Lluís Bassets
Columnista de política internacional en El País
Sabemos quién es Donald Trump pero no sabemos qué será la presidencia de Trump. Los indicios disponibles nos dibujan un horizonte tenebroso, para qué ocultarlo. El personaje es de una ignorancia enciclopédica sobre cualquier asunto político interior o internacional, acompañado de una desbordante soberbia narcisista, que constituye su única guía moral e ideológica.
Trump es ante todo un hombre rico y poderoso –arbitrario y voluble como solo pueden serlo los ricos y poderosos–, que usa su dinero y su influencia para darse gusto y encaramarse algo más en el pedestal que se ha construido para él. Desde esa altura, que es ahora la del hombre más poderoso del mundo, se dirige con un lenguaje soez y despreciativo hacia quienes le critican o sencillamente no les gusta. Como personaje público capaz de ganar elecciones, el nuevo presidente es un producto manufacturado en los reality shows y en las redes sociales, que maneja con capacidad provocadora e inigualable. El hombre recién llegado a la Casa Blanca mantiene mucho del empresario despótico que seleccionaba y despedía personal en el concurso “El Aprendiz”, producido por la NBC y en emisión desde 2004.
Trump se mueve como pez en el agua en el esquematismo de los 140 caracteres de twitter, la polarización entre ideas maniqueas, el improperio, el insulto y, directamente, la falsificación. Su presidencia no empezó el 20 de enero sino semanas antes, cuando consiguió a golpe de tuit cambiar los planes de inversiones de la industria automovilística, debilitar el peso mexicano o sembrar el desconcierto diplomático respecto a China.
Arranca con Trump una presidencia muy conflictiva. No solo por las decisiones políticas que ha tomado desde el mismo día de la victoria electoral, sino por su personalidad, llena de flancos débiles que fácilmente pueden conducirle a un impeachment o destitución parlamentaria, para el que se necesitaría el apoyo del Partido Republicano, mayoritario en las dos cámaras.
El primer problema que se le plantea es el conflicto de intereses y el papel de los miembros de su familia en la actividad del gobierno y en la dirección de sus negocios. La fórmula societaria elegida para solventarlo, encargando a sus dos hijos la gestión de sus empresas, nada garantiza respecto a las expectativas de una presidencia en la que intereses públicos y privados fácilmente se mezclarán y confundirán. Trump no ha dado a conocer su declaración de la renta, exhibición que considera una mera manía de los periodistas. Así, estarán bajo sospecha en los próximos cuatro años muchas de las decisiones presidenciales, especialmente las vinculadas con países donde Trump tiene intereses e inversiones.
Respecto al orden internacional, la elección de Trump, incluso antes de su toma de posesión, ha sido una patada en el hormiguero y ha empezado a resquebrajarse la compleja geometría multilateral construida por el liderazgo de Estados Unidos en el siglo XX a partir de las dos victorias, primero sobre el nazismo en la Segunda Guerra Mundial y luego sobre la Unión Soviética en la Guerra Fría. La grieta es especialmente sensible en el multilateralismo comercial, condenado por Trump a causa de su preferencia americana. Pero también afecta a las alianzas estratégicas, sometidas a partir de ahora a una nueva geometría, en la que Rusia ocupa un lugar especial para el magnate americano. Preocupa sobre todo una actitud apaciguadora respecto a las ambiciones de hegemonía rusa sobre su pérdida de su zona de influencia.También sus declaraciones provocadoras con China, que rompen una línea de conducta establecida por Nixon y Kissinger hace cuarenta años. En cuanto a Oriente Próximo, el anunciado traslado de la embajada de EEUU de Tel Aviv a Jerusalén, que ya ha anunciado, significaría de confirmarse la ignición de un virulento incendio en la región.
Con Donald Trump están en cuestión las políticas multilaterales sobre cambio climático, proliferación nuclear o liberalización comercial
Con Donald Trump están en cuestión todas las políticas multilaterales sobre cambio climático, proliferación nuclear o liberalización comercial construidas pacientemente en las últimas décadas, por mor de un presidente dispuesto a lavarse ahora las manos sobre el futuro del planeta después de que su país lo ha liderado y modelado en conformidad con sus ideas y valores durante setenta años.