Ralph Cossa
Presidente del WSD-Handa, Center de Estudios por la Paz en el Pacific Forum (Honolulú)
Estados Unidos y China están en trayectoria de colisión. Sus diferencias no empezaron con la guerra comercial declarada por el presidente estadounidense Donald Trump; de hecho, son anteriores a la administración Trump. Tampoco terminaron con la primera fase del acuerdo comercial firmado entre ambos gobiernos a comienzos de este mismo año 2020, lo que llevó a Trump a declarar en Davos que tras atravesar “un momento difícil”, eran ahora “mejores que nunca”.
El problema actual en las relaciones EEUU-China tiene en su núcleo la decisión del presidente Xi Jinping de abandonar la estrategia “oculta tu fuerza y espera tu oportunidad” promovida por Deng Xiaoping, para poner en práctica una política más asertiva, enmarcada en su agenda “Made in China 2025”. Irónicamente, mientras que Beijing alerta sobre los esfuerzos de Estados Unidos por “desacoplarse”, fue la prohibición de Xi sobre empresas estadounidenses como Google, Facebook, Amazon, etc., lo que añadió leña al fuego en los subsiguientes esfuerzos de Trump por “nivelar el campo de juego”. Si bien no a todos gusta la forma que tiene el “doctor” Trump de tratar a los pacientes –parece creer que los aranceles pueden curar cualquier enfermedad– son pocos los que se oponen a su diagnóstico: China no estaba cumpliendo sus promesas y obligaciones y era necesario tomar medidas de algún tipo.
La pandemia del coronavirus brindó a ambos países una ocasión para encarrilar de nuevo su relación. Lamentablemente, fue una oportunidad que ninguno de ellos decidió aprovechar. Al contrario, ha demostrado ser un escenario para empeorar las cosas, lo que hace menos probable la consecución de un acuerdo comercial completo.
Hay quien señala a las constantes referencias de Trump al “virus chino”, o a la insistencia del secretario de Estado Mike Pompeo de que los líderes del mundo se refieran a la pandemia como “el virus de Wuhan”, como el impulsor de la denominada “guerra de la covid-19”, pero la primera bala de verdad la disparó un funcionario del ministerio de Asuntos Exteriores chino al plantear públicamente la posibilidad de que el virus tuviera su origen no en Wuhan –pese a una considerable evidencia científica a favor de esta hipótesis, sino que fuera introducido durante la visita a aquella región el pasado otoño de un grupo de militares estadounidenses. El discurso de Washington desde entonces buscó contrarrestar la propaganda china.
La pandemia del coronavirus ha demostrado ser un escenario para empeorar las cosas, lo que hace menos probable la consecución de un acuerdo comercial completo
Si bien China ha rebajado desde entonces el tono de la disputa, hay informes frecuentes y creíbles según los cuales en diversos lugares del mundo los funcionarios chinos han sido instruidos para sembrar dudas sobre el origen del virus. Hay incluso quien trata de culpar a Italia. Internacionalmente, estos intentos no han tenido demasiado éxito. Si bien la narrativa dominante a comienzos de marzo enfatizaba el gran trabajo que había hecho China para contener el virus –después de un inicial encubrimiento que costó un tiempo precioso, el énfasis se pone ahora en los intentos de Beijing de ocultar la realidad. Esto ha aumentado las sospechas de que las cifras hechas públicas por Beijing, tanto durante el brote como después, también pretendían ocultar el verdadero alcance de la pandemia en China.
Uno llega a sospechar que el verdadero objetivo de la campaña de propaganda era la opinión pública en el interior de la propia China, donde los informes sobre las críticas implícitas o no tan implícitas al presidente chino Xi Jinping se han multiplicado desde el inicio de la crisis.
“Echarle las culpas a Estados Unidos” es siempre una táctica útil –en China y en otras partes– cuando se trata de redirigir el descontento de la gente. Pero la inquina que de este modo se ha creado en Estados Unidos contra China –y en China contra Estados Unidos– dificultará mucho futuras negociaciones y también tendrá un impacto sobre la demanda pública de los productos del otro.
Con todo ello, es impensable que China vaya a realizar todas las compras prometidas en el marco del acuerdo interino, e igualmente impensable que el presidente Trump, en un año de elecciones, pueda inventar excusas que justifiquen este incumplimiento, teniendo en cuenta el resquemor que han causado en Estados Unidos tanto la pandemia como las reacciones de Beijing a ella.