YUVAL NOAH HARARI,
Catedrático en el Departamento de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén y autor de los éxitos de ventas Sapiens, De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad, Homo Deus: Breve historia del mañana y 21 lecciones para el siglo XXI (Debate)
En 1969, cuando la policía de Nueva York hizo una redada en el bar gay Stonewall Inn y se encontró con la inesperada resistencia de los manifestantes LGBT; la homosexualidad todavía estaba criminalizada en muchos países. Incluso en las sociedades más tolerantes, aventurarse a “salir del armario” equivalía a menudo a un suicidio social y profesional. Hoy, sin embargo, la primera ministra de Serbia es abiertamente lesbiana, y el primer ministro de Irlanda manifiesta con orgullo ser gay, y lo mismo puede decirse del director general de Apple y de otros muchos políticos, empresarios, artistas y científicos. En Estados Unidos, el republicano medio mantiene hoy unos puntos de vista más liberales sobre cuestiones LGTB que los que mantenía el demócrata medio en 1969. El debate público ha pasado de “¿Debe el estado encarcelar a las personas LGBT?” a “¿Debe el Estado reconocer los matrimonios del mismo sexo?”. Y resulta que casi la mitad de los republicanos están a favor de los matrimonios entre personas del mismo sexo.
Ello no obsta, sin embargo, que todavía existen hoy en torno a 70 países en todo el mundo que criminalizan la homosexualidad. Arabia Saudí, Irán, Brunei y varios más condenan a muerte a las personas gay. Incluso en las sociedades más gay friendly abundan la discriminación, los malos tratos y los delitos de odio. Y sabemos que la historia raramente avanza en línea recta, y que los notables logros conseguidos en los últimos 50 años, no son ninguna garantía para el futuro. No hay motivos para pensar que la liberación LGTB acabe extendiéndose inevitablemente por todo el mundo hasta llegar finalmente a Arabia Saudí y a Brunei. De hecho, las reacciones homofóbicas violentas son posibles, incluso en los países más liberales. A modo de ejemplo, en el 2019, el periódico británico The Guardian publicó datos que apuntaban a que las denuncias por delitos de odio homofóbicos y transfóbicos se habían multiplicado por dos en el Reino Unido en los últimos cinco años.
A modo de analogía histórica, considérese la situación de los judíos en la Europa de los años veinte y comienzos de los treinta. Durante aquel período, los judíos europeos se fueron liberando de siglos de leyes discriminatorias, y en muchos países llegaron a obtener la plena igualdad legal, económica y política. Del mismo modo que hoy la comunidad LGTB se enorgullece de los primeros ministros de Serbia e Irlanda, hace casi un siglo, los judíos destacaban con satisfacción que el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Walther Rathenau, y el primer ministro francés, Léon Blum, eran judíos. Y del mismo modo que hoy las personas gays, lesbianas y transgénero reivindican el derecho a servir a su país en el ejército –como la marca definitiva de la integración nacional–, durante la Primera Guerra Mundial 100.000 judíos sirvieron lealmente en el ejército alemán, y 12.000 dieron su vida por la patria.
Incluso las personas gays y lesbianas que actualmente se sienten tan seguras de su posición que apoyan a partidos de extrema derecha como la AfD alemana y la Lega italiana, tuvieron sus equivalentes en la Europa de entreguerras. El partido fascista de Mussolini se distanció al principio del antisemitismo, y miles de judíos apoyaron a Mussolini e incluso se unieron al partido fascista. La amante de Mussolini era judía, lo mismo que su ministro de Finanzas en la década de 1930. Todos sabemos cómo terminó la historia. Blum apenas sobrevivió a Dachau, y los veteranos de guerra judíos se encontraron con los fascistas judíos en Auschwitz.
Por primera vez en la historia, un régimen que así lo desee podrá espiar a todos sus ciudadanos durante las 24 horas del día, y supervisar no solo lo qué hacen, sino también cómo se sienten
Hay signos alarmantes de que la era de la liberación LGTB podría ir seguida por una era de persecución sin precedentes. En particular, las personas LGTB podrían convertirse en el objetivo preferido de los cazadores de brujas ultranacionalistas. En la Europa Oriental, por ejemplo, los líderes nacionalistas que evitan el discurso antisemita por la terrible memoria del Holocausto, tratan en cambio de azuzar a la población con historias de una supuesta conspiración gay internacional.
