
Itxaso Domínguez
Coordinadora para Oriente Próximo y Norte de África en la Fundación Alternativas
Binyamin Netanyahu, el todavía primer ministro de Israel, describe su década a las riendas del país como una “década maravillosa”. El año 2019 ha representado el año de la consolidación de la figura y narrativa del controvertido líder, que el 20 de julio se convirtió en el jefe de gobierno más longevo del país. 2019 ha sido también el año en que sus enredos de corrupción podrían suponer su fin político. Sus maniobras para mantenerse en el poder han secuestrado la arena política israelí, que ha sido escenario de tres elecciones en menos de un año (9 de abril y 17 de septiembre en el 2019, y 2 de marzo del 2020).
Los resultados de los tres comicios arrojan empates entre la derecha y el centro, y una sangría –que ya ha durado años– en la llamada “izquierda”. Se ha producido un desplazamiento del terreno político hacia un discurso abierto e incrementalmente racista e iliberal, alimentado por el propio Netanyahu. Su estilo de liderazgo le ha permitido consolidar relaciones con líderes de dudosas credenciales democráticas, como es el caso de Narendra Modi o Víktor Orbán, pero también con Donald Trump.
El presidente estadounidense dio el último empujón a la narrativa de Bibi. El “acuerdo del siglo” fue presentado el 29 de enero del 2020, sin presencia o asentimiento de ningún representante palestino. En el texto se plasmaban todas las demandas que Bibi había articulado durante años en lo que al conflicto palestino-israelí respecta, en particular la creación de un Estado palestino que en realidad no sería sino un conjunto de islas rodeadas por un mar de soberanía israelí, y la permanencia de colonias cuya presencia viola el derecho internacional.
El “plan de paz” –que no augura paz alguna– no solo servía para impulsar la candidatura electoral de Netanyahu, sino que legitimaba, en línea con lo ya aceptado para los Altos del Golán, la anexión de partes de Cisjordania por parte de las autoridades israelíes. El potencial acuerdo de gobierno de unidad nacional –en negociación en el momento de escribir estas líneas– se refiere explícitamente a esta posibilidad. En contravención del derecho internacional y de los Acuerdos de Oslo, no obstante, Israel ha consolidado a lo largo de estos últimos años su soberanía de facto en la totalidad de la Palestina histórica (también en el caso de la Franja de Gaza, sometida a bloqueo desde el 2006) en lo que algunos denominan “realidad de un Estado”.
Todo indica que se avecina una nueva forma de lucha, que implicará a estados y a la sociedad civil internacional
Una de las hazañas de las que Netanyahu puede vanagloriarse es que, en paralelo con el recrudecimiento de la situación sobre el terreno y con una crisis sin precedentes del movimiento nacional palestino, el conflicto palestinoisraelí ha pasado a ocupar un lugar cada vez menos prominente en la agenda internacional. El conflicto ha sido olvidado más allá de sus fronteras, y progresivamente invisibilizado al interior del país.
La arena política israelí es así testigo de alusiones cada vez más continuas a la posibilidad de anexionar territorios destinados a un futuro Estado palestino. Este escenario ha contribuido a la articulación de una nueva narrativa para contrarrestar esta mentalidad y retomar el camino hacia el fin del conflicto, que lleva años siendo objeto de debate y bebe de la realidad sobre el terreno. Es cada vez mayor el número de organizaciones e intelectuales que definen la situación como una de apartheid. Mientras el debate evoluciona, el crimen internacional de apartheid ha sido alegado, entre otros, por el liderazgo palestino en la investigación abierta por la fiscal de la Corte Internacional de Justicia por supuestos crímenes de guerra, cuyas evoluciones se perfilan como un acontecimiento clave para el territorio mediterráneo en el 2020.
El proceso de Oslo no parece dar más de sí. La narrativa del apartheid presenta empero una serie de ventajas a los ojos de una parte de la sociedad civil palestina: los paralelismos históricos con Sudáfrica y la existencia de regulación internacional ad hoc, la referencia a todo el pueblo palestino, y un posible giro de la conversación hacia valores universales e igualdad de derechos para todos los habitantes de un territorio, y no respecto a las fronteras o debates entre uno y dos estados. Todo indica que se avecina en el horizonte una nueva forma de lucha, que implique no sólo a los estados sino también a la sociedad civil internacional. El año 2020 puede año en el que la comunidad internacional decida también cambiar su marco, o al menos levantar la vista más allá de un proceso de paz infecundo.