Jorge A. Schiavon
Profesor investigador del CIDE
La elección de Donald Trump como presidente de EEUU cambiará muchas cosas en la relación México-Estados Unidos; sin embargo, un aspecto que no variará es la vecindad y creciente integración entre ambos países. Por esta razón, los cambios en la era Trump serán más de forma que de fondo. Es por ello que, a pesar de los sobresaltos mediáticos y los enfrentamientos diplomáticos iniciales, las directrices generales de la relación bilateral conocerán pocas modificaciones en los próximos años.
Históricamente, y como resultado de la asimetría de poder con Estados Unidos, la máxima prioridad de la política exterior mexicana ha sido siempre contener, en lo posible, la hegemonía estadounidense, para maximizar su soberanía nacional; México ha entendido su soberanía como la defensa de la integridad territorial y la definición libre, autónoma e independiente, sin injerencia externa, de su forma de gobierno, de las políticas públicas domésticas, y de la política exterior con otros estados y actores internacionales.
Existe un espacio de intersección entre las prioridades de las políticas exteriores de ambos países: un Estado mexicano con márgenes de autonomía, pero que garantice la estabilidad interna y la seguridad de la frontera sur de EEUU
Desde hace casi un siglo, la prioridad de la política estadounidense hacia México ha sido, y hasta hoy, mantener la estabilidad y seguridad en su frontera sur, mediante: el establecimiento de un régimen político relativamente estable en México; el desinterés de EEUU en desplazar territorialmente su frontera hacia el sur; y el creciente costo de una intervención directa en suelo mexicano. Así pues, existe un espacio de intersección entre las prioridades de las políticas exteriores de ambos países: un Estado mexicano con márgenes de autonomía, pero que garantice la estabilidad interna y la seguridad de la frontera sur de Estados Unidos. Por lo tanto, cuanto mayor sea la capacidad de México para satisfacer ese objetivo, mayores serán sus márgenes de autonomía. Por contra, si no cumple, Estados Unidos le presionará para que modifique sus políticas y se reduzcan así esos niveles de autonomía.
En sus primeras semanas en la Casa Blanca Trump ha dejado claro que las líneas de su política exterior hacia México serán las mismas que promovió durante la campaña electoral: construcción de un muro —que supuestamente debe pagar México—, deportación masiva de inmigrantes indocumentados, y la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). En los dos primeros casos, estas políticas no son novedosas ni generaron en el pasado enfrentamientos bilaterales de importancia: en los últimos lustros se han construido ya más de 1.000 km de muro en la frontera común (un tercio de la linde compartida), y en cuanto a las deportaciones de mexicanos, fueron de más de 2,8 millones de personas durante los ocho años de presidencia de Obama. Finalmente, también la renegociación del TLCAN era previsible, dado que formaba parte de las propuestas electorales tanto de Trump como de Hillary Clinton.
Así pues, las presiones diplomáticas de Trump a México responden a la percepción de que México no está garantizando plenamente la seguridad y estabilidad en la frontera. El conflicto viene más por la forma como Trump ha manifestado sus posiciones (a través de twitter, entrevistas o conferencias de prensa, en vez de usar los canales diplomáticos), que por el fondo de las mismas.
En suma, con la administración Trump se mantendrán las mismas prioridades de política exterior en los dos países, aunque se expresarán con mayor intensidad. La integración silenciosa seguirá institucionalizándose y habrá cooperación cuando exista consenso para ello. En paralelo, habrá colaboración discreta en aquellos asuntos polémicos —pero trascendentes para Estados Unidos— en la dimensión de la seguridad, como los tres arriba mencionados. Esto se acompañará de sobresaltos públicos y mediáticos (si el tono y la forma de las declaraciones de Trump no cambian). Pero eso no privará de una cooperación, aunque discreta, una vez que se ratifiquen los nombramientos burocráticos de la nueva Administración. Así, no se esperan cambios profundos de paradigma: mayor será la autonomía soberana mexicana cuanto mayor sea la estabilidad y la seguridad fronteriza.Y aunque resulte difícil de imaginar en un contexto tenso como el actual, es posible que esto perdure durante años, sin importar el nombre, el color político o la personalidad del presidente de México o de Estados Unidos.