Pavin Chachavalpongpun
Profesor adjunto en el Centro de Estudios del Sudeste Asiático de la Kyoto University
Han pasado ya varias semanas desde las elecciones nacionales del 24 de marzo del 2019 en Tailandia, y sin embargo el país permanece en un estado de peligrosa incertidumbre. La junta de gobierno todavía tiene que confirmar los resultados, y ha dejado a los tailandeses con la preocupación de qué sucederá a continuación. Una cosa, sin embargo, ha quedado clara: estas elecciones, que supuestamente tenían que acercar más a Tailandia a una transición democrática, han hecho todo lo contrario.
Las elecciones, que supuestamente tenían que acercar más a Tailandia a una transición democrática, han hecho todo lo contrario
Los comicios eran las primeras elecciones a nivel nacional desde el golpe del 2014 que derrocó al gobierno electo de Yingluck Shinawatra. En el período inmediatamente anterior a las últimas elecciones, los generales tailandeses han prescindido de sus uniformes y han adoptado un nuevo look civil, sugiriendo que el ejército está abandonando la política.
De todos modos, la demora en la publicación de los resultados sugiere que el gobierno militar del líder de la junta, Prayuth Chan-o-cha, no está dispuesto a ceder el poder en el corto plazo. Las cifras provisionales ponen de manifiesto que el Pheu Thai Party (Partido para los Tailandeses), un apoderado del ex primer ministro depuesto Thaksin Shinawatra, obtuvo la mayoría de escaños parlamentarios, lo que le haría elegible para formar una coalición gubernamental.
Pero el recuento de los votos puede ser algo complicado. De manera milagrosa, la Comisión Electoral descubrió varias papeletas suplementarias que elevaban el total de votos obtenidos por diversas formaciones, incluido, sin que nadie se sorprendiera por ello, el partido pro-junta de Palang Pracharat (Poder Estatal del Pueblo). Habiendo obtenido aparentemente el mayor número de votos —8,43 millones (aproximadamente el 24%)— Palang Pracharat reclama el derecho a formar gobierno, pese a obtener solo 118 escaños, 19 menos que el partido de Thaksin.
Los partidos de la oposición están discutiendo intensamente la formación de una alianza anti-junta que prepare el terreno para una coalición gubernamental pro-democracia cuyo principal objetivo sería la desmilitarización de la política tailandesa. Pero el camino que lleva a este objetivo es pedregoso. Incluso en el caso de que consiga formarse un gobierno, hay muchos escollos a superar. La constitución empodera al Senado por encima de la Cámara de Representantes, y todos los miembros del Senado han sido designados por la junta militar. Ello haría el trabajo del gobierno anti-junta extraordinariamente difícil.
Por consiguiente, es más probable que Tailandia acabe con un nuevo gobierno formado por partidos pro-junta y que Prayuth vuelva a ser primer ministro. En consecuencia, la influencia militar seguirá intacta. No habiendo conseguido las elecciones poner en marcha una transición muy necesaria, Tailandia se parece aún más a Myanmar, donde el gobierno ha mantenido su posición de poder en la política.
Los casi cinco años de gobierno de la junta han hecho todavía más profundo el predominio del ejército sobre el paisaje político tailandés. El actual aspecto civil del gobierno es engañoso; en realidad es un mero camuflaje que disimula el continuo ejercicio del poder por parte del ejército.
Y el rey Maha Vajiralongkorn, ¿podrá resolver este impasse político? El mes pasado, otro partido pro-Thaksin desafió a la casa real nombrando a la princesa Ubolratana, perteneciente a la familia real pero ahora proscrita, como candidata del partido a primera ministra. Casi inmediatamente, el rey emitió un comunicado condenando la iniciativa; el Tribunal Constitucional siguió rápidamente sus pasos disolviendo al partido, el Thai Raksa Chart. Por lo tanto, el rey ya ha intervenido directamente en política.
Más recientemente el monarca ha ido un poco más lejos, despojando a Thaksin de todas sus condecoraciones reales, resaltando de este modo el renovado antagonismo entre la monarquía y el bando de Thaksin. El general Apirat Kongsompong, el jefe del ejército, ha respaldado al bando real en esta disputa y ha calificado al movimiento democrático como una amenaza tanto a la seguridad de la nación como a la monarquía.
El ejército y la monarquía dependen el uno del otro. Puede afirmarse que la junta orquestó el golpe del 2014 para controlar la sucesión real y no dejarla en manos de un gobierno dirigido por Thaksin. La junta ha creado deliberadamente el interregno parlamentario como táctica dilatoria para minar la victoria electoral de la facción Thaksin. Pero puede que no sea consciente de que también ha minado la confianza del pueblo en el proceso electoral. Y cuando la confianza se haya desvanecido del todo, puede que la sustituya el malestar social.