XAVIER ROMERO VIDAL
Departamento de Política y Estudios Internacionales, University of Cambridge y Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Carlos III, Madrid
La teoría de la «paz democrática» sostiene que las democracias tienden a evitar el conflicto armado con otras democracias, un argumento que ha sido corroborado empíricamente por estudios de ciencia política y relaciones internacionales. Los motivos por los cuales las democracias son más reticentes a luchar entre ellas han sido ampliamente discutidos, con especial énfasis en las relaciones de interdependencia establecidas, así como los valores y el respeto mutuo. Pero, ¿qué piensa de ello la opinión pública? Las encuestas muestran que los ciudadanos se muestran más dispuestos a entrar en un conflicto contra dictaduras que contra otras democracias. De ello se desprende que las opiniones de los ciudadanos sobre potencias extranjeras no solo influyen en las decisiones gubernamentales en el ámbito internacional, sino que también pueden ser un indicador de la legitimidad que subyace a los distintos regímenes políticos. Afirmamos pues que las percepciones de los ciudadanos sobre otros países son un eslabón crucial del engranaje que conecta el poder blando con el poder duro.
Hasta la fecha, el estudio empírico de las percepciones de los ciudadanos sobre otros países se ha visto limitado por la falta de datos comparables a lo largo del tiempo y entre territorios. Sin embargo, combinando distintas fuentes de datos, un grupo de investigadores de la Universidad de Cambridge, entre los que me incluyo, hemos podido trazar la evolución de las percepciones respecto a tres de las principales potencias globales ‒Estados Unidos, China y Rusia‒ en más de 130 países y a lo largo de la última década (el informe «A World Divided: Russia, China and the West» está dirigido por Roberto Foa, y publicado por el Centre for the Future of Democracy en 2022). Gracias a poder comparar la evolución de la percepción pública sobre estas potencias internacionales por un periodo largo de tiempo, hemos podido reseñar que la guerra en Ucrania no ha hecho más que acelerar tendencias divergentes entre democracias y autocracias que se venían intuyendo en los últimos años.
Es patente que, cada vez más, la opinión pública mundial se está polarizando en torno a dos bloques geopolíticos. Por un lado, tenemos evidencias de que la percepción de los ciudadanos de democracias ricas hacia potencias autoritarias ‒como China y Rusia‒ han empeorado en los últimos años, mientras en el resto del mundo se han mantenido favorables hacia estos mismos países. Y los números son abrumadores. La gran mayoría de personas en el mundo (6.300 millones) habita en sociedades donde alrededor del 70% de la población tiene una opinión positiva de Rusia y China. Por el contrario, solo una minoría de personas (1.200 millones de personas) vive en democracias liberales, donde las opiniones negativas sobre estos países son la tónica dominante.
Si ponemos el foco en las democracias liberales, la imagen de Rusia se ha deteriorado considerablemente en la última década. La anexión de Crimea en 2014 desencadenó una tendencia negativa, que ciertamente se ha agravado con la invasión rusa de Ucrania. La proporción de ciudadanos occidentales con una opinión positiva de Rusia ha disminuido, pasando de dos de cada cinco (39%) a menos de una cuarta parte (23%) justo antes de la invasión de Ucrania de 2022, para luego desplomarse al 12% después de ella. Esta caída es sustancial incluso entre aquellos sectores marginales de las democracias occidentales donde todavía gozaba de popularidad; Rusia es hoy un país peor valorado, incluso entre votantes de Donald Trump o de partidos de extrema derecha.
La condena generalizada de la invasión de Ucrania por parte de líderes políticos, partidos y medios de comunicación occidentales ha deteriorado aún más la imagen negativa de Rusia. Los datos revelan que las narrativas públicas en las democracias ricas se han alineado mayormente con la visión promovida por la OTAN, dejando poco espacio para perspectivas alternativas o disidentes. Por lo tanto, es natural que un ciudadano europeo medio pueda pensar que la mayor parte del mundo está en contra de Putin o contra el imperialismo ruso. Sin embargo, mientras que Rusia se ha vuelto francamente impopular entre las democracias europeas y anglosajonas, Japón y Corea del Sur, su imagen ha mejorado significativamente en otras regiones del mundo, como en el Sur y el Sudeste Asiático, así como en Oriente Próximo y el continente africano, donde más de la mitad de la población se muestra favorable a Moscú.
La invasión de Ucrania ha tenido un efecto desigual y polarizante sobre la popularidad de Rusia: la caída ha sido moderada donde goza de mejor reputación, mientras que la reputación se ha derrumbado en los países donde el país ya era impopular. De este modo, la guerra de Ucrania ha incrementado la distancia entre las opiniones públicas de Occidente y del resto del mundo (a este respecto véase el informe «United West, divided from the rest: Global public opinion one year into Russia’s war on Ukraine», publicado por el ECFR en 2023).
