
Georgy Safonov
Director del Center for Environmental Economics, Higher School of Economics, Rusia
El cambio climático global es un reto absolutamente prioritario para la humanidad del siglo XXI; por desgracia, hay cada vez más pruebas de ello. Los informes de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), proporcionan datos científicos rigurosos sobre las tendencias del calentamiento global y las dramáticas consecuencias asociadas. A largo plazo no hay escenarios optimistas para la sociedad, los ecosistemas y la economía mundial.
Rusia es uno de los países que debería abordar este problema. El calentamiento observado en Rusia es tres veces más rápido que la media global en los últimos 50 años. Esto tiene consecuencias: incendios forestales (20 millones de hectáreas perdidas en el 2019), inundaciones (miles de millones en daños cada año), sequías (30% de las cosechas perdidas en el 2010, 25% en el 2012), olas de calor peligrosas (54.000 vidas perdidas en el 2010), destrucción de infraestructuras en el Ártico debido al derretimiento del permafrost (más de 5.000 derrames de petróleo cada año), expansión de enfermedades transmitidas por insectos (número creciente de casos de encefalitis, malaria, fiebre amarilla, etcétera), y así sucesivamente.
Por otro lado, Rusia es responsable de la emisión anual de unas 2.500 Tm de CO2. Los bosques rusos son una enorme reserva de carbono que captura unas 650 Tm de CO2 cada año, pero su capacidad de absorción disminuirá espectacularmente hacia mediados de la década del 2040 debido a la tala extensiva, y a las enfermedades y a los incendios forestales. Rusia forma parte del CMNUCC (el Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático), del Protocolo de Kyoto y del Acuerdo de París. Sin embargo, hay que hacer unos cuantos matices respecto a su implicación en dichos tratados:
Primero. Rusia nunca ha asumido ningún compromiso internacional ambicioso sobre la reducción de emisiones de carbono. En el Protocolo de Kyoto, el objetivo nacional era evitar el incremento de las emisiones por encima del nivel de 1990 durante el período 2008-2012, aunque el nivel real de emisiones (incluidos los sumideros de carbono) era de aproximadamente el 50% del correspondiente a 1990. En el Acuerdo de París, la contribución prevista de Rusia es limitar las emisiones un 25-30% por debajo del nivel de 1990 antes del año 2030, lo que significa que el total de emisiones podría aumentar un 50% respecto al nivel actual, no reducirse.
Lo que puede realmente hacer cambiar la política climática rusa es el interés económico
Segundo. Las empresas rusas no están representadas en el mercado global del carbono, pese a que se registraron más de 100 proyectos que recibieron inversiones por el carbono a través de los mecanismos de flexibilidad de Kyoto. Tampoco hay grandes expectativas en Rusia respecto al tema de la financiación del carbono acordada en París.
Y tercero. El país proporciona muy pocos fondos para la adaptación en los países pobres, sin adoptar ningún compromiso oficial al respecto. En Rusia no hay recursos disponibles para la adaptación.
¿Por qué es tan pobre el compromiso de Rusia? En parte debido a que su política climática nacional deja mucho que desear. Las estrategias nacionales, como la Estrategia Energética hasta el 2030, las estrategias relativas al petróleo, el gas y el carbón, el programa del sector eléctrico, el sector del transporte y otros, dan por sentado un incremento sustancial en la producción, el consumo y la exportación de combustibles fósiles; y lo mismo puede decirse de los metales, los abonos nitrogenados, el cemento y los productos petroquímicos. ¿Cómo puede Rusia sustituir los ingresos procedentes de estas fuentes en un mundo profundamente descarbonizado? Las políticas actuales ignoran totalmente el enorme potencial de las fuentes de energía renovables, los productos y las tecnologías ecológicos.
Los argumentos morales relativos a rescatar el clima para las generaciones futuras, evitar el colapso ecológico, salvar vidas, preservar la biodiversidad y los ecosistemas no parecen hacer mella en el gobierno ruso, esencialmente pragmático. ¿Y las demandas de la sociedad civil? Ignoradas. ¿Y los medios de comunicación? Controlados.
Lo que puede realmente hacer cambiar la política climática rusa es el interés económico. El New Green Deal de la UE amenaza con introducir unas tasas fronterizas compensatorias (por ejemplo, de unos 25€ por tonelada de CO2 o más) para los productos que implican una mayor emisión de carbono. Las bolsas internacionales exigen información transparente respecto a la polución por carbono y las empresas tienen que proporcionarla. Por otro lado, el año 2019 el proceso de desinversión de los proyectos y valores implicados en la emisión de carbono superó los 6 billones de dólares estadounidenses.