Carmen Romero
Vicesecretaria general adjunta de la OTAN para Diplomacia Pública
“El mundo es más peligroso ahora de lo que lo que lo ha sido en los últimos 20 años y debemos tener capacidad para responder a las amenazas. Debemos invertir en defensa para para poder mantener a nuestras sociedades a salvo” (Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, en Revista Española de Defensa, junio 2016)”.
La enorme capacidad de transformación y adaptación para afrontar los desafíos y amenazas que presenta el escenario estratégico internacional ha marcado a la OTAN en su devenir desde el fin de la guerra fría. Durante ésta, la OTAN fue una alianza estática, una organización defensiva con un importante elemento de disuasión y defensa, el poder nuclear.
Sin embargo, a partir de 1991 asistimos a una transformación sin precedentes que tiene un marcado componente político, la apertura hacia el Este a través de la Asociación y la primera Ampliación, y otro militar, el inicio de operaciones de mantenimiento de la paz en los Balcanes. Es la época de las operaciones “fuera de área”, en la que la OTAN se configura, además, como una organización de seguridad internacional. Más tarde, el terrorismo internacional y los brutales ataques del 11-S provocaron una proyección de la Alianza hacia un escenario mucho más lejano, Afganistán. Allí se inició una operación para que este país dejara de ser un refugio para el terrorismo, y para posibilitar a los afganos la viabilidad de un Estado propio y un futuro con unas fuerzas armadas funcionales. Esta operación, que sigue en curso, es la mayor que la OTAN haya desplegado jamás: implica en la actualidad 39 países aliados y socios con un total de 13.000 soldados; 27 de estos países han anunciado ya sus refuerzos para 2018, para llegar a 16.000 efectivos.
Rusia, un socio que desde 1999 había tenido una relación privilegiada con la Alianza, sorprendió a la comunidad internacional y sobrecogió a la OTAN al anexionarse ilegalmente la península ucraniana de Crimea en marzo de 2014. El orden europeo vigente fue violado flagrantemente, contra todo pronóstico y contra las disposiciones de la Carta Final de Helsinki (1975), la Carta de París (1990), la Declaración de Budapest (1994) y el Acta Fundacional OTAN-Rusia (1999). Rusia no solo no se ha movido un ápice sobre esta apropiación ilegal, sino que además favorece el movimiento separatista que sacude el Este de Ucrania. Mientras tanto, la OTAN se hace oír en el marco del Consejo Rusia-OTAN.
Adicionalmente, la Alianza lleva a cabo una estrategia (reforzada) de disuasión y defensa en el este de Europa, con el consecuente despliegue de fuerzas, que si bien es defensivo, mesurado y proporcionado, no deja de ser una advertencia por si alguno de sus aliados en el frente Este sufriera alguna agresión territorial. Y todo ello en aras de la defensa colectiva que consagran el Tratado de Washington (1949) y el Nuevo Concepto Estratégico (2010).
Pero la OTAN también mira hacia el Sur, donde, en el marco del Desarrollo de Capacidades de Defensa, colabora con sus socios entrenándoles en la lucha contra el terrorismo, como en Irak o en Túnez. Se ha implicado en esta lucha mucho más aún, uniéndose a la coalición internacional contra la organización Estado Islámico (EI). La puerta sigue abierta para ayudar también a Libia a implementar una estructura institucional de defensa.
El nivel de cooperación OTAN-UE es mejor que nunca
Por otro lado, la agenda de la organización se amplía: en la próxima Cumbre de Jefes de Estado de Bruselas en julio de 2018 se prestará atención al esfuerzo inversor en capacidades de los países miembros, al desarrollo intensivo de la Proyección de Estabilidad hacia el Sur y a las relaciones OTAN-UE.
El nivel de cooperación entre estas dos organizaciones es mejor que nunca. Jens Stoltenberg ha señalado que “esta es ahora la norma y no la excepción”, y se basa en la complementariedad, transparencia y respeto a la autonomía de cada organización en su toma de decisiones. Esta cooperación se aglutina en torno a la gestión de crisis, el desarrollo de capacidades militares, incluyendo las de los socios, las amenazas híbridas y la cooperación marítima.
Al escribir estas notas, los ministros de Defensa de veintitrés Estados de la EU firmaban la adopción de la Cooperación Permanente y Estructurada, a la que el secretario general Stoltenberg ha saludado señalando que puede fortalecer la defensa europea, al mismo tiempo que ha insistido en la necesidad de la complementariedad de los esfuerzos de ambas organizaciones.