Christopher Hill
Profesor de prácticas en diplomacia en la University of Denver
Al tradicional compromiso de EEUU con su estructura de alianzas y su política de defensa nunca le han faltado detractores domésticos. Lo que resulta singularmente distinto en el caso de la administración Trump es que es el propio presidente quien da muestras de un escepticismo más fundamental y radical respecto a la supuesta sobreexpansión de EEUU en el planeta, un punto de vista que llega al extremo de afirmar que la potencia estadounidense ha sido en realidad injustamente tratada por sus propios aliados, que se han aprovechado de ella. La visión del mundo que tiene Trump no cambiará en los meses previos a las elecciones presidenciales de noviembre, y podría intensificarse si consigue ganar estos comicios. En consecuencia, la cuestión del compromiso de EEUU con las alianzas existentes está muy relacionada con las elecciones de noviembre que, por utilizar una expresión que últimamente es una de las favoritas de los estadounidenses, “tienen realmente consecuencias”.
El actual sistema de alianzas de EEUU data de después de la Segunda Guerra Mundial, y si bien su resiliencia a finales de la década de 1940 fue la envidia del mundo, los arquitectos de su política exterior entendieron claramente que no podían permitir la repetición de determinados episodios, especialmente en una era nuclear. Para hacer frente al comunismo, EEUU se percató de la importancia única y crucial de tejer un sistema de alianzas lejanas en Asia, Oriente Medio y Europa, y que dichas alianzas podían contribuir a garantizar la paz y evitar la guerra.
A lo largo de este tiempo, en Asia muchas de las alianzas regionales –por ejemplo, la Organización del Tratado del Sudeste Asiático (SEATO, en inglés) o el Pacto de Bagdad (CENTO en inglés), ambas de 1955– se acabaron disolviendo y fueron reemplazadas por relaciones bilaterales: Filipinas, Tailandia, Singapur, Corea del Sur y Japón, mientras que EEUU también cedía el paso a las alianzas bilaterales en el Sudeste Asiático y en Oriente Medio. De estas estructuras surgieron unos patrones de cooperación que hasta hoy han sido útiles a los intereses estadounidenses.
Pero ninguna alianza ha desempeñado un papel tan importante en la política exterior estadounidense como la OTAN. Incluso después de que la Unión Soviética desapareciese del mapa, la OTAN, con su papel híbrido entre pacto militar y organización política y securitaria, ha seguido siendo una de las principales herramientas de la actividad estadounidense en los Balcanes, en Oriente Medio y en el Asia Meridional. Gracias a la OTAN, EEUU nunca ha tenido que ir en solitario a estos conflictos, y tampoco la OTAN ha arrastrado a Estados Unidos a un conflicto en el que los estadounidenses no quisieran implicarse. Lo importante es que la OTAN ha cumplido perfectamente las expectativas de sus fundadores: ha contribuido a mantener a EEUU en Europa y a mantener la paz en este continente.
El compromiso de EEUU con las alianzas existentes está relacionada con las elecciones de noviembre
La OTAN ha sido un gran activo para EEUU. Pero para el presidente Trump, la OTAN simboliza un mundo que les exige mucho, pero que no les corresponde en la misma medida. Aferrándose a los compromisos acordados de elevar hasta el 2% el gasto militar de todos los estados miembros, firmado en la cumbre de la OTAN en Gales el año 2006, Trump ha criticado duramente a aquellos miembros de la Alianza que no han cumplido este requisito.
Mientras, en Corea del Sur, el presidente Trump ha exigido a Seúl un aumento de un 400% en la aportación a Washington, como si las Fuerzas Armadas Estadounidenses en Corea del Sur (USFK) fuesen más un ejército de alquiler para Corea que la contribución estadounidense a una alianza bilateral, además de un elemento crucial de la arquitectura de seguridad más amplia en Asia Oriental. Trump ha dado a entender que estaría dispuesto a retirar las tropas de Corea del Sur, como parte de un gran pacto con Corea del Norte que comportaría la salida de las tropas estadounidenses de la península.
Tanto los europeos como los surcoreanos saben que deberán esforzarse para lidiar con la administración Trump, partiendo de la base que el margen de maniobra para intentar recalibrar la política exterior de EEUU es muy reducido hasta que no haya un cambio de administración. Y cuando llegue este día –y los sondeos sugieren que puede llegar en noviembre, el reto para todos los implicados será considerar a las alianzas como un reflejo del entorno securitario actual, sin olvidar las realidades fiscales de los estados miembros. Esta disponibilidad de mirar hacia el futuro es la mejor manera de preservar unas estructuras que manifiestan su durabilidad y relevancia en tiempos difíciles.