Laia Mestres
Investigadora, Institut Barcelona d’Estudis Internacionals (IBEI)
Con estas palabras, Arancha González Laya iniciaba su mandato como ministra de Asuntos Exteriores en el primer gobierno español de coalición que se sienta en la mesa del Consejo de la Unión Europea. Pero este discurso resonaba como un eco. Por ejemplo, lo había utilizado ya Josep Borrell en el primer gobierno de Pedro Sánchez, pero también José Manuel García-Margallo en el 2012 ante la secretaria de Estado de EEUU del momento, Hillary Clinton, en otro giro de la política exterior española.
En el ecosistema europeo, el discurso del “Spain is back” es esgrimido por cada gobierno entrante con la intención de devolver a España el papel activo en la Unión que no debiera haber perdido por motivos estrictamente domésticos. Es un lema que se suma a otro, el de “Más Europa”, defendido hasta la saciedad por los líderes españoles en cada Consejo Europeo para explicar que España siempre apuesta por más integración europea y menos descoordinación entre socios.
De hecho, este “Más Europa” español ha venido avalado por el europeísmo incuestionable de sus ciudadanos. Según todos los Eurobarómetros, nueve de cada diez ciudadanos españoles se sienten a la vez ciudadanos europeos. Hasta ahora, el discurso de las principales fuerzas políticas españolas ha sido ampliamente europeísta, a pesar de que la irrupción de VOX venga a cuestionar este consenso.
Pero el “Spain is back” también denota que durante estas casi cuatro décadas de pertenencia a la Unión Europea, España ha tenido como mínimo dos caras. Mientras que en algunos momentos España ha mostrado un rostro de liderazgo europeísta y activista considerable, en otros la cara ha sido, de hecho, más de rule-taker que de rule-maker, sobre todo cuando las múltiples crisis económica, política y territorial se han ido sucediendo o hasta intercalando. Pongamos ejemplos.
En su faceta de líder europeísta, España, de la mano de Felipe González, incorporó el Mediterráneo y América Latina en la agenda de la política exterior europea e hizo cuajar el concepto de la ciudadanía europea en el Tratado de Maastricht. José María Aznar, con un discurso más intergubernamentalista que federal, pero también europeísta, impulsó una agenda más económica –especialmente respecto a la Unión Económica y Monetaria– y añadió una nueva prioridad a la agenda europea, el Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia. Más recientemente, Pedro Sánchez tuvo en la primavera del 2019 un destello de protagonismo cuando se convirtió en el principal líder de la socialdemocracia europea y consiguió sentarse en la mesa de negociación sobre los nuevos cargos de la UE, situando a Josep Borrell como Alto Representante para la Política Exterior y la Seguridad Común.
España quiere intentar que su peso demográfico, económico y europeísta se traduzca en influencia política en Europa
Sin embargo, la España más introspectiva ha hecho menguar considerablemente su influencia en la UE. Muchos analistas afirman que España ha estado boxeando por debajo de sus posibilidades en Europa. Durante el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, la crisis económica forzó a España a dejar de ser un actor relevante en la mesa de los Consejos Europeos y ser parte del menú de la austeridad europea. Con Mariano Rajoy, el reto independentista en Catalunya y la situación de debilidad política debido a la sucesión de elecciones generales fueron sin duda un lastre para la acción de Madrid en Bruselas. Pedro Sánchez, a pesar de intentar transmitir una imagen de dinamismo en Europa, heredó durante varios meses una situación de gran incertidumbre doméstica. Está por ver si la política europea de España en la década de los veinte pasará por la habitual búsqueda del estatus de Estado grande de la Unión o por un pragmatismo más funcional.
En plena crisis de la covid-19, el gobierno español sorprendió a sus socios europeos con una propuesta de plan de recuperación de la economía dotado con 1,5 billones de euros que no se financiaría con eurobonos sino con deuda perpetua. Volvía, así, este carácter más propositivo de España con una iniciativa ambiciosa que aunaba intereses nacionales y europeos. Aunque la salida definitiva de la mayor crisis sanitaria y económica de la UE no recoja el global de la propuesta española, demuestra que España tiene mucho que decir en Bruselas.
En definitiva, España recupera el discurso del “Spain is back” para intentar que su peso demográfico, económico y europeísta se traduzca en influencia política en Europa. La voluntad y el discurso existen. Pero solo se concretarán si el resto de estados y las instituciones europeas reconocen el nuevo papel de España y si la gestión de los problemas internos, todavía por resolver, dejan algo de margen al presidente y a su ministra para jugar en la primera liga europea.