Rafael Bueno
Director de Política y Sociedad de Casa Asia
Todo hacía indicar que por fin Corea del Norte existía para los medios de comunicación, y no solamente como noticia esporádica por alguna prueba nuclear, el lanzamiento de un misil balístico o la última extravagancia de su líder.
Las imágenes que nos han llegado hasta Occidente han sido siempre, cuando menos, surrealistas, o teñidas por una connotación muy negativa y alarmantes, ya que revelaban la inestabilidad regional de la zona o la pobre situación de los derechos humanos.
Sin embargo, el foco mediático en Occidente hacia la guerra contra el terror yihadista tras la barbarie en París ha devuelto a un discreto segundo plano a un régimen que, paradójicamente, fluctúa entre el secretismo absoluto y los grandes –aunque efímeros– titulares.
En cualquier caso, el mundo quiere y debe saber qué pasa en Corea del Norte, aun cuando escribir o hablar de este régimen requiera siempre de una gran capacidad de filtrado, dado que la información –sea cual sea la fuente–, refracte cuando menos en la enorme carga subjetiva que conlleva tratar desde aquí lo que allí acontece, pueda basarse en informaciones poco fidedignas o, directamente, estar manipulada. Es por ello que cualquier análisis que podamos hacer desde fuera del país –incluyendo este– es mayormente una visión personal, contada desde un punto de vista más o menos crítico, pero que no logrará traspasar la opacidad del régimen para describirlo en su complejidad.
No obstante, hay varios elementos que rebelan tendencias cruciales en la península Coreana. El primero es que la vida diaria en Corea del Norte, en especial en la capital Pyongyang, ha progresado gradualmente, con la intensificación del tráfico de coches y un mayor surtido de productos, más allá de los de primera necesidad, acompañado de una creciente circulación de moneda extranjera. Sin embargo, es difícil de medir hasta qué punto la mejora de vida de unos pocos puede implicar también cambios en la estructura de poder del régimen, y en qué sentido.
Corea del Norte está cambiando y tarde o temprano las jóvenes generaciones, más conscientes de la realidad exterior y de las diferencias abismales a ambos lados del paralelo 38, alcanzarán los puestos clave del régimen
En segundo lugar, hay evidencias de que la lucha entre el Partido de los Trabajadores y el ejército sigue activa, lo que se desprende de la serie de ejecuciones a los más altos niveles, como por ejemplo del ministro de Defensa, Hyon Yong-chol, o del que era visto como principal defensor de la reformas “al estilo chino”, Jang Son-taek, que incidentalmente era también tío del Líder Supremo.
En tercer lugar, se constata la reticencia del régimen a implementar la apertura de la economía que Deng Xiaoping ya recomendó en los años ochenta al abuelo del actual líder, Kim Il Sung. Más de tres décadas después y tras una inusual transferencia de poder dinástica tales reformas no han avanzado a la velocidad deseada. En economía, el régimen ha focalizado su interés en la importancia de las divisas derivadas del turismo y la inversión extranjera. Sin embargo, y muy recientemente, el régimen ha dado indicios de cierta apertura al exterior, sondeando el ambiente a través de sus instrumentos de acción exterior.
Corea del Norte está cambiando y tarde o temprano las jóvenes generaciones, más conscientes de la realidad exterior y de las diferencias abismales a ambos lados del paralelo 38, alcanzarán los puestos clave del régimen. Atendiendo a precedentes, será el momento en que vean que la única posibilidad de conservar algo de los privilegios de la élite que se han mantenido durante sesenta años reside en una cierta apertura tras la estela del modelo chino, donde los antiguos enemigos de clase, los capitalistas, han reemplazado a los revolucionarios en la fórmula lampedussiana de “que cambie todo para no cambiar nada”, excepto el día a día de los verdaderos protagonistas –y víctimas– de esta historia: la gente común.
Al exterior, y en especial a los vecinos del Sur, sólo les queda esperar con paciencia que esta transformación gradual sea lo más pacífica y ordenada posible y que en su curso no se altere el statu quo en la región, ya que para cambiar el orden actual ya están China y Japón.