Tanto en Polonia como en Hungría, los gobiernos presentan recurrentemente a las personas gay como agentes extranjeros y como una amenaza, no solamente a la supervivencia de la nación, sino a la de la propia civilización occidental. Estos regímenes incluso llegan a relacionar a las personas LGTB con la inmigración, argumentando que la conspiración gay pretende reducir las tasas de natalidad para abrir la puerta a una inundación de inmigrantes.
También en Rusia el régimen habla de una conspiración homosexual de alcance mundial que persigue destruir el país. Los medios oficiales han presentado las manifestaciones antigubernamentales en Rusia y la revolución ucraniana de 2013-2014 como obra de un contubernio homosexual, escribe Timothy Snyder en The Road to Unfreedom [El camino hacia la no libertad, 2016: Galaxia Gutenberg, 2018]. Los medios de comunicación rusos también presentan a las personas LGTB autóctonas como traidores, argumentando que la homosexualidad es ajena a las tradiciones rusas, por lo que el mero hecho de ser gay es la mejor prueba de que alguien es un agente extranjero. Una encuesta realizada en mayo del 20181 reveló que el 63% de los rusos están convencidos de que existe una organización internacional que pretende debilitar el país a través de socavar los valores tradicionales de Rusia, en particular, promoviendo la homosexualidad.
Para combatir esta supuesta amenaza, el año 2013 Rusia aprobó una tristemente célebre ley contra la “propaganda gay”, que ha llevado a la detención y a la persecución de numerosas personas. En agosto del 2018, un adolescente de 16 años, Maxim Neverov, fue acusado del “delito” de descargar diversas fotografías de chicos abrazándose en la red social rusa Vkontakte. Ese alumno de instituto fue condenado a pagar una multa de 50.000 rublos (713 euros, una cantidad superior al salario mensual medio en Rusia) antes de ganar un recurso en un tribunal de apelación contra dicha decisión.
La Europa del Este no es ninguna excepción. Regímenes y políticos de numerosos países, desde Brasil a Uganda, propagan historias sobre conspiraciones LGTB y se presentan como protectores de la nación frente a la amenaza queer. Las personas LGTB son blancos apetecibles para estos cazadores de brujas principalmente por dos razones. En primer lugar, los regímenes autoritarios conservadores suelen deplorar la fluidez y la complejidad de la realidad, y prometen un retorno a una imaginaria edad de oro en la que los límites estaban muy claros, las identidades eran fijas, y las personas disponían de un margen muy estrecho para tomar decisiones personales. Es la creencia de que en los “buenos viejos tiempos”, los hombres eran hombres, las mujeres eran mujeres, los extranjeros eran enemigos y nadie tenía que pensar demasiado en cosas tan complicadas como estas. Y en este imaginario, las personas LGTB difuminan los límites, mezclan las identidades y obligan a la gente a pensar y a elegir. No tiene nada de extraño que los autócratas les odien.
En segundo lugar, las personas LGTB no tienen mucho poder, por lo que perseguirlos sale barato. A lo largo de la historia, los autócratas han identificado y magnificado a una minoría débil para presentarla como mucho más poderosa y peligrosa de lo que realmente era, y luego han prometido proteger a la sociedad de esta inexistente amenaza. Este fue el caso en la caza de brujas original en los albores de la Europa moderna, que a menudo tomó como objetivo a mujeres ancianas y a excéntricas solitarias. La misma lógica está presente hoy en muchos lugares, como en Rusia, un país con multitud de graves problemas, como el estancamiento de la economía, la corrupción endémica o el deterioro de los servicios públicos. Pero luchar contra la corrupción significa enfrentarse a los hombres más poderosos de Rusia. Es mucho más fácil olvidarse de todos estos dolores de cabeza y dedicarse en cambio a proteger a los inocentes rusos de los corruptores tentáculos de la conspiración gay global. El cálculo es fácil si se traslada a su coste en rublos: ¿cuánto costaría mejorar el renqueante sistema sanitario de Rusia? ¿Y cuántos rublos cuesta proteger a Rusia de la inexistente conspiración gay global?
