Fantu Cheru
Profesor en el Centro de Estudios Africanos de la Universidad de Leiden (Holanda)
Actualmente, la inseguridad alimentaria es uno de los problemas más urgentes a los que tiene que hacer frente el África subsahariana, donde más de la mitad de la población depende de la agricultura de subsistencia como único recurso vital. Este tipo de agricultura está bajo una amenaza masiva debido al crecimiento de la población, a la escasez de tierras y a la creciente degradación ecológica causada por el cambio climático. La constante falta de inversión por parte de los gobiernos nacionales en investigación agrícola, tecnología e infraestructura agrava todavía más la caída en productividad de la agricultura del continente. En consecuencia, África es la única región del mundo en donde no ha conseguido materializarse una “revolución verde” en agricultura, pese a la importancia de esta actividad para la mayoría de africanos.
Recientemente, sin embargo, el problema de la transformación positiva de la agricultura africana ha figurado de manera destacada en la agenda política de los gobiernos nacionales, la Unión Africana y sus socios occidentales para el desarrollo, y de las sociedades filantrópicas privadas, como la Fundación Bill & Belinda Gates. Desde la reunión del año 2002 del G7 en Kananaski, Canadá, los gobiernos occidentales, en coordinación con el Banco Mundial, movilizaron unos 22.000 millones de dólares para ayudar a la agricultura africana, en consonancia con el Plan General de Desarrollo Agrícola para África (CAADP, en inglés), elaborado por la Unión Africana en 2003.
A los tradicionales socios occidentales para el desarrollo se les han unido, sobre todo en 2017, las potencias emergentes del sur. Los actores más notables son China, India y Brasil, que están ampliando su cooperación agrícola con África centrándose sobre todo en la transferencia de tecnologías y de conocimientos que beneficien a los pequeños agricultores. Se ha hecho hincapié en: la capacitación en la gestión de los recursos acuíferos y en los sistemas de irrigación; en combatir las plagas agrícolas; en compartir experiencias sobre tecnologías de tratamiento y almacenamiento; en la cooperación en la gestión del ganado, en las técnicas de reproducción, en el procesamiento de la carne y de los productos lácteos; en pesquerías y acuicultura; y en mejorar la cooperación entre institutos de enseñanza e investigación. Cada uno de estos nuevos socios tiene una ventaja comparativa percibida: China en desarrollo de infraestructuras y en Zonas Económicas Especiales de base rural; India en la “revolución verde” y en aprendizaje intensivo; y Brasil en investigación agrícola.
Los programas de cooperación sur-sur de China, India y Brasil están transfiriendo tecnología agrícola moderna a África
En resumen, los programas de cooperación sur-sur de China, India y Brasil están contribuyendo a la transferencia de tecnología agrícola moderna a África, mejorando infraestructuras rurales como carreteras y sistemas de irrigación, construyendo capacitación autóctona en conocimientos e investigación en agricultura moderna, y ayudando a los gobiernos africanos receptores a superar la brecha financiera actual mediante un mayor acceso a la financiación (tanto pública como privada) que los capacite para invertir en áreas estratégicas y para desbloquear el potencial productivo de la agricultura local.
En última instancia, sin embargo, el impacto real de la cooperación sur-sur en agricultura africana dependerá finalmente de la habilidad de los gobiernos de cada país receptor para maximizar los beneficios de la cooperación y minimizar los riesgos potenciales con la adopción de unas medidas estratégicas regionales y nacionales bien meditadas. Los beneficios de la cooperación sur-sur solo alcanzarán a aquellos estados africanos que hayan adoptado medidas proactivas para explotar las complementariedades entre comercio, inversión y flujos funcionariales con las potencias económicas emergentes del sur. El compromiso estratégico debe decidirse sobre la base de cómo el comercio, la inversión y la ayuda al desarrollo deben promover los intereses nacionales africanos, en el sentido de fomentar el crecimiento económico y los cambios estructurales.