Carme Colomina
Investigadora asociada, CIDOB
La Unión Europea se ha convertido en el objetivo y el escenario político idóneo donde enraizar y hacer crecer el populismo. Con las emociones sociales a flor de piel por la desigualdad económica, y con las imágenes aún presentes en la retina y en el debate político y social de la mal llamada crisis de los refugiados, el populismo euroescéptico ha conseguido erigirse como un actor clave. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ofreció, además, un nuevo momentum a la derecha radical europea; una sensación renovada de victoria posible, ya alimentada por el referéndum del Brexit y lo que conllevaba de derrota dolorosa del statu quo comunitario.
Es el triunfo de la política de la disrupción, acrecentada por la debilidad de las instituciones europeas y una profunda erosión de la unidad en el seno de un proyecto comunitario concebido como escenario de choque de los distintos intereses nacionales.
La UE lleva décadas lidiando con la presencia de la extrema derecha pero, en los últimos quince años, el populismo se ha extendido, fortalecido y reversionado a sí mismo hasta transformar la agenda, la retórica y las políticas comunitarias. La extrema derecha ha ido cambiando de estética y enemigos para asegurarse una supuesta respetabilidad y nutrir su cesta de votos, pero, sobre todo, su verdadero éxito es haber conseguido erigirse en alternativa de poder: por vía indirecta, a fuerza de imponer su agenda política a gobiernos y partidos tradicionales (la crisis de los refugiados y los atentados han exacerbado discursos y apoyos); y por vía indirecta, ejerciendo de refugio electoral de aquellos que se habían sentidos excluidos de la política y de las políticas dictadas en los últimos años. El populismo ha dejado de ser síntoma de descontento para convertirse en alternativa real, que gobierna en Hungría o Polonia, forma parte de coaliciones gubernamentales como en Finlandia, o ejerce de actor clave en la escena política francesa, holandesa o danesa.
Cada uno de estos populismos aglutina desencantos o frustraciones distintos (austeridad, inmigración, una defensa de la soberanía y la identidad, la lejanía de Bruselas) y eso le permite arraigar tanto en países económicamente fuertes, como Austria, o en estados receptores netos de ayudas comunitarias, como Polonia o Hungría. En estas nuevas democracias iliberales que se consolidan en el seno de la Unión, así como en los argumentarios políticos de líderes populistas como el holandés Geert Wilders, el desdén por las instituciones –europeas, pero también nacionales– que constriñen su poder es una constante.
Todas estas fuerzas tienen, a su vez, un mínimo común denominador: un euroescepticismo que ha traspasado los límites de señalar a la Unión Europea como culpable de todos los males por sus políticas injustas y tecnocráticas; la UE es ahora también culpable por lo que es, por lo que representa de instrumento político y burocrático, por la cesión de soberanía que conlleva, porque obliga a repensar y a abrir la idea de identidad y de pertenencia. Aunque la inseguridad económica, la precariedad laboral y los costes sociales de la crisis han actuado como ejes movilizadores del apoyo electoral a estas fuerzas, el discurso identitario es el fino hilo conductor de un populismo de derechas, que puede discrepar en sus recetas económicas o balancearse entre el conservadurismo o liberalismo social, pero que coincide ampliamente en su discurso sobre inmigración y derechos de las minorías. En su ideario figura una nueva interpretación de los derechos, menos universales, y más centrados en los derechos de los suyos, de su potencial electorado.
El año 2017 es el del paso al frente, la “primavera patriótica” anunciada por los grandes líderes populistas
Cada triunfo electoral de Marine Le Pen –y de un Front National que llegó a convertirse en el primer partido de Francia– es una nueva derrota política para una UE que no ha sabido dar respuestas convincentes en la sucesión de crisis que han marcado la última década. El año 2017 es el del paso al frente, la “primavera patriótica” anunciada por los grandes líderes populistas, es el momento de la colaboración transeuropea al servicio de la supremacía de los intereses nacionales y de la estrategia de unas fuerzas totalmente establecidas ideológica y electoralmente.