Por su parte, la imagen de China se ha mantenido favorable en el Sur Global, a excepción de una breve caída durante la pandemia global del coronavirus. En cambio, en las democracias de Europa, América del Norte y la región de Asia-Pacífico, las actitudes hacia China han empeorado significativamente en los últimos cinco años. De nuevo, esta divergencia obedece a una creciente brecha global entre dos grupos de países: aquellos que mantienen actitudes favorables hacia Rusia y China, y aquellos en los que ambas potencias generan un mayor rechazo.
Es difícil obviar que esta división mantiene una correlación notable con la clasificación de países en función de sus regímenes políticos, con las democracias liberales en un lado y las autocracias y dictaduras en el otro. Así, la polarización global en torno a las potencias autocráticas está adquiriendo la forma de una división en torno a la democracia. Las opiniones públicas del mundo se están agrupando en dos bloques cada vez más homogéneos de democracias, por un lado, y regímenes autoritarios por el otro.
Sin embargo, es necesario detenerse en los matices que existen para evitar una simplificación excesiva. En primer lugar, Estados Unidos sigue despertando simpatías en la mayoría de los ciudadanos del mundo (alrededor del 62%), tanto entre democracias como autocracias. La presidencia de Donald Trump causó un daño reputacional al país, pero la llegada de Joe Biden ha restaurado los niveles de popularidad estadounidense alrededor del mundo. Ahora bien, hay una excepción notable: los ciudadanos chinos no han recuperado su confianza en Estados Unidos con la llegada de Biden. Mientras que antes de Trump, en torno a la mitad de la población china (50%) tenía una opinión favorable de Estados Unidos, ese porcentaje cayó hasta el 25% en 2022. Así pues, con la excepción de China, la hegemonía cultural de Estados Unidos parece desafiar cualquier lógica política potencia norteamericana sigue gozando de amplia popularidad, tanto en democracias como en estados autoritarios.
En segundo lugar, hay excepciones notables que muestran que, más allá de la división entre democracia y autocracia, la opinión ciudadana sobre las potencias mundiales está influenciada por un amplio abanico de elementos, entre los que se incluyen los lazos comerciales, militares, culturales o históricos entre distintos países. Por ejemplo, ciudadanos de regímenes autoritarios como Marruecos sienten más afinidad hacia Estados Unidos que hacia China, cuestionando la narrativa de bloques pro- y anti-democracia. Asimismo, en las democracias latinoamericanas, China y Rusia gozan de niveles de popularidad mayores que los que ostentan entre las democracias de otras regiones.
La creciente animadversión de las democracias liberales hacia Rusia y China y la formación de bloques de opinión cada vez más homogéneos, pero alejados entre sí, puede llevar a la intensificación de los conflictos, así como dificultar su resolución por vías no violentas
De este modo, tanto la transversalidad de la popularidad de Estados Unidos como la relativa popularidad de China, y en menor medida de Rusia, entre las democracias latinoamericanas debería dar algunas claves para interpretar el actual contexto de polarización, más allá de la división entre democracias y estados autoritarios. A pesar de estos matices, sin embargo, no se puede obviar que la opinión pública mundial se está polarizando en torno a dos bloques geopolíticos: por un lado, el de las democracias ricas, donde países como Rusia y China son cada vez más impopulares; y por el otro, el resto del mundo, donde la dinámica es distinta.
Podemos concluir que la imagen de Rusia se ha degradado tras la invasión de Ucrania, mientras que la opinión sobre China se ha mantenido en el Sur Global, pero ha empeorado significativamente en las democracias de Europa, América del Norte y la región de Asia-Pacífico. En paralelo, la imagen de Estados Unidos sigue siendo mayoritariamente positiva en todo el mundo, con la importante excepción de China. Como resultado, hay una hostilidad significativa entre las opiniones públicas china y estadounidense. Alrededor de ellas, la polarización global en torno a estas superpotencias está adquiriendo la forma de una división entre ciudadanos que viven en democracias y aquellos que residen en estados autocráticos.
El estudio de estas dinámicas y de sus implicaciones es muy útil a la hora de entender la creciente contestación y rivalidad entre potencias a nivel internacional. Las opiniones de los ciudadanos condicionan la capacidad de cooperación entre países, y la tendencia a la polarización global puede tener consecuencias para la estabilidad y la seguridad internacionales. La denominada «paz democrática» a la que apelábamos al principio, se sustenta, en parte, en el rechazo ciudadano al conflicto con otras democracias. La creciente animadversión de las democracias liberales hacia Rusia y China y la formación de bloques de opinión cada vez más homogéneos, pero alejados entre sí, puede llevar a la intensificación de los conflictos, así como dificultar su resolución por vías no violentas.