En el momento actual, enfrentamos el reto de medir adecuadamente el impacto del cambio climático que, por su naturaleza, es un fenómeno complejo y multidimensional que difícilmente puede recogerse en un solo mapa, ya que al optar por representar países, pasamos por alto las disparidades entre regiones o colectivos dentro del mismo país, obviando nuevas brechas climáticas que quedan ocultas por la lógica nacional. No obstante, los estados siguen siendo los actores esenciales en la lucha contra el cambio climático, en tanto que marcos legislativos y promotores de políticas públicas. El primer factor a medir respecto a la vulnerabilidad es, naturalmente, el impacto directo de las catástrofes naturales, pero de cerca, lo siguen la capacidad de respuesta política, el impacto negativo sobre la economía o la velocidad sostenida del cambio climático, que por ejemplo, en Canadá dobla la media global. Es por ello que han surgido indicadores «multidimensionales» –como el de ND-GAIN– que comprenden el impacto del cambio climático sobre los alimentos, las infraestructuras,
la salud o los ecosistemas, en un esfuerzo por abarcar el fenómeno en su complejidad.