Alfredo G.A. Valladão
Profesor en la Ecole d’Affaires Internationales de Sciences Po (PSIA) e investigador senior del Policy Center for the New South, Rabat
El espacio atlántico, pese (o gracias) a sus muchas crisis económicas, sociales y políticas, se mantiene como el epicentro de una metamorfosis trascendental de la historia mundial. Y así ha sido durante los últimos siglos. Varios clusters estadounidenses y europeos, urbanos y regionales están en la vanguardia de formas innovadoras de producir, consumir y comunicarse. Se trata de una convulsión social tan disruptiva como la que se produjo en los albores del siglo XX. Nuestros probados y acostumbrados estilos de vida, basados en la producción en masa para un consumo de masas sostenido por unos medios de comunicación de masas, están siendo rápidamente suplantados por un nuevo entorno: una producción localizada en red para un consumo a medida o incluso personalizado que prospera gracias a una innovación permanente y a unas redes sociales interactivas. El declive de un paradigma de hace décadas, de grandes empresas, grandes organizaciones sindicales, un gobierno grande y unos grandes medios de comunicación está cuestionando nuestros sistemas políticos e incluso cualquier forma de autoridad o de representación social. Lo viejo se está muriendo y lo nuevo no acaba de nacer. En todo el mundo, sociedades enteras están bajo presión tratando de adaptarse a la nueva era y de crear nuevas formas de gestionar sus destinos políticos y económicos. Algunos sueñan con unos liderazgos autoritarios que puedan hacer retroceder el tiempo. Otros ven una oportunidad de implementar formas dictatoriales de tecno-totalitarismo.
La cuenca atlántica dispone de más posibilidades de superar el reto de las innovaciones tecnológicas y organizativas
El espacio atlántico no es inmune a estas tentaciones. Pero las personas y las instituciones que hay alrededor de la cuenca atlántica —con toda su diversidad y sus contradicciones— disponen de más posibilidades de superar el reto de las innovaciones tecnológicas y organizativas en una dirección que promueva el progreso de las libertades individuales y colectivas. Los sistemas políticos del Atlántico Norte han integrado en su ADN las virtudes de la democracia, el estado de derecho, la primacía de los derechos individuales y sociales, el espíritu emprendedor, la libertad de expresión, información y comunicación… Herramientas todas ellas flexibles y necesarias para sacar partido, de una forma no autoritaria, de la transformadora revolución contemporánea, aun cuando en Europa, nunca deberíamos subestimar la tendencia a deslizarnos hacia regímenes populistas y despóticos. Una química política y social abierta es también una condición sine qua non para desarrollar todas las posibilidades de las nuevas tecnologías y para aprovechar plenamente las innovaciones organizativas e institucionales. Y esto es algo frente a lo que los regímenes autoritarios, que necesitan planificar de antemano el resultado de los procesos disruptivos, no pueden sostener. Lo que la inteligencia artificial puede hacer, también la inteligencia artificial puede deshacerlo.
Hoy, la buena noticia es que en toda la cuenca atlántica está arraigando un consenso básico sobre el valor fundacional de los derechos individuales y de las sociedades abiertas. Las generaciones jóvenes —urbanizadas, muy interconectadas e informadas— están rechazando claramente a sus élites clientelistas, que practican un capitalismo “de compinches”, tanto si son democráticas como si son dictatoriales. Los votantes y los manifestantes de concentraciones de masas organizadas en las redes sociales corean consignas como “¡Echemos a estos inútiles!”. En una reciente manifestación popular en Argelia, el texto estampado en la camiseta de un bebé condensaba el nuevo estado de ánimo: “¡Quiero crecer en una sociedad moderna!”. El electorado latinoamericano pide a gritos libertades y reformas económicas profundas, una administración pública eficiente y el fin de la corrupción endémica y de la violencia urbana. África, sin duda, tiene que hacer frente a unos estados nacionales frágiles y a unas tensiones internas a veces violentas. Pero debido a sus jóvenes y no consolidadas instituciones, los arcaicos intereses creados todavía no están sólidamente arraigados, lo que deja mucho margen para nuevas movilizaciones e iniciativas libres. Las sociedades del Atlántico Sur y del Atlántico Medio están afirmando claramente su determinación a formar parte del nuevo proceso civilizatorio que está barriendo el planeta.
Otras regiones del mundo, en especial el gigante chino, se han lanzado a la carga. Pero sus élites, clientelistas y ávidas de rentas, que hacen valer su poder restringiendo las libertades individuales y colectivas, se enfrentan a unas opciones de desarrollo cada vez más limitadas. El “siglo asiático” se está convirtiendo en una metáfora exagerada, engullida por unos regímenes autoritarios temerosos de perder el control de unos procesos innovadores turbulentos. Sí, los pueblos del Atlántico —del Norte y del Sur— no son ninguna garantía. Pero un mundo futuro capaz de combinar estabilidad y prosperidad económica, justicia social, y libertad individual y política, todavía descansa directamente en el regazo de la vieja cuenca atlántica.