Gareth Price
Investigador principal asociado del Programa Asia de Chatham House
Más allá de su imagen de paraíso turístico, con su pléyade de playas de aguas turquesa y de soleados resorts-todo- incluido, Islas Maldivas ha experimentado uno de los procesos truncados de transición a la democracia más llamativos del Sur de Asia. Durante treinta años, hasta el 2008, el presidente Abdul Gayoom dirigió con mano de hierro el gobierno, superando una serie comicios en los que era el único candidato autorizado. Durante su mandato, el presidente promovió una reorientación del islam suní moderado, que era mayoritario, hacia posiciones próximas al wahabismo saudí, buscando legitimar su rol como “guardián del islam”, mediante la Ley para la Protección de la Unidad Religiosa de 1994, que ponía trabas a toda religión distinta del islam suní. También se instauraron las primeras escuelas de cultura árabe, libros de texto wahabíes procedentes de Arabia Saudí y becas para estudiar en Egipto, Arabia Saudí y Pakistán.
La política de Maldivas de las dos últimas décadas ha seguido un proceso de manual sobre cómo crear un entorno propicio a la radicalización
Recientemente, el expresidente Mohamed Nasheed afirmó que 200 maldivos han viajado a Siria e Irak para combatir al lado del EI; de ser cierto, supondría que Maldivas es probablemente el país del mundo con más militantes per cápita enrolados en dicha organización. Ello responde a que la política de Maldivas de las dos últimas décadas ha seguido un proceso de manual sobre cómo crear un entorno propicio a la radicalización.
Si bien algunos maldivos ya viajaron a Afganistán a finales de la década de 1990, suposo luego una severa advertencia la participación de maldivos en atentados en Karachi en 2002. Tras el tsunami del Océano Índico del año 2004, diversas organizaciones benéficas islamistas de Pakistán viajaron a las Maldivas para realizar labores humanitarias, y se cree que algunas reclutaron a jóvenes maldivos para llevarlos a estudiar a madrazas pakistaníes.
Si bien la expresión pública del extremismo fue reprimida –y empujada a la clandestinidad–, aumentaban sus expresiones físicas: barbas y abayas. Tras diversos ataques puntuales, en 2007 tuvo lugar un primer atentado con bomba contra un grupo de turistas en la capital, Malé.
La victoria del Partido Democrático de Maldivas (MDP), liderado por Mohammed Nasheed, en las elecciones de 2008, puso fin al régimen de Gayoom, pero no frenó la radicalización, sino más bien al contrario: formó coalición con el partido islamista Adhaalath –que obtuvo el ministerio de Asuntos Islámicos– y puso fin a la censura, dando alas a la divulgación del ideario radical. De nuevo, insurgentes maldivos atentaron en Lahore (2009) y fueron detenidos en Waziristán de camino a Afganistán. En el año 2012, una turba asaltó el Museo Nacional de Malé y destruyó varias estatuas budistas, y aumentaron los atentados contra moderados, ateos y sufíes.
Nasheed fue derrocado en 2012 y su lugar lo ocupó Abdullá Yameen, hermanastro del antiguo presidente Gayoom. A pesar de que este minimizó inicialmente la amenaza del islamismo, pronto la utilizó a su favor para perseguir opositores. En 2014, promulgó una ley antiterrorista que, en los años venideros, sirvió para condenar a Nasheed (13 años de cárcel y ahora exiliado político en Reino Unido), al líder del Partido Adhaalath, Imrán Abdullá (12 años) y tras un atentado contra el barco en el que viajaba el presidente Yameen, en 2015, también a su vicepresidente Ahmed Adeeb (15 años de cárcel). En 2016 promulgó una nueva ley antidifamación que imponía límites a la libertad de expresión. Tras las críticas de la Commonwealth por la deriva del país, Yameen abandonó la organización. En paralelo, la relación con Arabia Saudí es cada vez más estrecha. Riad ha abierto embajada en Malé, ha incrementado su intervención en la formación de los imames maldivos, y ha acordado que ambos países formarán una “unidad religiosa”.
La actitud displicente del gobierno ante el extremismo islámico –en contraste con la mano dura contra la oposición política moderada– no presagia nada bueno. Un ataque a cualquiera de los centros turísticos pondría en peligro a la principal industria del país, aunque de momento, las Maldivas no parecen ser un objetivo estratégico para ninguno de los diversos grupos islamistas. El factor clave, que podría agravar la situación, sería el regreso al país de los ciudadanos maldivos que ahora combaten en Oriente Medio.