Nancy Maclean
Profesora de la cátedra William H. Chafe de Historia y Política Pública de la Duke University, y autora de Democracy in Chains: The Deep History of the Radical Right’s Stealth Plan for America
A juzgar por la cobertura mediática, podría pensarse que Donald Trump es la principal amenaza para la democracia estadounidense. Pero por peligroso que sea, no es el problema principal. Trump es la manifestación y el propiciador de una amenaza más profunda: la planteada por un sector sobrecogedoramente determinado del capital, a la cabeza del cual se encuentra el magnate e ideólogo libertario Charles Koch y que reúne a una red de más de 600 donantes multimillonarios que él mismo ha movilizado con el objetivo de implantar una agenda derechista radical en el país. Trump no sería presidente sin lo que ésta red ha hecho por el Partido Republicano, la gobernanza en EEUU y las creencias populares respecto a la derecha política.
Y a menos que los implicados en la actual crisis en espiral descendente se den cuenta de a qué nos enfrentamos, es posible que la democracia de EEUU esté condenada. Porque este no es un problema solo norteamericano: el proyecto Koch es global. Fijémonos, por ejemplo, en el directorio mundial de la Atlas Network, la red de think tanks financiada por Koch y otros capitalistas de ideas parecidas. Sus afiliados están impulsando cambios, desde el Brexit a Brasil, desde Austria a Australia, y sin embargo son casi desconocidos por los comentaristas más expertos.
Parece un hecho que la izquierda y el centro han sido demasiado soberbios al creer que sabían a lo que nos enfrentamos cuando, en realidad, lo desconocían. Un ejemplo ilustrativo: el senador Bernie Sanders, el socialdemócrata más popular de EEUU, despotrica contra la
“avaricia de las corporaciones”. Y los periodistas calculan cuánto ahorrará Charles Koch personalmente gracias a la reforma tributaria de Trump que sus beneficiarios contribuyeron a diseñar, o cómo las corporaciones de los combustibles fósiles como las industrias de Koch se beneficiarán de la destrucción de las regulaciones medioambientales que está llevando a cabo Trump, así como de su actual inacción ante la crisis climática. Por supuesto, hay mucha codicia implicada en todo ello. Si combinásemos la fortuna de Charles Koch con la de su hermano David, recientemente fallecido, tendríamos la mayor fortuna individual del mundo.
Si queremos derrotar al supremacismo del capital, hemos de entenderlo bien y respetar la inteligencia y el compromiso de quienes creen en él
¿Por qué miles de personas que no están entre el 1% más rico, eligen trabajar para las miles de organizaciones que financian los donantes? ¿Cómo ha reclutado la red de Koch tan fácilmente a más de cien mil devotos voluntarios que son las tropas de infantería de Americanos por la Prosperidad, la más poderosa empresa organizadora de la derecha estadounidense? Sin sus esfuerzos, Donald Trump no habría ganado las elecciones.
Está en marcha una auténtica guerra ideológica y no simplemente un conflicto de intereses. Estamos en medio de un combate histórico entre quienes creen en la democracia y quienes creen que uno puede obtener todo lo que sea capaz de ganar sin recibir ayuda alguna del gobierno. Según el punto de vista de los libertarios, como Koch, el gobierno solo tiene tres funciones legítimas: garantizar la defensa nacional, velar por el imperio de la ley y mantener el orden social. En pocas palabras, el ejército, la judicatura y la policía. Aunque una abrumadora mayoría no querría vivir en un mundo así.
Koch y sus aliados se imaginan el mundo como un combate entre “creadores” y “tomadores” de riqueza, en el que el ejercicio del poder colectivo es ilegítimo; han llegado a la conclusión de que cualquier táctica legal es legítima para derrotar al “enemigo”. Así, utilizan desinformación estratégica –por ejemplo, negando el rigor de la ciencia en el área del cambio climático– y manipulan las reglas de la competencia política con supresión de votantes, gerrymandering (alteraciones partidistas de circunscripciones electorales), leyes para debilitar a los sindicatos y court packing (manipulación numérica de los tribunales). Fundamentalmente, creen que todo esto es ético porque su finalidad es crear “la sociedad libre”.
Para derrotar a este audaz proyecto no basta con denunciar a “los ricos”. La ideología tiene que ser discutida sobre la base de sus méritos, y derrotada con la vista puesta tanto en sus postulados básicos como en las devastadoras consecuencias en el mundo real.
Si queremos derrotar al supremacismo del capital, primero hemos de entenderlo bien, respetando la inteligencia y el compromiso de quienes creen en él. No han llegado hasta tan lejos sólo por codicia. Y no perderán si no conseguimos explicar a millones de personas qué es lo que realmente buscan. Si quieres vencer, tienes que conocer a tu enemigo.