C. Raja Mohan
Director fundador de Carnegie India, Nueva Delhi
El colapso de la Unión Soviética y el cénit de la Guerra Fría hicieron añicos el universo estratégico de la India. Con la confluencia de presiones para que el país emprendiera la reforma económica y de nuevos retos de seguridad –internos y regionales–, Nueva Delhi reorientó su política exterior. Esta implicó zanjar los grandes déficits económicos y políticos en las relaciones con Estados Unidos, Europa y Japón; normalizar la relación con China; y preservar la esencia de la asociación tradicional con Moscú. Dicha estrategia de “multialineación” se vio favorecida por el hecho de que no estalló ningún conflicto mayor entre las grandes potencias durante la década de 1990.
Ya en los 2000, el rápido ascenso del peso económico indio reforzó la percepción generalizada del país como una “potencia emergente” con peso en el sistema internacional.
Incluso cuando la India intensificó sus relaciones con Estados Unidos y recibió el apoyo de George W. Bush y de Barack Obama, Nueva Delhi mantuvo suspicacias menores acerca del momento unipolar, y fueron muchas las voces políticas y de los responsables de la seguridad nacional que temían que India pudiera convertirse en un “socio subalterno” de Estados Unidos. Por ello, la salvaguarda de la autonomía estratégica y la promoción de la multipolaridad siguieron siendo objetivos importantes de la política exterior india durante las décadas de 1990 y del 2000.
La llegada del primer ministro Narendra Modi al gobierno en 2014, aportó una mayor audacia a la política exterior, que ganó aplomo en la relación con las grandes potencias, y proclamó sin ambages que India ambicionaba convertirse en una “potencia preeminente”. Para ello, abandonó la tradicional ambivalencia respecto a Estados Unidos y profundizó los vínculos defensivos con Washington, esbozando una visión conjunta con el presidente Obama para el litoral Indo-Pacífico. En la misma línea, amplió el compromiso con Japón –que apunta a ser su nuevo socio esencial y puntal de sus aspiraciones regionales y globales– y Australia, ambos aliados de Estados Unidos en la región.
Dicho contexto agudizó las disputas con China y despertó tensiones con Rusia. Beijing vigorizó su relación especial con Pakistán y bloqueó las maniobras indias para entrar en el Grupo de Suministradores Nucleares (GSN), desde donde pretendía presionar a Pakistán para que retirase su apoyo a grupos terroristas contrarios a la India. A Modi, que tenía una actitud más positiva que sus predecesores con respecto a China, no le quedó otra alternativa que concluir que Beijing no iba a acomodarse en modo alguno a los intereses indios. La creciente influencia china en el subcontinente y en el océano Índico, y su actitud inflexible hacia la India, han minado la buena voluntad inicial hacia Beijing. A su vez, han limado las reticencias hacia una asociación con Estados Unidos más estrecha. Tampoco Rusia parece complacida con la proximidad de Delhi y Washington, y en consecuencia vuelve su mirada a Pakistán. Los planes de Moscú de vender armas a Islamabad y de intensificar la cooperación diplomática respecto a Afganistán alimentan la desconfianza india, a pesar de las garantías ofrecidas por el Putin.
India está abierta a construir alianzas en base a su propio interés y de la mano de las grandes potencias y de potencias medias
A diferencia de otras capitales del mundo, en Nueva Delhi hay menos inquietud sobre la nueva administración Trump. No obstante, hay plena consciencia del impacto significativo que puede tener en el equilibrio entre las grandes potencias. Modi y sus asesores están imbuidos de un gran realismo, y se preparan para asistir a incipientes cambios estructurales en el equilibrio de fuerzas. La India está lista para abandonar su antigua casilla por la defensa del no-alineamiento, la autonomía estratégica y la multipolaridad. Está abierta a construir alianzas en su propio interés y, de la mano de las grandes y las medianas potencias proyectarse en Eurasia. Si el tirón de la moralpolitik ha inhibido a la India en el pasado, Nueva Delhi apuesta ahora claramente por un equilibrio de poder basado en la realpolitik.