Kathy Drasky, “The Stonewall Inn. New York, NY.”, enero del 2017. Fuente.
Aunque las personas LGTB sean cada vez más el blanco de una caza de brujas política, parece poco probable que revivamos los tiempos de la reclusión en el armario que precedieron a Stonewall. Podemos llegar a ver algo mucho peor. La gente ya no podrá escapar a la persecución escondiéndose de nuevo en el armario, porque las nuevas tecnologías lo están desmontando. La combinación de la tecnología de la información y la biotecnología está dando origen a una serie de nuevas herramientas de vigilancia que pronto harán posible controlar a todo el mundo todo el tiempo. Por primera vez en la historia, un régimen que así lo desee podrá espiar a todos sus ciudadanos durante las 24 horas del día, y supervisar no sólo lo qué hacen, sino también cómo se sienten.
Si un futuro régimen homofóbico quisiera acorralar a todos los hombres gays de un país (como han tratado de hacer recientemente las autoridades de la provincia rusa de Chechenia), podría empezar tratando de hackear las bases de datos de páginas de citas gay como Grindr. La policía egipcia, por ejemplo, ya ha utilizado datos obtenidos en Grindr para rastrear y detener a hombres gay haciéndose pasar por usuarios del sitio web (Grindr ha advertido a sus usuarios que hay personas que entran en la página únicamente para obtener información). Otra opción es utilizar un algoritmo para inspeccionar toda la historia online de alguien: qué clips de Youtube ha visionado, qué titulares ha consultado o qué fotos ha publicado en Facebook…
En agosto del 2018, se supo que grupos cristianos evangélicos que ofrecen “terapias de conversión” a los jóvenes utilizaban algoritmos de Facebook para rastrear adolescentes vulnerables con sus anuncios (más tarde Facebook retiró estos anuncios con la excusa de que eran contrarios a su política). Los adolescentes no tenían que identificarse necesariamente como LGTB. Para convertirse en blanco de estos grupos evangélicos bastaba con que mostrasen interés por cuestiones relacionadas con el mundo LGTB, por ejemplo, clicando “Me gusta” en una historia de temática LGTB. También sabemos que las fuerzas de seguridad israelíes han utilizado diversos métodos –incluida la vigilancia online– para identificar a gays palestinos, aunque no para “convertirlos”, sino más bien para hacerles chantaje y forzarles a ser informadores. Si tenemos en cuenta que la homofobia está muy extendida en la sociedad palestina y que, al menos en Gaza, la homosexualidad está criminalizada, chantajear a gente que no ha salido del armario es una de las formas más fáciles de adquirir informadores. Y ello alimenta un círculo vicioso, ya que Hamás redobla sus esfuerzos para desenmascarar y perseguir a los gays palestinos, dando por supuesto que plantean un riesgo para la seguridad (que en realidad bebe de la homofobia del propio Hamas).
En el año 2016, la empresa china Kunlun compró Grindr, pero en marzo del 2019 el Comité del gobierno estadounidense sobre inversiones extranjeras en Estados Unidos comunicó a Kunlun que el hecho de que Grindr sea de su propiedad “constituye un riesgo para la seguridad nacional”. Kunlun está por tanto obligada a vender Grindr antes de que concluya el 2020. No se dio ninguna explicación de por qué la propiedad por parte de una empresa china de una web de citas gay constituye un riesgo para la seguridad nacional, pero creo que a estas alturas el lector podrá contestar por sí mismo esta pregunta.
El 14 de julio del 2017, varios ministros rusos, incluido el primer ministro Dimitry Medvedev, asistieron a una conferencia que daba un profesor de Stanford que había estudiado en qué medida los rasgos de personalidad de una persona pueden deducirse analizando su actividad en la red. Por aquel entonces, el profesor estaba tratando de demostrar la capacidad de los algoritmos para detectar con una precisión del 91% si un hombre es gay o no, basándose exclusivamente en el análisis de unas cuantas fotografías faciales. Si bien el estudio que hacía el profesor tenía como objetivo poner en guardia a la opinión pública ante el peligro que representa esta tecnología para la privacidad individual, a los funcionarios rusos probablemente les interesaban más los posibles usos de dicha tecnología que alertar sobre los derechos de la gente.
