Tara Varma
Directora de la oficina de París e investigadora del European Council on Foreign Relations (ECFR)
Cuando quedó claro que el virus se estaba propagando desde Asia al resto del mundo, el sistema europeo de alerta precoz y respuesta –basándose en la información proporcionada por los estados miembros de la Unión Europea (UE) y las organizaciones internacionales– afirmó que los estados miembros estaban preparados para hacer frente a la pandemia.
Lamentablemente, la magnitud del impacto de la covid-19 pone de manifiesto que la respuesta inicial de la mayoría de estados miembros fue improvisada y descoordinada. Debemos dejar claro en este punto –aunque esto podría cambiar una vez superada la pandemia– que la salud sigue siendo una competencia exclusiva de los estados miembros de la UE. No obstante, una vez se hizo evidente que tanto los estados miembros como los ciudadanos europeos esperaban que la UE proporcionase ayuda material y financiera, su reacción fue relativamente rápida. El Banco Central Europeo abrió una línea de crédito de 750.000 millones de euros, y se activó la solidaridad regional ad hoc, con hospitales alemanes acogiendo a pacientes italianos y franceses, y médicos y enfermeras rumanos desplegándose por Italia, por ejemplo. La Comisión Europea proporcionó una mayor asistencia institucional y coordinación respecto a respiradores mecánicos, tests, mascarillas y personal médico.
Tras la gestión inicial inmediata de la crisis, surgieron los debates en torno a la financiación de dicha ayuda, debates que reproducían y proseguían las anteriores discusiones de comienzos del 2020 sobre el Marco Financiero Plurianual (MFP). Estos debates pueden resumirse esquemáticamente en torno a la fractura entre un Norte rico y un Sur pobre, con el Norte más rico relativamente indemne –especialmente al comienzo del brote de la pandemia– y el Sur más pobre y más duramente golpeado por la crisis, particularmente en España e Italia. Estos dos países apelaron a la solidaridad europea para resarcirse de la situación dramática en que se encontraban y vieron rechazada su petición. La dificultad a la hora de reconciliar estas visiones divergentes para Europa se debe a que, para los europeos del Sur, lo que está en juego no es solamente la supervivencia del proyecto europeo sino también de la de sus propios ciudadanos. Mientras, los políticos del Norte sostienen que no es necesario precipitarse a emitir deuda pública conjunta para proporcionarles ayuda. Lo que para el Sur sería una solución técnica a un problema político es percibido en el Norte como una solución política a un problema técnico. Los países del Sur tienen motivos adicionales para estar preocupados: el rescate de la última crisis financiera implicó para ellos la adopción de medidas de austeridad que en parte explican el actual estado calamitoso de sus sistemas sanitarios. El presidente francés Emmanuel Macron trató inicialmente de encontrar una tercera vía intermedia entre el Norte y el Sur, sugiriendo que los eurobonos podían ser la solución. La propuesta no prosperó, pero Macron y otros líderes afines a su visión hicieron un esfuerzo considerable para que la sostenibilidad financiera y la solidaridad fuesen de la mano.
Con el motor franco-alemán de nuevo en marcha y con un acuerdo financiero con la solidaridad como objetivo primordial, podríamos asistir al amanecer de una Europa más fuerte
En un intento de salir de este punto muerto, el 18 de mayo del 2020, la canciller alemana Angela Merkel y el presidente Macron presentaron una propuesta conjunta franco-alemana, que propugnaba la transferencia de fondos desde los países más ricos a los más necesitados. Este fondo común para la recuperación de 500.000 millones de euros sería nutrido con dinero prestado de manera colectiva a la Unión Europea en su conjunto. Así pues, el 27 de mayo del 2020, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, presentó una propuesta consistente en 500.000 millones de euros en ayudas y 250.000 millones de euros en préstamos, siguiendo los pasos de la propuesta franco-alemana y para salvar las diferencias con los “cuatro frugales”: Dinamarca, Países Bajos, Austria y Suecia. Los “frugales” han expresado ya su escepticismo ante la propuesta franco-alemana, y la reunión del Consejo Europeo de junio del 2020 se centrará sin duda en estas negociaciones. Si la propuesta de la Comisión es aceptada, constituiría un progreso real y un trampolín en los intentos de relanzar la integración europea.
De hecho, con el motor franco-alemán de nuevo en marcha y con un acuerdo financiero en el que la solidaridad sería un objetivo primordial, podríamos asistir al amanecer de una Europa más fuerte y estratégicamente soberana. Una Europa que necesita luchar por el multilateralismo, mejorar nuestro sistema de respuesta global a la pandemia y garantizar que la vacuna para la covid-19, una vez que se encuentre, sea considerada un bien común global al alcance de todos.