
Dmitri Trenin
Director del Carnegie Moscow Center y autor de Russia, a Concise History of the Last 120 Years (Polity Press, Cambridge, UK, 2019)
La crisis de la covid-19 lo puso casi todo a prueba repentinamente en la política global, incluido el estado de las relaciones sino-rusas. Recientemente, Rusia se ha convertido en un destino popular para los turistas chinos, así que cuando en enero del 2020 el coronavirus empezó a propagarse rápidamente por China, las autoridades rusas pidieron a los turistas chinos que se fueran. En febrero, Moscú ordenó cerrar la frontera de 4.300 km de longitud que separa a los dos países. E inicialmente Beijing no vio con buenos ojos estas medidas tomadas por su aliado estratégico. Hubo críticas en los medios de comunicación controlados por el estado, y una protesta formal por parte de la embajada china en Moscú acerca del perfil étnico con que las autoridades rusas trataban a los turistas chinos.
Pero el virus no ha conseguido infectar la relación. Incluso mientras Rusia se estaba asegurando de que los turistas chinos abandonasen de inmediato su territorio, estaba ya enviando un simbólico avión cargado de mascarillas protectoras a China, que sufría una transitoria escasez de ellas. Los medios de comunicación oficiales rusos empezaron a elogiar a las autoridades chinas por las medidas resolutivas que adoptaron para frenar la propagación de la pandemia. La televisión rusa incluso cedió espacios a la cadena CCTV para emitir informes oficiales chinos de la lucha contra el virus para consumo de la audiencia rusa. No solo no se criticó la gestión de la crisis por parte de Beijing, sino que los canales de noticias rusos denunciaron la propaganda anti-china promovida por funcionarios estadounidenses y se hicieron eco de las afirmaciones por parte de China de que el brote del virus en Wuhan había sido en realidad maquinado por el ejército de EEUU.
A medida que los chinos conseguían mantener la situación bajo control, y que los EEUU se convertían en el foco global de la covid-19, Moscú empezó a contraponer las medidas exitosas de Beijing a los fracasos estadounidenses. El comercio sino-ruso, que había sufrido un duro golpe con el cierre de la frontera, empezó a recuperarse. Vladimir Putin habló con Xi Jinping y China empezó a suministrar mascarillas y otro material sanitario a Rusia, que también estaba empezando a verse afectada por el virus. Además, Rusia siguió el ejemplo de China enviando médicos militares a las zonas de Italia afectadas por el virus e incluso fletó un avión con respiradores y otros materiales a Nueva York. Esto produjo la impresión en Occidente de que China y Rusia estaban utilizando la crisis como una oportunidad para anotarse unas cuantas victorias propagandísticas, capitalizando la lentitud de reacción y la falta de solidaridad de europeos y estadounidenses.
La covid-19 puso de manifiesto que la relación Rusia- China era resiliente frente un shock fuerte y repentino
Nada demuestra mejor las cualidades de una relación que una crisis grave. Las fases iniciales de la crisis de la covid-19 pusieron de manifiesto que la relación Rusia-China era resiliente frente un shock fuerte y repentino. Cada país dio una preferencia absoluta a sus intereses nacionales, pero ambos adoptaron medidas para amortiguar el golpe. La crisis también confirmó la validez de la insistencia rusa y china en el carácter prioritario de la soberanía y reafirmó su oposición conjunta al liderazgo estadounidense. La relación personal entre Putin y Xi, que en muchos sentidos es la que ha propiciado un acercamiento ruso-chino mayor que nunca, se ha visto reafirmada.
Moscú y Beijing seguirán cultivando su entente, un tipo de relación de grandes potencias basado en una convergencia básica de sus puntos de vista oficiales sobre el estado del mundo, y en la coincidencia de algunos intereses nacionales clave. Dicha entente es más estrecha que una simple alianza estratégica, un término del que últimamente se abusa mucho, pero no llega a ser propiamente una alianza. Pese a sus muchas asimetrías por lo que respecta a la dinámica del poder, Rusia se considera a sí misma una gran potencia al lado de China. Por su parte, Beijing, pese a todo su poder económico y financiero, no está claramente en condiciones de ejercer el tipo de tutoría respecto a Rusia que la Unión Soviética ejerció respecto a la República Popular durante su primera década de existencia. Esta situación de estar cerca, pero no tan cerca como para perder capacidad de maniobra, se refleja en la fórmula de facto de la actual relación sino-rusa: no estar nunca en contra del otro, sin estar necesariamente siempre a favor del otro. Como ha demostrado la crisis de la covid-19, esta relación está aquí para quedarse.