Aunque usted no haya tenido nunca una cuenta en Grindr, no haya mirado porno gay online y no haya clicado nunca una noticia relacionada con temas LGTB, en un futuro no muy lejano el mero hecho de dejar vagar libremente su mirada le puede costar nada menos que la libertad. El libro de Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism [La era del capitalismo de la vigilancia] describe cómo las grandes corporaciones están desarrollando herramientas cada vez más sofisticadas para averiguar qué es lo que gusta a sus clientes. Por ejemplo, si usted sigue una serie de televisión, los productores quieren saber qué personajes o escenas le llaman más la atención, con el objetivo de que los futuros episodios de la misma le resulten aún más adictivos. Preguntar su opinión a los espectadores es un método tan engorroso como poco fiable. Es mucho mejor rastrear directamente señales biométricas involuntarias como los movimientos oculares o la presión sanguínea. Rastrear dichas señales puede informar a la red, por ejemplo, de que el 63% de telespectadores conectan con un personaje secundario, de modo que resulte buena idea ampliar la importancia del mismo en futuros episodios.
Exactamente la misma tecnología puede informar a la futura policía del género de que usted es un “traidor secreto a su género”. Si los sensores biométricos incorporados en un televisor descubren que un hombre que visiona la escena del beso en Juego de tronos entre Jon Snow y Daenerys Targaryen, fija más su mirada en el Rey del norte que en la Madre de los Dragones, puede que a las 2 de la madrugada la policía del género llame a su puerta para tratar de averiguar más cosas al respecto.
La combinación de tecnologías revolucionarias e ideologías conservadoras puede muy bien llevar a la creación de los regímenes más totalitarios de la historia
Si usted piensa que se protege a sí mismo no mirando nunca la televisión, no navegando por internet o lanzando su teléfono móvil al váter, ¿qué hará cuando haya cámaras de vigilancia en cada esquina de la calle o sensores que estén escudriñando constantemente cómo se comporta la gente en los bares o en la escuela? El año 2013 las autoridades iraníes ordenaron a los dueños de bares que instalasen cámaras de vigilancia y que entregasen las grabaciones cuando se las solicitasen. En marzo del 2019, se supo que el instituto de enseñanza media Guangdong Guangya, en China, había comprado 3.500 brazaletes biométricos para monitorizar las actividades físicas de los estudiantes, su ritmo cardíaco y el número de veces que levantaban el brazo en clase. Cruzando la información así obtenida con otros datos, las escuelas del futuro podrían averiguar no solo quién se duerme en clase de matemáticas sino también quién se enamora del profesor.
Multipliquemos ahora este experimento imaginario por unos cuantos millones. Recientemente, China ha convertido la provincia de Xinjiang en el mayor laboratorio de vigilancia del mundo. En un supuesto intento de acabar con el “extremismo islámico”, las autoridades chinas están constantemente monitorizando a millones de musulmanes locales de etnia uigur. La gente está obligada a entregar muestras de su ADN, de sangre, huellas dactilares, grabaciones de voz y escáneres faciales. Estos marcadores permiten luego al gobierno rastrear actividades personales con la ayuda de una red nacional de circuitos cerrados de televisión, dispositivos portátiles, software de reconocimiento facial y algoritmos de aprendizaje automático. Los sensores están por todas partes, desde los mercados a las mezquitas. Cuando los algoritmos reconocen un patrón de conducta sospechoso –como el uso de un determinado lenguaje religioso, el uso de ropa islámica tradicional, o las visitas demasiado frecuentes a la mezquita–, el “infractor” puede ser advertido por la policía o enviado a un campo de “reeducación.” Se dice que cientos de miles de personas han sido ya enviadas a tales campos.
