Ellen Laipson
Presidenta emérita del Stimson Center
En el ocaso de su presidencia, el legado de Barack Obama en el escenario internacional está empezando a tomar forma. Dentro de muchos años los historiadores tendrán la última palabra, pero ya ahora podemos ver una primera versión de su impacto en los asuntos mundiales. El presidente Obama ha trabajado para cambiar la percepción que tiene el mundo del poder norteamericano, y ha demostrado haber comprendido muy bien cómo la globalización ha redistribuido la riqueza y la influencia entre los estados, y dentro de los estados. En general ha sido consecuente con los principios básicos que le impulsaron como candidato en 2008: acabar con la implicación norteamericana en la guerra en Irak y en Afganistán; abrir vías de comunicación con países de los que Estados Unidos se había distanciado durante muchos años; y edificar consenso y cooperación globales más sólidos respecto a los problemas transnacionales que han perdurado hasta el siglo XXI.
En el ambiente partidista de Washington, este legado puede ser visto como una disminución catastrófica que se ha autoinfligido Estados Unidos en su papel de liderazgo, o como una útil y cosmopolita reestructuración del liderazgo norteamericano que se produjo inmediatamente después de las polémicas surgidas durante la presidencia de George W. Bush. Nosotros adoptaremos el enfoque positivo neto para evaluar su legado; Obama ha sido un agente eficaz del cambio en determinadas áreas de la política internacional, y de acuerdo con determinados baremos dejará unos Estados Unidos más seguros y resilientes que cuando tomó posesión del cargo. Entre sus aliados y socios en Europa y en Oriente Medio, ciertamente, su aproximación cerebral al desalentador conjunto de problemas del mundo ha producido algunos recelos.
El presidente Obama ha trabajado para cambiar la percepción que tiene el mundo del poder norteamericano, y ha demostrado haber comprendido muy bien cómo la globalización ha redistribuido la riqueza y la influencia entre los estados, y dentro de los estados.
El acercamiento de Obama a China ha gozado en general de un amplio apoyo. Durante varias administraciones, Estados Unidos ha trabajado para desarrollar una asociación flexible y resistente en áreas de interés compartido, y para preparar las respuestas norteamericanas a los problemas surgidos en las regiones en las que hay competencia geopolítica, pero no un conflicto inevitable. Con Rusia la relación se ha revelado más difícil, tensando los límites y la lógica implícitos en los arreglos del período inmediatamente posterior a la Guerra Fría. Algunos consideran que Obama y el secretario de Estado John Kerry tienen una actitud excesivamente acomodaticia respecto a las políticas rusas, más enérgicas en Ucrania y en Siria.
El presidente Obama no puede estar satisfecho con las consecuencias de su política en Irak y Afganistán, donde ha tomado decisiones difíciles para mantener a las fuerzas norteamericanas sobre el terreno, para combatir la nueva amenaza que representa el Estado Islámico, y para apuntalar a un gobierno débil en Kabul. En su opinión, ha sido capaz de detener la hemorragia de bajas y de costes norteamericanos, y lamenta que los objetivos que se fijó su predecesor en el cargo respecto a la implicación de Estados Unidos en ambos lugares eran sencillamente demasiado ambiciosos y demasiado poco realistas. Al respecto, un mayor realismo y modestia en la capacidad de EEUU para transformar otras culturas será uno de los legados de Obama.
El presidente está orgulloso de lo conseguido abriendo lazos con Irán, Myanmar y Cuba. En todos estos casos había heredado unas políticas anquilosadas que exigían nuevos enfoques. El acuerdo nuclear con Irán no producirá un acercamiento real a corto plazo, pero el poso que deja será muy valioso para la negociación con Irán sobre el cumplimiento de sus obligaciones relativas a la no proliferación, y para acabar con el largo punto muerto en que han estado estas relaciones bilaterales.
El balance es irregular en los problemas globales comunes. La trayectoria de Obama en la cuestión del cambio climático, incluido el hecho de haber persuadido a los chinos para que den un apoyo más activo a la cooperación global, es bastante positivo. El presidente ha tratado de fortalecer las misiones pacificadoras de las Naciones Unidas y ha creado un nuevo proceso para la seguridad nuclear, pero ha sido incapaz de avanzar en la ratificación por parte de Estados Unidos de la Ley del Mar y de otros tratados internacionales que podrían contribuir a un mejor encaje de Estados Unidos con las demandas de una gobernanza global más eficaz.