
William Davison
Analista sénior del International Crisis Group
La comunidad internacional siempre parece dispuesta a representar a Etiopía con un relato nítido y conciso. Hace unas décadas era la encarnación de la pobreza en el “Tercer Mundo”. Más recientemente, ha sido la “fotografía de portada” emblemática del progreso rápido. Y ahora, con Abiy Ahmed, el primer ministro laureado con el premio Nobel, se sitúa a la vanguardia de una acción liberal democrática de defensa frente al autoritarismo emergente. La realidad es, por supuesto, más compleja.
Las protestas antigubernamentales del 2015 catapultaron al poder en el 2018 al antiguo oficial militar Abiy. El joven primer ministro, que ascendió rápidamente en el escalafón del partido gobernante en la región de Oromia, ha gobernado desde entonces con audacia, consolidando una amnistía general y tendiendo la mano con éxito al gobierno de Eritrea hasta conseguir una distensión, lo que le valió la concesión del Nobel de la Paz.
Abiy ha esbozado la idea de una Etiopía liberal y partidaria del libre comercio como un gigante continental, impulsado por su filosofía personal, expresada en el concepto de medemer, (algo así como “suma”, procedente del amhárico) que promueve el compromiso y la colaboración. A nivel nacional, busca una nueva era de gobiernos responsables y política multipartidista. Pero la agenda exterior carece de coherencia y de peso, y el paisaje doméstico está plagado de obstáculos.
Económicamente, el gobierno redujo el endeudamiento externo en el momento en que el derroche estructural que impulsaba el crecimiento llegó a su fin cuando los ingresos procedentes de las exportaciones no lograron mantener el ritmo de los requerimientos del servicio de la deuda. En colaboración con el Banco Mundial y con el FMI, actualmente se enfatizan medidas para mejorar las condiciones para las empresas, como una mayor disponibilidad de créditos y el fin del monopolio gubernamental en las telecomunicaciones, e implementando medidas para atraer inversión privada a los sectores dominados por el estado, como la energía, la logística, el azúcar y los ferrocarriles. La idea es que la inversión privada recoja el testigo allí donde lo dejó la inversión pública.
Abiy ha esbozado la idea de una Etiopía liberal y partidaria del libre comercio como un gigante continental
En el ámbito del comercio se da una situación similar. Los antiguos dirigentes etíopes impusieron aranceles y barreras reguladoras para fomentar las industrias domésticas y generar ingresos. El nuevo plan es acelerar la incorporación a la OMC y la participación en el Área Continental Africana de Libre Comercio. Etiopía también ha fomentado la integración regional, consecuencia de la próspera relación que mantiene Abiy con los dirigentes de Somalia y Eritrea.
Este triunvirato surgió después de que la oferta de paz que hizo Abiy en el 2018 a Isaias Afwerki fuese aceptada, en parte debido a que el autócrata eritreo consideró que el nuevo liderazgo de Addis Abeba estaba alineado contra su principal enemigo, el partido gobernante en la región etíope de Tigray. En Somalia, Abiy se inclinó por mejorar relaciones con Mogadiscio, en detrimento de los lazos que mantenía anteriormente con los gobiernos regionales de ese país. El deseo de una mejora en la interacción multilateral blanda va acompañado de un ambicioso plan para intensificar el poder fuerte unilateral de Etiopía, incluida la adquisición de una flota para la nación sin salida al mar más poblada del mundo.
Un problema para Abiy es que está hasta cierto punto en deuda con el movimiento de protesta que le llevó al poder, lo que significa que se ve sometido a presiones por parte de los nacionalistas de Oromia. Sin embargo, en la polarizada federación multinacional de Etiopía, apaciguar a esta parte del electorado equivaldría a perturbar a aquellos que ven en el etnonacionalismo un virus que ataca al Estado etíope.
Más concretamente, Abiy ha tratado de arrastrar a Etiopía a una nueva era sustituyendo al desacreditado y dividido frente de partidos regionales por un solo partido nacional, pero esto solo ha servido para tapar las divisiones etnoregionales, y ha provocado la desilusión de los etnonacionalistas con su forma de gobernar. En medio de una transición caótica y violenta, y a medida que se acercan las elecciones, el gobernante Partido de la Prosperidad y su líder tienen que hacer frente a un importante reto electoral, especialmente en Oromia. Todos los indicios apuntan a que esta amenaza topará con la represión estatal que tanto ha criticado Abiy. Es muy posible que ello consolide el gobierno del premio Nobel de la Paz, pero también salpicará inevitablemente su brillante reputación internacional.