
Kemal Dervis
Vicepresidente de la Brookings Institution y director de Global Economy and Development
Una dimensión del centro-derecha en política ha sido argumentar, desde su óptica conservadora, que el pasado debe preservarse. A veces, hay quien va aún más lejos y argumenta que hemos de volver a los “buenos viejos tiempos” o hacer que una potencia “vuelva a ser grande”. Si bien muchos aspectos del pasado son dignos de ser preservados, y si bien todos sentimos apego por nuestra lengua, nuestro arte, nuestra literatura, y por nuestros hábitos regionales o nacionales, y por muchos otros aspectos de nuestra historia, el centro-izquierda puede sentirse legítimamente orgulloso de haber estado a favor de los grandes progresos sociales de los últimos siglos. La socialdemocracia en Europa ha jugado un papel esencial en la construcción de la seguridad social, la protección del empleo, el seguro de desempleo, el progreso en la igualdad de género, el acceso a la asistencia sanitaria y a la educación para todos. Y fueron estos logros los que llevaron al gran éxito electoral de la socialdemocracia y a la derrota ideológica del modelo autoritario soviético.
Pero estos son logros del pasado, y si lo único que hacen los socialdemócratas es tratar de preservarlos tal como están, difícilmente recuperarán la fuerza de antaño. De hecho, se volverían “conservadores”. Así pues, aquí les brindo algunas recomendaciones.
Definirse como “reformadores progresistas”. Este término resulta más atractivo para los jóvenes que el de socialdemocracia, que perciben del pasado siglo XX –a los 68 años puedo sentir mucho apego por la socialdemocracia como identidad, pero ¿puedo pedirle lo mismo a un joven de 18 años?–.
Todos los beneficios sociales ya mencionados deben consolidarse y hacerse más asequibles, adaptándolos al nuevo entorno económico y tecnológico. De manera sucinta: los modos de producción económica, el modelo educativo e incluso el de asistencia sanitaria necesitan ser renovados. Más capacidad de elección, una vida laboral más larga, un aprendizaje continuado, una asistencia sanitaria más preventiva, pueden ser compatibles con un modelo de beneficios sociales transferible (de empleo a empleo), un promedio de semana laboral más corto (sí, como proyectaba Keynes), y una igualdad de oportunidades y de resultados generalizada, así como una mayor sostenibilidad medioambiental.
El principio de subsidiariedad tiene que implementarse de un modo más eficaz. Hemos de asignar políticas públicas al nivel más cercano a la gente posible: comunal, urbano, regional, nacional, europeo y global. No es fácil, pero el principio tiene que ser firme y visible. Europa debe ser reconstruida sobre esta base y, luego, ha de ser reforzada. La base sociológica del reformismo progresista abarca hoy desde el trabajador preocupado por el empleo y el salario, los profesionales cualificados como médicos y maestros, que son conscientes de que su modelo de provisión de servicios ha de ser sostenible, hasta los pequeños empresarios que necesitan poder acceder a los recursos. Y, más allá, también todos los que pueden ver los peligros del hiperpopulismo y de las formas de nacionalismo extremo que provocaron la catástrofe de la primera mitad del siglo XX. Este cambio en la habilidad para dirigirse a una parte mucho más amplia de la sociedad es la mayor ruptura respecto a la sociología marxista que requiere el siglo XXI. El viejo modelo de clase post-industrial ya no refleja la realidad, al menos en las economías avanzadas.
Lo más difícil para los reformadores progresistas es encontrar el equilibrio entre la inmigración legal y la capacidad limitada de absorción de migrantes
Finalmente, la cuestión más difícil para los reformadores progresistas es encontrar el equilibrio adecuado entre la inmigración legal sobrevenida que será inevitable para la economía global y por razones demográficas, el derecho humano a ser protegido como refugiado así como el reconocimiento de la diversidad, y la capacidad limitada de absorción de migrantes en sus sociedades. Ciertamente no puedo afirmar que tenga la respuesta en todos los contextos. Pero esta debe contener un relato simple y factual del problema, un compromiso firme con los derechos humanos y con los de la ciudadanía, sin distinción de raza o de religión, así como un reconocimiento claro de que hay límites que deben asumirse respecto a la cantidad de migración, que variarán en función del país y de la situación económica. Esto será difícil pero es esencial, y no debe dejarse a la derecha populista que lo explote a su favor.