
William Davies
Profesor de Economía Política en Goldsmiths, University of London
La salida de Gran Bretaña de la UE el 31 de enero de este año fue la culminación de un movimiento ideológico surgido a finales de la década de 1980, cuando Jacques Delors, entonces presidente de la Comisión Europea, estaba esbozando la idea de una Europa “social”. Delors y otros creían que Europa podía generar un consenso en torno a principios socialdemocráticos que protegerían a los trabajadores y reforzarían la cohesión social. Fue en aquel entonces que Margaret Thatcher y buena parte de los tories pasaron de ser, en líneas generales, “pro-Europa” a ser “anti-Europa”.
Esto es relevante para la situación planteada por el Brexit, porque contribuye a explicar la mentalidad de los euroescépticos conservadores. Para ellos, la armonización reguladora de la UE es un proyecto burocrático y con tintes de socialismo que no se alinea en absoluto con el libre comercio. Esto es, por supuesto, curioso, dado que la integración europea ha ido siempre en el sentido de la integración del mercado, y que la crisis del euro se abordó con medidas típicamente neoliberales y decididamente conservadoras. Y sin embargo, desde la perspectiva de los partidarios del Brexit, la libertad económica solo se producirá con la desintegración de acuerdos internacionales y de convenios reguladores.
Esto es ingenuo y autodestructivo. Demuestra una falta de comprensión de cómo funciona realmente el capitalismo internacional, y –de forma aún más errónea– de cómo funciona el capitalismo británico. Al interpretar la regulación internacional como una restricción de la actividad empresarial, ignora todas las formas en las que esta depende de criterios reguladores, de protecciones y de marcos, sobre todo en muchas de las empresas post-industriales basadas en el conocimiento, de las que depende la economía británica.
Todavía no sabemos cómo serán las futuras relaciones entre Gran Bretaña y Europa, pero en vista de la ideología de los euroescépticos, podemos dar por sentado que Gran Bretaña tratará de tener menos regulaciones y protecciones (por ejemplo, en materia de medio ambiente, laboral y de consumo) que las requeridas en Europa. Esto ha sido desmentido por la administración Johnson, pero el primer ministro es famoso por decir lo que le resulta ventajoso en cada momento.
Fuera de la UE, el Estado británico será menos transparente y menos propenso a rendir cuentas
Está por ver en qué medida Bruselas cooperará con este mercantilismo de des-regulación. Es posible que los brexiters tengan que elegir entre mantener sus ideales decimonónicos del “libre comercio”, la “Gran Bretaña global” y el laissez-faire, o en su lugar optar por acuerdos con la UE que preserven un nivel básico de prosperidad que es necesario para promover los servicios públicos y la cohesión social. Ante esta alternativa, no está nada claro quién adoptará una u otra opción dentro del gobierno conservador.
Aparte de la amenaza que ello representa para la prosperidad británica, no podemos olvidar el continuo perjuicio para la integridad de las instituciones británicas, y el inminente riesgo de una gestión política más patrimonial y clientelista. Johnson ha conseguido ahora la amplia mayoría parlamentaria de la que David Cameron y Theresa May fueron incapaces, lo que le asegura gran autonomía política. Ganó las elecciones basándose en una agenda claramente antipolítica y antiparlamentaria, con un solo eslogan (Get Brexit done) y muy pocos compromisos políticos. Personalmente está muy próximo a los barones de los medios de comunicación, a los fondos de inversión multimillonarios y a las redes globales de la fama y la riqueza. Su interés en ser primer ministro surge principalmente de la satisfacción por ostentar el poder.
Fuera de la UE, el estado británico será menos transparente y menos propenso a rendir cuentas. Su constitución, ya bastante debilitada, que garantiza al legislativo y al judicial una escasa separación del ejecutivo, se ve amenazada por el auge de un sentimiento nacionalista y populista alimentado por los medios de comunicación conservadores y explotado por Johnson.
Lo preocupante, por consiguiente, es que la Gran Bretaña –y en particular Londres– puede convertirse en un lugar muy atractivo para los oligarcas internacionales que buscan dónde colocar su patrimonio sin temor a sufrir una excesiva tributación o fiscalización. Actualmente, la capacidad estatal para afrontar esta forma de capitalismo dinástico se está reduciendo en todo el mundo, pero un hecho como el Brexit la debilita todavía más. Mientras, el futuro económico del Reino Unido, más allá del sudeste de Inglaterra, no está claro. Los escoceses tolerarán cada vez menos las fantasías de los ideólogos ingleses.