Seán Golden
Investigador Sénior Asociado, CIDOB
De manera creciente y en torno a sucesos que abarcan desde las protestas de Hong Kong a la gestión de la crisis de la covid-19, el modelo chino de gobierno y sus particularidades son objeto de debate. En particular, los sucesos acaecidos en Hong Kong a finales del 2019 plantean la dificultad de casar el autoritarismo tecnocrático de China con la democracia representativa liberal. Una importante diferencia de percepción que complica mucho esta transición es el énfasis que pone la tradición política china en la meritocracia, en contraposición con el énfasis euroamericano en el sufragio y las elecciones. En China, la gente está acostumbrada a ser seleccionada, y no a ser elegida. Los británicos no consolidaron la democracia en Hong Kong mientras fue su colonia. La Ley Básica que prometía 50 años de no interferencia por parte de la RPCh estableció el sufragio universal parcial pero no la elección directa del ejecutivo, cuyos candidatos eran cribados; muchos legisladores eran elegidos por grupos de interés. Es un sistema que desconfía claramente del “pueblo”. Entre los precedentes liberal democráticos se cuentan el Colegio Electoral de Estados Unidos y la Cámara de los Lores del Reino Unido. El concepto de “un país, dos sistemas” consagrado en la Ley Básica –algo sin precedentes en un estado soberano– está dando muestras de agotamiento. Cuando Hong Kong fue entregado en 1997, ello fue un ejemplo de “ambigüedad constructiva”, pues no estaba nada claro cuál era el sistema que iba a converger: si la RPCh iba a imitar a Hong Kong o al revés.
La entrega no descolonizó a Hong Kong ni desmanteló a la oligarquía financiera que, bajo el dominio británico, favoreció un laissez-faire extremo, preservada por la Ley Básica inherentemente contradictoria: el mantenimiento de la integridad territorial de China se opone a la plena autonomía de Hong Kong. También hay un aspecto identitario en las protestas: el lenguaje y la cultura cantoneses se diluyen por culpa de la influencia demográfica y cultural del lenguaje y la cultura mandarín de la China continental. Esto confiere un tinte xenofóbico e irónicamente antichino al movimiento de protesta.
La crisis de Hong Kong pone de manifiesto esta desconexión entre la visión de las élites políticas y los anhelos de la sociedad
La política china de “preservación de la estabilidad” en Xinjiang ha llevado al reclutamiento forzoso de la “reeducación por el trabajo” a una escala masiva de la población uigur autóctona. Los signos de identidad étnicos, lingüísticos y religiosos distinguen claramente a los uigures de los chinos de etnia han (los uigures son musulmanes, pero no todos los musulmanes de China están sometidos a la “reeducación”). Hong Kong fue una sociedad “modernizada” por la imposición de una política económica ultraliberal mediante la colonización extranjera. Xinjiang pasó por una fase de desarrollo igualitario radical maoísta, seguida de una de economía de mercado “con características socialistas” que ha favorecido más a los recién llegados que a los residentes uigures. En parte, los campos de reeducación por el trabajo fueron diseñados para impartir una formación vocacional cuyo objetivo era mitigar este problema, pero también como respuesta al yihadismo radical transnacional. Junto con un enfoque totalitario a la vigilancia preventiva de la comunidad uigur, la pretensión es impedir el terrorismo “autóctono” mediante el contra-adoctrinamiento. Las democracias liberales también tienen el problema del terrorismo local y todavía no han hallado una solución factible. La habilidad china para aplicar políticas de “preservación de la estabilidad” en Xinjiang evidencia el abismo entre gobernar un territorio continental con métodos desarrollados para una revolución leninista, y gobernar una sociedad compleja y modernizada en Hong Kong mediante “características socialistas”.
Cuando el objetivo primario del Partido en el continente era garantizar comida y alojamiento para todos, había un consenso general respecto a las prioridades. Pero una vez alcanzado este objetivo, este consenso general se interrumpió debido a las expectativas generadas por el éxito de la fase precedente. China ahora tiene que conciliar una pluralidad de demandas y de grupos de interés incompatibles. Adaptar el modelo de gobierno a las realidades de una sociedad compleja en un país moderno y desarrollado es un desafío impresionante. La crisis de Hong Kong pone de manifiesto esta desconexión entre la visión de las élites políticas y los anhelos de la sociedad. Los manifestantes de Hong Kong dan por descontadas muchas garantías legales que la RPCh –y los habitantes de China Continental– todavía no contemplan. Está por ver si el “modelo chino” neo-maoísta de Xi Jinping será capaz de resolver estas contradicciones.