Monde Muyangwa
Directora del Programa África del Wilson Center
A finales del 2018, miles de sudaneses salieron a la calle para protestar, inicialmente por una economía que había entrado en barrena y estaba fuera de control, y en la que productos básicos, como el pan y los medicamentos, estaban fuera del alcance de los ciudadanos de a pie. Las protestas cobraron fuerza en el 2019 y confluyeron en la creación de las Fuerzas por la Libertad y el Cambio (FFC), una coalición que abarca a todos los sectores de la sociedad sudanesa, para canalizar sus demandas. Omar al-Bashir, que había gobernado el Sudán durante casi 30 años, fue derrocado en abril del 2019. Sin embargo, esto no puso fin a las manifestaciones. El movimiento popular no pudo ser contenido, ni siquiera por el ejército sudanés, que formó un Consejo Militar de Transición (TMC) y trató de sofocar las protestas, lo que tuvo como resultado numerosas muertes. Finalmente, el pueblo y los militares llegaron a un acuerdo en el mes de agosto para compartir el poder, lo que permitió a Sudán iniciar su viaje de transformación hacia un sistema de gobernanza centrado en el pueblo. Hay un camino largo y difícil por delante antes de alcanzar este objetivo. Pero también hay mucho que admirar y que aprender en el movimiento pro-democracia del Sudán. Tres lecciones destacan en dicho movimiento.
Primero, el movimiento de protesta rehusó cualquier propuesta que no supusiera un cambio transformativo del sistema. Los manifestantes estaban convencidos de que destituir a al-Bashir sin reformar el sistema de gobernanza sería un cambio circunstancial: tanto el líder como el sistema tenían que ser sustituidos para que se produjera una auténtica transformación. La lección para el continente y para sus socios es la necesidad de comprender las causas fundamentales, el motor y los símbolos de una “buena/mala” gobernanza, y la necesidad imperativa de cambiar estos tres factores para establecer y consolidar una buena gobernanza.
Segundo, uno de los aspectos más llamativos del movimiento pro-democracia fue el papel que tenían en el mismo las mujeres. Estuvieron en primera fila y en el corazón de las manifestaciones, y según diversas estimaciones, eran casi el 70% de los manifestantes. El papel primordial de las mujeres –de varias generaciones– debería llevar a los gobiernos africanos y a la comunidad internacional a reconsiderar sus análisis de las mujeres africanas –particularmente de las musulmanas– como agentes del cambio, y a los decisores políticos a ponerse al corriente de la evolución de la dinámica de los géneros en el continente. Esto debería contribuir a determinar la mejor vía de acceso para respaldar y potenciar el papel de las mujeres en el Sudán y en África en general. Igualmente, deberían tomarse medidas para garantizar que las mujeres –y los temas de género concretos que motivaron su papel en las protestas– no serán relegados al asiento trasero de la transformación del Sudán. Las mujeres tienen que estar presentes y activas, y sus problemas han de ser abordados a medida que el país avanza.
La comunidad internacional debería facilitar la transformación democrática en este y en otros países
Tercero, la comunidad internacional se ha dado cuenta de que a comienzos del 2019, se alcanzó un punto de inflexión y que es muy probable que el “poder del pueblo” prevalezca en el Sudán. La combinación de un ejército inflexible y de un movimiento popular decidido planteaba la posibilidad de una implosión que podría tener consecuencias regionales generalizadas. En consecuencia, varios gobiernos internacionales respaldaron la destitución de al-Bashir; otros se mostraron críticos con la torpe respuesta del Consejo Militar de Transición a las protestas; mientras que la Unión Africana y las Naciones Unidas se opusieron a la destitución de al-Bashir y a la toma del poder por parte del ejército, y promovieron en cambio una transición dirigida por políticos civiles. La Unión Africana y Etiopía desempeñaron un papel fundamental como mediadores en las negociaciones que resultaron en el acuerdo para compartir el poder de agosto del 2019, que permitió a Sudán empezar a avanzar hacia un futuro democrático. Sudán no tenía que haber llegado nunca al punto de ebullición.
Hoy el país se encuentra en una coyuntura crítica, y la comunidad internacional puede ayudar al proceso, respaldando al gobierno de transición en su empeño de emprender el camino de la transformación. Será un recorrido largo, pero es un compromiso y una inversión que vale la pena llevar a cabo. Igualmente, en el 2019 hubo protestas populares en otros países, como Argelia, Guinea, Egipto y Etiopía. La comunidad internacional debería considerar cómo puede facilitar la transformación democrática en estos y en otros países.