Peter Maurer
Presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR)
Si observamos las crisis humanitarias que tienen lugar hoy –desde los horrores de Siria, Irak y el Yemen, hasta las masivas secuelas de la violencia en el norte de Nigeria o los perniciosos efectos del prolongado conflicto en Afganistán–, nos hacemos con un panorama sombrío, de violencia irrefrenable, sufrimiento humano desmedido y donde la respuesta humanitaria ha sido, tristemente, inadecuada.
Tampoco debemos sobreestimar la complejidad de las crisis que se derivan de estos conflictos, ni la escala épica de necesidades humanitarias que producen; al contrario, debemos recordar que muy pocos de los desafíos que enfrenta actualmente la acción humanitaria son genuinamente nuevos. En el tramo de los últimos cien años –que abarcan dos Guerras Mundiales, la descolonización y las guerras de liberación, la Guerra Fría y la fragmentación posterior, el 11-S y la “guerra global contra el terrorismo” y, recientemente, el ascenso del yihadismo radical y el relato del “contra-extremismo violento”–, la relevancia y la efectividad de la acción humanitaria han sido continuamente puestas a prueba. Masivas catástrofes humanitarias, que sobrepasan la capacidad de respuesta y los recursos disponibles, la politización de la ayuda humanitaria o la erosión de los principios humanitarios son solo dos de los problemas recurrentes.
Redes complejas de contendientes asimétricos, muchos de ellos irrespetuosos con la legislación internacional humanitaria, libran hoy guerras más prolongadas
La “novedad” de la guerra moderna y de sus consecuencias humanitarias reside principalmente en su particular combinación de factores como, quién lucha, cómo lo hace y por qué, y de resultas de ello, cuál es su catastrófico impacto sobre las poblaciones civiles. Redes complejas de contendientes asimétricos, muchos de ellos irrespetuosos con la legislación internacional humanitaria, libran hoy guerras más prolongadas, mortíferas, fragmentadas y urbanizadas que en ningún otro momento histórico.
Las consecuencias humanitarias de estos conflictos perdurarán durante generaciones, no solo por la pérdida de vidas humanas, medios de vida e infraestructuras, sino también por sus daños psicológicos, menos visibles. Asimismo, la violencia armada crónica en grandes ciudades –que a menudo va de la mano del crecimiento urbano y demográfico explosivo, las migraciones y desplazamientos masivos y las presiones socioeconómicas que conllevan– tienen también consecuencias humanitarias profundas, que pueden ser más letales y de mayor alcance que los propios conflictos armados. Nos referimos a masas de personas que huyen de la violencia y del conflicto armado, del cambio climático, de la escasez de alimentos o, en muchos casos, de una combinación de más de uno de esos factores.
En América Latina, la lista de estos problemas humanitarios complejos es larga. Colombia es un ejemplo; si bien el acuerdo de alto el fuego y las negociaciones de paz de 2016 son pasos adelante en pos del final del conflicto armado, la violencia armada persiste y sigue siendo un grave problema, así como las amenazas, los desaparecidos, la violencia sexual, o las minas antipersonales. De hecho, en varios lugares de América Latina el fenómeno de la violencia armada –vinculada a menudo al tráfico de drogas– provoca la muerte de miles de personas cada año. También el fenómeno de la emigración, particularmente en la ruta que transita por Centroamérica y México, es un serio problema humanitario.
Los retos que todo esto plantea a la respuesta humanitaria son múltiples. Para organizaciones como el CICR es indispensable adoptar un enfoque neutral, imparcial e independiente para poder aproximarse a las personas en medio de un conflicto armado, a fin de protegerlas mejor, y para ayudarlas comprometiendo a todas las partes implicadas. Más allá de salvar vidas y de satisfacer necesidades perentorias, es cada vez más necesario mantener las infraestructuras y los servicios básicos en entornos frágiles, proporcionar ayuda a diferentes tipos de comunidades y, a largo plazo, contribuir al desarrollo económico.
Si bien los principios son decisivos en los esfuerzos para llevar a cabo una acción humanitaria efectiva y relevante, con una gama cada vez más diversa de implicados tanto del sector público como del privado, solo mediante una colaboración inteligente podemos confiar en responder de un modo eficaz a la multitud de necesidades humanitarias que están surgiendo en los conflictos armados actuales y en otras situaciones de violencia.