Marina Subirats
Catedrática emérita de Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona
La ciudad feminista será aquella en la que las mujeres, sus intereses y gustos, sus necesidades, hayan sido tenidas en cuenta en su diseño y organización, y no sean invisibles, tal y como ocurre en nuestras ciudades androcéntricas actuales, concebidas y construidas desde los hombres y para los hombres. Veamos: el espacio es ahora utilizado para las necesidades y placeres masculinos; y ello no sólo no está disminuyendo sino, que con el tiempo, se agrava. Las ciudades han sido secuestradas por la circulación privada, por vehículos contaminantes del aire y del espacio sonoro; mientras que vecinos y vecinas han sido expulsados de plazas y calles. Sin que ni siquiera fuéramos conscientes de ello, lo hemos aceptado como si se tratara de un hecho natural. Y, sin embargo, estamos ante una realidad muy grave, y en muchos aspectos, destructora.
La ciudad feminista no consiste en este cambio o el otro: consiste, básicamente, en un concepto diferente de lo que debe ser la vida colectiva, y, en este sentido, de los usos que hay que dar al espacio público y de las características que debe tener. Y no sólo eso: también debe cambiar el espacio privado; teóricamente es el de las mujeres, pero, como nos enseñó Virginia Woolf, ni siquiera solemos contar con una habitación propia.
¿Y cuál es este concepto diferente? A menudo es difícil imaginar otras formas urbanas y de convivencia, porque solemos dar las cosas por sentadas y pensamos que sólo pueden ser como son, sin darnos cuenta que son el puro reflejo de un sistema de poder y dominación en el que determinados grupos han impuesto sus criterios, negando y despreciando cualquier alternativa. Todas las alternativas urbanas provenientes del pensamiento feminista están basadas en un principio: la preservación de la vida, algo que suele implicar el retroceso de los intereses capitalistas que hoy se imponen con brutalidad.
Ello significa recuperar muchos de los espacios públicos para que niños y niñas puedan jugar; significa que las mujeres y las personas mayores puedan pasear por todas partes con total seguridad, que no existan los espacios oscuros o peligrosos; significa que la ciudad sea un lugar amable, que facilite la vida, que se centre en el barrio, que los barrios ofrezcan todos los productos y servicios que se necesitan para la vida cotidiana; y que también permita, por su diseño, recuperar las relaciones, la comunidad, y la proximidad entre las personas.
La ciudad feminista surgirá lentamente, al ritmo del empoderamiento de las mujeres
La ciudad feminista que poco a poco va surgiendo de la imaginación de las mujeres, hartas de la dureza del entorno urbano actual, es tranquila y plácida, segura, cómoda. Verde. Personalmente no entiendo el gusto por las ciudades “duras” que en un tiempo presidió el urbanismo propio de Barcelona. Tiempo atrás, cuando la ciudad tenía que diferenciarse del mundo rural –mostrar que podía inventarse otro estilo de vida hecho de contactos, de excitación, de creatividad– la negación de la naturaleza era comprensible. Ahora nos encontramos en la situación contraria: si algo es excesivo es el asfalto, la pérdida de espacios naturales, la invasión del campo por la ciudad. Por lo tanto, hay que rehacer el camino en el sentido inverso: necesitamos que la naturaleza vuelva a invadir las ciudades para no tener que huir hacia las residencias suburbiales o las casas rurales para poder respirar libremente. Se debe acabar con la especulación, con la idea de la ciudad como negocio. Debemos poner de nuevo la vida en el centro de lo urbano, y no la economía, que no es sino un medio para hacerla posible.
La ciudad feminista significa también espacios para las mujeres, espacios de encuentro para imaginar y diseñar su entorno, debatir sobre sus intereses y organizarse. Las ciudades actuales dedican mucho espacio al deporte, que puede ser femenino pero que todavía hoy es visto como fundamentalmente masculino. Son espacios de competición, de confrontación que nos ahorran guerras y conflictos reales. Pero vivimos en un mundo excesivamente competitivo que necesitamos cambiar por un mundo cooperativo, en el que los espacios permitan ejercer la solidaridad, el encuentro, la colaboración. Espacios hoy inexistentes, que aún hay que inventar y diseñar.
La ciudad feminista surgirá lentamente, al ritmo del empoderamiento de las mujeres, de nuestra capacidad para imaginar otro tipo de vida y por lo tanto otro entorno. No será fácil, a nadie le gusta ceder espacios, replegarse y, en algunos aspectos, los hombres tendrán que hacerlo. Hasta que entiendan que en la ciudad feminista todos y todas podemos vivir mucho mejor.