Jordi Quero
Investigador, CIDOB
La Segunda Guerra Mundial y El-Alamein. La creación de Israel. Nasser y el panarabismo. Las guerras árabe-israelíes de 1956, 1967 y 1973. Las guerras de Yemen. La revolución iraní y la guerra entre Bagdad y Teherán. La guerra civil libanesa. Los Acuerdos de Camp David. La llegada de los petrodólares al Golfo. Las dos intifadas. La invasión de Kuwait. Madrid y Oslo. El asesinato de Sadat, de Rabin, de Hariri. La invasión de Irak. Tahrir, Taksim. Pero parece que todo esto no cuenta: lo que realmente importa para entender Oriente Medio hoy en día es el acuerdo de Sykes-Picot de 1916.
Se cumple ahora el centenario de la rúbrica de estos acuerdos secretos entre británicos y franceses firmados en plena Primera Guerra Mundial. Junto con los tratados de Sèvres –que nunca llegarían a entrar en vigor– y Lausana, las potencias europeas fijaban las bases de la organización territorial de Oriente Medio tras la caída del Imperio Otomano. Más allá de la creación de las zonas de control y las áreas de influencia de Francia y el Reino Unido, la tríada de acuerdos estableció las fronteras entre algunos de los estados de la región, como por ejemplo los lindes entre Siria e Irak. Además, establecieron la “administración internacional” para Palestina que, según algunas voces, se encuentra en el origen del conflicto entre árabes e israelíes.
Pese a que han pasado ya cien años y han tenido lugar innumerables acontecimientos que han alterado la realidad política, económica, cultural e incluso territorial de la región, se sigue recurriendo frecuentemente a Sykes-Picot para interpretar muchos de los sucesos en Oriente Medio. Curiosamente, descartamos alternativas más veraces para situarnos a nosotros mismos en el centro de cualquier explicación.
El acontecimiento que mejor lo explica todo es uno de los últimos grandes actos del colonialismo europeo en la región. Después de Europa, todo lo que pasó es secundario, prescindible.
El síndrome eurocéntrico de Sykes-Picot no es más que el corolario de un problema mayor: el historicismo occidental en el estudio de la región. Analistas y medios de comunicación sobredimensionan de forma recurrente la importancia de los factores históricos en sus análisis de la realidad contemporánea. El “peso de la historia” por encima de cualquier otra explicación. El conflicto entre Arabia Saudí e Irán se explica mejor recurriendo al cisma entre suníes y chiíes del siglo VI d.C. que prestando atención a la sensación de agravio iraní frente a un orden regional que percibe como injusto. Para entender el terrorismo de la organización Estado Islámico (EI) hay que fijarse en Balduino I y las Cruzadas. La Turquía actual de Erdogan no se comprende sin la época del imperio y los sultanes.
Es hora de liberarse ya de un síndrome con cien años de historia
Los análisis segados por el historicismo suele encontrarse detrás de ciertas decisiones políticas de Europa –y también de EEUU– frente a la región, desligadas en exceso de la realidad. La historia puede y debe ayudarnos a entender mejor la realidad contemporánea, pero su uso debe ser justo y proporcionado: no vale sobredimensionar casi arbitrariamente ciertos acontecimientos excluyendo otros según el peso que nosotros tuvimos en ellos. Es responsabilidad de todos los que se dedican al estudio de la complejidad de Oriente Medio no caer en un reduccionismo ramplón. Es hora de liberarse ya de un síndrome con cien años de historia. Dejemos morir a Sykes-Picot.