Raquel Rolnik
Urbanista y profesora de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de São Paulo. Su libro más reciente es La Guerra de los lugares: la colonización de la tierra urbana y la vivienda por las finanzas, editado por Descontrol en Barcelona, 2018.
Miles de vidas hipotecadas, víctimas subprime de un boom de oferta de crédito que duró más de una década; barrios vacíos, ciudades despobladas; manifestantes que ocuparon calles y espacios públicos durante meses. Las escenas que acabamos de describir —en regiones tan distintas como Europa, Estados Unidos, América Latina, Oriente Medio y Asia— son la expresión y el resultado, a partir de la primera década del siglo XXI, de un largo proceso de deconstrucción de la vivienda y de la ciudad como un bien social y de su transmutación en mercancía y activo financiero. Su alcance va mucho más allá de las señales de crisis financiero-hipotecaria que se originó en 2007 en Estados Unidos y que se propagó en el sistema financiero internacional. Se trata de la incursión de la economía política en el espacio urbano entendido como elemento estructurador de un proceso de transformación de la propia naturaleza y forma de acción del capitalismo. En palabras del geógrafo David Harvey, nos dirigimos a “la nueva era hegemónica de las finanzas, del capital ficticio y del dominio creciente de la extracción de renta sobre el capital productivo”. En este contexto, no es de extrañar que el sector más rápidamente afectado por la crisis haya sido el de la vivienda. Según ha observado la profesora Mariana Fix, esta se ha convertido en una mercancía ficticia cuando las finanzas actuaron sobre ella a través de los fondos de pensión, y por efecto de otras clases de “mercancías ficticias”.
La intensidad de ese cambio trascendental puede ser descrita como un movimiento que transformó una “bella durmiente” —el espacio construido hasta entonces inerte, inmóvil y carente de la liquidez del período de Bretton-Woods— en un «ballet fantástico» del período neoliberal, en el que los activos pasaron de mano en mano por medio de transacciones veloces y constantes. La mutación que acabamos de describir implicó un cambio en el paradigma de la política de vivienda y urbana en casi todos los países del planeta. Formulado en Wall Street y en la City de Londres, e implantado en primer lugar por políticos neoliberales estadounidenses e ingleses a fines de los setenta y comienzos de los ochenta, el cambio en el significado y en el papel económico del espacio construido en general, y de la vivienda en particular, ganó fuerza con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la subsecuente hegemonía del libre mercado. Adoptado por gobiernos o impuesto como condición para que instituciones financieras multilaterales, como el Banco Mundial y el FMI concedieran abundantes préstamos internacionales, el nuevo paradigma se basó principalmente en la implementación de políticas que crean mercados financieros de la vivienda más fuertes y más grandes, con la participación de consumidores de medianos y bajos ingresos, hasta entonces fuera de la ecuación. Está basada también en el diseño de nuevos instrumentos urbanísticos —como los grandes proyectos y parcelas público-privadas— destinados a abrir frentes para esta inmensa masa global de capital financiero, que busca dónde aterrizar para poder multiplicarse y expandirse.
Asistimos a la desarticulación de las políticas de vivienda pública y social, la desestabilización de la seguridad de la tenencia, incluso del alquiler
Este proceso ha sido largamente sustentado por y protagonizado por los Estados, que han promovido todo el marco regulatorio para atraer estos capitales (como por ejemplo, exenciones fiscales o fondos inmobiliarios), y también han destruido las políticas y programas de bienestar social, empujando a la gente —por falta de alternativas— a estos mercados y al endeudamiento.
A pesar de constituir una tendencia generalizada, las estrategias de reestructuración neoliberal inciden sobre configuraciones institucionales, constelaciones de poder sociopolítico y dinámicas espaciales preexistentes; en términos generales, asistimos a la desarticulación de las políticas de vivienda pública y social, la desestabilización de la seguridad de la tenencia, incluso del alquiler, y la conversión de la casa en mercancía y activo financiero. El resultado: una profundización generalizada de la crisis de la vivienda, incluso en los países que no la padecían: bidonvilles en París, proliferación de homeless en Estados Unidos y crisis de la vivienda en todo Europa.