umbral relativamente bajo de adopción –jóvenes musulmanes alienados tanto en los países mayoritariamente musulmanes como en los países con una minoría musulmana– que están lo bastante conectados como para recibir la señal por medio de las mezquitas o de las redes sociales, pero no lo suficiente como para que esta señal se disuelva en un ruido más amplio, general, o sea anulada por otro tipo de relato.
Es en este contexto donde el dominio que ejerce EI en determinados canales de las redes sociales tiene la máxima eficacia. EI ha conseguido presentarse como una marca dominante y atractiva, compuesta a partes iguales de banderas negras y de brutalidad. El territorio que controla le proporciona un escenario para la actuación y una cierta imagen de marca que refuerza y diferencia su mensaje. En este contexto, no es extraño que militantes previamente fieles a otros grupos puedan cambiar de lealtades de un modo similar a como un franquiciado pueden decidir que otra empresa de comida rápida le resulta más lucrativa.
La generación viva de más edad combatió en la Segunda Guerra Mundial. La generación posterior a la Segunda Guerra Mundial en Europa y en Estados Unidos luchó en la Guerra Fría. La amenaza que acecha a la generación del milenio es la de la guerra interior, una guerra de guerrillas que libran tanto las franquiciados que eligen a qué marca de terrorismo global dan su apoyo, como también los individuos y los grupúsculos que creen que atacando objetivos civiles o gubernamentales, contribuyen al progreso de una causa, bien sea esta acelerar la llegada del fin del mundo o hacer tabla rasa y acabar con la corrupción religiosa y secular. Estos ataques propagan el terror porque son aleatorios y tienen a la población civil como objetivo, pero su propósito no es tanto aterrorizar como simplemente matar, es decir, librar una guerra religiosa global.
El cuadro que he pintado es bastante sombrío. Otras tendencias del 2015 fueron más positivas, por encima de todo la apertura y la profundización de la implicación norteamericana con Myanmar, Cuba e Irán como parte del legado en política exterior de la Administración Obama. Las redes globales civiles y corporativas desempeñaron un papel fundamental en el Acuerdo de París sobre el cambio climático; los partidos más liberales también se han posicionado en contra del populismo, de manera eficaz en Francia y en Gran Bretaña –de momento. Los diplomáticos están trabajando para negociar un acuerdo en Siria y para crear una coalición duradera para combatir al EI en su centro en Oriente Medio.
El panorama global es de una extraordinaria complejidad: suma un número cada vez mayor de naciones en el tablero; cientos sino miles de nodos importantes en la Red; la intersección de las tendencias en el tablero y en la Red. Está emergiendo un sistema de gobierno y una sociedad globales, entrelazadas por los hilos de la Red de una forma que nunca lograron alcanzar las tradicionales instituciones regionales y planetarias en el tablero de ajedrez. La maraña resultante de personas y problemas convierte en una locura el intento de hacer predicciones; es mucho más probable que seamos capaces de reaccionar y adaptarnos que de predecir y planificar. Pero la identificación de las tendencias fundamentales proporciona por lo menos vectores y marcadores para saber dónde mirar.
- Véase Boroujerdi, M. (1996): Iranian Intellectuals and the West: The Tormented Triumph of Nativism Syracuse, N.Y.: Syracuse University Press; Gheissari, A. (1998): Iranian Intellectuals in the 20th Century, Austin: The University of Texas Press y Mirsepassi, A. (2000): Intellectual Discourse and the Politics of Modernization: Negotiating Modernity in Iran, New York: Cambridge University Press.
- Véase Ian Buruma and Avishai Margalit, Occidentalism.
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- Véase Duara, P.: “The Discourse of Civilization and Pan-Asianism,” Journal of World History 12, no. 1 (Spring 2001), pp. 99–130; Adas, M.: “Contested Hegemony: The Great War and the Afro-Asian Assault on the Civilizing Mission Ideology,” in Prasenjit Duara, ed. (2004): Decolonization, New York: Routledge, pp. 78–100; Bradley, M. (2000): Imagining Vietnam and America: The Making of Postcolonial Vietnam, 1919–1950, Chapel Hill: University of North Carolina Press y Manela, E. (2000): “The Wilsonian Moment and the Rise of Anticolonial Nationalism: The Case of Egypt,” Diplomacy & Statecraft 12, no. 4, pp. 99–122.
- Véase Buck-Morss, S. (2003): Thinking Past Terror: Islamism and Critical Theory on the Left, Verso, Londres.
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