Carlos Malamud
Catedrático de Historia de América de la UNED e Investigador principal de América Latina del Real Instituto Elcano
El sorprendente resultado alcanzado en las últimas elecciones parlamentarias peruanas, en enero del 2020, por el Frente Popular Agrícola del Perú (FREPAP) pone nuevamente el foco en la presencia de las iglesias evangélicas en América Latina y su grado de influencia. El FREPAP, la segunda fuerza más votada, que podría obtener 15 escaños, es un partido político creado en 1989 por la Asociación Evangélica de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal, de raíz adventista. Durante el último ciclo electoral regional (2017 y 2019), la presencia evangélica ha sido prácticamente una constante en las elecciones realizadas, no solo en los comicios presidenciales, sino también en los locales y regionales. Pero, a diferencia del Perú, la mayoría de las congregaciones y pastores que desembarcan en política, están vinculados a iglesias pentecostales y neopentecostales, de influencia brasileña y estadounidense.
El éxito de la “teología de la prosperidad”, de neto corte individualista, es inversamente proporcional al retroceso de la “teología de la liberación”, vinculada al discurso revolucionario regional. Los pastores evangélicos se ven también favorecidos por la menor presencia del Estado y de la Iglesia católica. Esto permite encontrar en cada rincón de las grandes ciudades, en los pequeños pueblos y en los enclaves rurales más recónditos, o incluso en las cárceles, un templo evangélico o un grupo de personas orando en torno al pastor.
El número de evangélicos ha crecido a costa del retroceso católico. Hoy, los fieles evangélicos son algo más del 20% de la población latinoamericana. La cifra es más importante si se tiene en cuenta que hace 60 años solo eran el 3% del total, según el Pew Research Center. En México, más del 10% de sus nacionales es evangélico; en Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Argentina y Panamá se habla de una cifra superior al 15%; en Costa Rica y Puerto Rico se llega al 20%, en Brasil se barajan cifras que oscilan entre el 22 y el 27%, y en algunos países centroamericanos, como Guatemala, Honduras y Nicaragua, se supera el 40%.
El número de evangélicos ha crecido a costa del retroceso católico. Hoy, los fieles evangélicos son más del 20% de la población latinoamericana
La influencia evangélica se siente en los sectores sociales más desfavorecidos. Al incursionar en política han sabido trasvasar el voto de un número considerable de pobres a las opciones y partidos más conservadores, dándoles un aspecto menos elitista. Así, el relato conservador incorpora una dimensión populista y un tamaño de los que antaño carecían. Siguiendo este camino han saltado a la política nacional, lo que explica algunas situaciones interesantes: el pastor evangélico Fabricio Alvarado compitiendo por la presidencia de Costa Rica en la segunda vuelta, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador aliado con el evangélico Partido Encuentro Social, o el presidente brasileño Jair Bolsonaro respaldado por la bancada evangélica en el Parlamento.
No hay un patrón regional en la movilización política y reivindicativa evangélica, aunque sus manifestaciones políticas emergen con fuerza creciente en el mapa regional. Suelen ejercer una gran presión en torno a la agenda “de valores”: familia, género y sexualidad, con valores conservadores, patriarcales y homofóbicos. Su agenda moral y política se centra en los valores familiares, y se oponen al aborto, a la fecundación in vitro, al matrimonio igualitario, al divorcio y a la eutanasia, ocupando un lugar estelar su rechazo a la mal llamada “ideología de género”. Otro de sus ejes movilizadores ha sido la lucha contra la corrupción y la denuncia de los políticos.
En todos estos temas es posible observar una cierta convergencia entre las iglesias evangélicas, la jerarquía católica, determinados movimientos socialcristianos y partidos políticos de corte conservador. Ahora bien, la mayor influencia política de las iglesias evangélicas se ha podido consolidar gracias al voto sin fisuras de sus fieles, que siguen disciplinadamente las indicaciones de sus pastores y la de los medios de prensa y las redes sociales de sus comunidades. Gracias a su mayor poderío su voz se oye con fuerza, lo que algunas veces les ha permitido censurar iniciativas culturales o educativas contrarias a sus intereses. Esta mayor influencia también descansa en el estado de creciente desafección con la democracia, lo que ha acrecentado su discurso antisistema y antipartidos.