Jay Naidoo
Exministro en el gabinete de Nelson Mandela. Secretario General fundador del Congreso de Sindicatos Sudafricanos
La liberación de Sudáfrica ha sido aclamada como uno de los milagros políticos del siglo xx. Todos confiábamos en que el triunfo de la democracia, la reconciliación y la paz inauguraría una era que transformaría la vida de nuestro pueblo. Una democracia inclusiva que traería la vida mejor que habíamos prometido a los 55 millones de ciudadanos de nuestro país en 1994, cuando Nelson Mandela fue investido presidente de la nueva democracia.
Si bien las políticas divisivas del apartheid fueron borradas de los estatutos legales, la triste realidad es que el hambre, la pobreza y el desempleo siguen estando presentes treinta años después. La galopante corrupción de la que hemos sido testigos en la última década ha perpetuado una profunda desigualdad racial, que ha dejado a muchos sin servicios básicos. Nuestras ciudades están siendo sesgadas por una planificación espacial que todavía divide a las personas por su raza y su estatus social. La pobreza cada vez más profunda de las áreas rurales causada por la carencia de inversiones, el acceso a la tierra y el cambio climático ha provocado una marea migratoria hacia las ciudades, generando una tensión adicional en unos servicios sociales ya de por sí frágiles.
Sudáfrica no es una excepción. El problema es global, y se necesitan cambios globales fundamentales en los actuales sistemas de gobernanza, democracia, economía y política, unos sistemas en los que está incrustado el patriarcado. En todo el mundo los ciudadanos han dejado de confiar en las instituciones. La gente se siente excluida y el poder de los ciudadanos se ha visto socavado por la concentración de la riqueza en manos de un grupo cada vez menor de personas que actúan desde la sombra de la impunidad.
Después de la Segunda Guerra Mundial, surgieron nuevos sistemas de gobernanza y de asociación basados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el “reconocimiento de que la dignidad inherente y los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana son el fundamento de la libertad, la justicia y la paz en el mundo”.
Hoy la humanidad se encuentra ante otra encrucijada. La pandemia mundial del coronavirus ha apagado efectivamente nuestro mundo. Si bien puede haber causado mayores dificultades para los seres humanos, el resto de las especies con las que compartimos este planeta han florecido. Con suerte, aprenderemos de esta crisis que tenemos que vivir de manera muy diferente y debemos ser conscientes, como guardianes, de esta diversidad del patrimonio natural que siempre hemos dado por sentado.
En Sudáfrica la libertad tiene que contribuir a crear una identidad compartida
Cada vez son más los y las jóvenes que cuestionan la supuesta sabiduría y veracidad del mundo que hemos construido. El principal reto al que nos enfrentamos es el de la emergencia ecológica que amenaza la supervivencia de las generaciones futuras.
Habiendo crecido bajo el apartheid, soy consciente del daño que me causó a mí y a muchas generaciones anteriores. La libertad tiene que contribuir a crear una identidad compartida; hemos de compartir la tierra y la riqueza sobre una base equitativa que abra caminos de esperanza y oportunidades para todos.
Igualmente, a nivel global, se supone que podemos reimaginar un mundo sin codicia y sin guerras. El pasado año hemos visto el surgimiento de un nuevo arquetipo: la energía de la juventud. Fue el año en que Greta Thunberg conquistó nuestra imaginación con las palabras que dirigió a los líderes mundiales en las Naciones Unidas. “Os dirigís a nosotros los jóvenes pidiéndonos que tengamos esperanza. ¿Cómo os atrevéis? Me habéis robado mis sueños, mi infancia…”
Todos hemos de hacer frente a este reto. Hemos de entender qué significa “ser humano”, por qué estamos aquí en la Madre Tierra, cuál es el sentido de la vida. Es obvio que no podemos abandonar nuestra tutela y nuestra protección de todas las especies vivas y de nuestro entorno. Es obvio que no se trata solo de cambiar el sistema. Hemos de cambiar al ser humano. Hemos de reimaginar los valores que consagramos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y todas las nobles intenciones que hemos puesto en las muchas resoluciones que hemos acordado por medio de las Naciones Unidas y de los procesos nacionales, si queremos avanzar por la senda que lleva a un futuro pacífico, justo y sostenible.
La cuestión clave es si tenemos el coraje y la convicción para repensar el modo en que vivimos, y para compartir nuestro planeta con todas las especies vivas. Como decía Mandela de un modo sumamente elocuente: “Siempre parece imposible hasta que se hace realidad”.