Ana Falú
Arquitecta, urbanista, feminista. Profesora Emérita, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
Las protestas feministas en el mundo –#8M, #NiUnaMenos o #Metoo, entre otras– se constituyen en hitos de las voces de las mujeres que luchan por sus derechos, por la justicia social. Las mujeres se expresan como nuevos y potentes sujetos políticos. Sin embargo, la covid-19, que genera incertidumbres y temores a nivel global, evidencia la persistencia de las desigualdades de género que afectan a las mujeres y la población LGTBIQ. En plena pandemia, muchas mujeres están aisladas con sus agresores y la violencia bate récords; al mismo tiempo son mayoría las trabajadoras en la atención sanitaria.
La pandemia se expresa con más virulencia en las grandes ciudades, en aglomerados de impúdicas desigualdades que deben ocupar el centro de las agendas de lucha contra la pandemia. Es lo que denuncia Rita Segato1 como la “dueñidad”, de bienes y cuerpos: ciudades paradigma de las injusticias territoriales, con lógicas que adquieren una expresión en cada fragmento de la ciudad desigual, de territorios que expulsan, de fronteras interiores2, las que naturalizan las segregaciones, en las que se erigen fronteras tangibles o intangibles. En estos momentos quedarse en casa es un ejercicio de compromiso político con el colectivo social. La pandemia del coronavirus evidenció la crisis habitacional y de condiciones del hábitat de las mayorías. Cuando hay hacinamiento, acompañado de carencias y pobreza, quedarse en casa no es la solución. En este contexto, el barrio y la comunidad aparecen como espacios de protección. Cuando la covid-19 entra en los territorios marcados por la pobreza, el contagio se reproduce a alta velocidad, como es el caso de “Villa 31”, el asentamiento informal en Buenos Aires, en un país, Argentina, que ha logrado aplanar la curva con un bajísimo número de infectados y muertes. El desarrollo de una solidaridad potenciada, esto es, lo colectivo o las redes comunitarias, refuerza la cohesión social y mitiga los efectos de las crisis.
Las mujeres son las cuidadoras, son mayoría en el personal sanitario, en los supermercados y en las farmacias. También son mayoría entre las gestoras de las actividades colectivas en los barrios y, en sus casas, son las principales responsables del cuidado de la infancia, ancianos y discapacitados. Esta situación se agrava en los hogares bajo responsabilidad única de las mujeres: “Estoy desbordada” alegan las que pasan el día respondiendo a demandas que se multiplican adinfinitum entre tareas escolares, teletrabajo (si lo hay) y el sostenimiento emocional ante la incertidumbre. Empobrecidas por sistemas económicos que las expulsan, su bien más escaso es el tiempo; muchas acaban en trabajos informales, dentro de un perverso sistema en que si no trabajan no comen. Ante tal situación, se hace prioritario reconocer el cuidado, incluir la corresponsabilidad, ponderar el trabajo doméstico: el cuidado como derecho, como bien social.
Necesitamos interpelar las políticas de la emergencia en clave feminista
El aislamiento social agrava y profundiza las situaciones de violencia doméstica. Mayoritariamente contra mujeres, pero también contra la infancia y los ancianos. Ante esta realidad es primordial promover en cada barrio una escucha solidaria para actuar ante las violencias, que son la mayor expresión del patriarcado. No basta con las denuncias, son necesarias también políticas activas y campañas que involucren a la comunidad. En el ámbito público, crece el número de feminicidios; se trata de una criminalidad en los cuerpos de las mujeres que no reconoce clase, ni razas, ni edades; el miedo regula la vida. En Argentina, se han producido 23 asesinatos en tan solo 30 días de cuarentena por la pandemia. Los cuerpos de las mujeres se han transformado en cuerpos políticos.
La crisis requiere compromiso político: “recuperar la politicidad de lo doméstico, domesticar la gestión, hacer que administrar sea equivalente a cuidar”3. También pide generar justicia espacial en la redistribución de los bienes urbanos. La gestión de la postpandemia deberá dar cuenta de la desigualdad y de la diversidad; ninguna estrategia será acertada si no considera a las mujeres damnificadas por sus identidades diversas: etnias, clase, edad o identidades sexuales, entre otras. Necesitamos interpelar las políticas de la emergencia en clave feminista, reconocer la omisión de las mujeres y la diversidad, y exhortar la persistencia de la subvaloración patriarcal y androcéntrica generalizada en nuestra sociedad y en las políticas públicas.
- Segato, Rita. Contra-pedagogías de la crueldad. Buenos Aires: Prometeo Libros, 2018, p. 142.
- Sassen, Saskia; Edgar Pieterse. “Cities and Social Progress”. Rethinking Society for the 21st Century: Report of the International Panel on Social Progress, capítulo 5. Cambridge Press, 2018, p. 187-227.
- Segato, Rita. Coronavirus, todos somos mortales. Mimeo, abril 2020.