Actualmente, este régimen de vigilancia se dirige contra de la minoría musulmana uigur de Xinjiang, pero puede fácilmente centrarse en cualquier otro grupo que se ponga en el punto de mira del régimen. ¿Qué sucedería, por ejemplo, si las personas que supervisan el floreciente sistema de crédito social de China decidiesen que tener una aventura homosexual es una conducta antisocial que puede hacerle perder crédito social y, en consecuencia, impedirle matricularse en una universidad prestigiosa, obtener una hipoteca o comprar un billete de avión?
Xinjiang parece un lugar remoto, pero vivimos en un mundo globalizado. Agentes de varios regímenes están acudiendo actualmente a la región para aprender los métodos y comprar la tecnología. La combinación de tecnologías revolucionarias e ideologías conservadoras puede muy bien llevar a la creación de los regímenes más totalitarios de la historia.
La tecnología no es inherentemente mala, por supuesto. Yo conocí a mi esposo hace 17 años en uno de los primeros sitios de citas gay de internet, y estoy profundamente agradecido a los ingenieros y a los empresarios que desarrollaron aquel sitio. Viviendo como yo en una pequeña ciudad conservadora israelí, el único lugar donde podías conocer gays era en internet. Las personas LGTB son particularmente vulnerables a ser vigiladas debido precisamente a que se han beneficiado mucho de las nuevas oportunidades sociales que ofrece la red. Por consiguiente, mi mensaje no es que nos desconectemos de la red y que evitemos futuros progresos tecnológicos. Lo que digo es que la tecnología encarece, y mucho, el precio de las opciones políticas.
Durante el siglo xx se utilizaron tecnologías similares para construir regímenes políticos muy diferentes. Algunos países utilizaron la radio, la electricidad y los trenes para crear dictaduras totalitarias, y otros países utilizaron estos mismos inventos para promover democracias liberales. En el siglo xxi podemos utilizar la tecnología de la información y la biotecnología para construir un paraíso o un infierno, en función de nuestros ideales políticos.
Pero nada ha sido ya determinado, y por sombrío que nos parezca a algunos el futuro, en 1969 el futuro parecía aún más lúgubre. Al final, la mayoría de los escenarios distópicos que atemorizaban a la gente en 1969 no se materializaron, porque fueron muchos los que lucharon para evitarlo. Si uno desea evitar los escenarios distópicos del siglo xxi son muchas las cosas que puede hacer. Pero la más importante es unirse a una organización. La cooperación es lo que hace poderosos a los seres humanos. La cooperación fue lo que dio sentido a los disturbios de Stonewall. Fue entonces cuando una gran cantidad de sufrimiento humano cristalizó en un movimiento colectivo. Antes de Stonewall, las personas LGTB llevaban a cabo actos individuales de supervivencia frente a un sistema terriblemente injusto. Después de Stonewall, un número suficiente de personas se organizó para cambiar el sistema.
La lección de Stonewall sigue siendo tan válida hoy como lo fue en 1969, y es relevante hoy para todos los humanos, no solo para los que se identifican como LGTB. Cincuenta personas cooperando como miembros de una organización pueden conseguir muchas más cosas que 500 individuos solos. La tecnología plantea actualmente los mayores retos de la historia. Para hacer frente a estos retos necesitamos organizarnos. No puedo decir en qué organización hay que integrarse –hay muy buenas opciones–, pero por favor, háganlo pronto. Esta misma semana. No se queden sentados en casa quejándose. Es hora de actuar.
NOTAS
* Una versión previa de este artículo fue originalmente publicada en The Guardian en junio del 2019. La presente versión en castellano ha sido editada y actualizada para ser publicada en este Anuario con la autorización expresa del autor. © Yuval Noah Harari, 2019.
1. N. del E.: La encuesta citada en el artículo fue realizada en mayo del 2019 por el Russian Public Opinion Research Center (VCIOM), una agencia de titularidad estatal dedicada a los estudios demoscópicos, sobre una muestra de 2.000 personas. Es posible acceder a más información sobre la encuesta a través de una noticia Majority of Russians believe gays conspiring to destroy country’s values, poll finds” publicada por Alex Cooper en NBCNews el 30 de Agosto de 2018, o consultando la fuente original del estudio (en ruso).