
Peter Fabricius
Consultor, Institute for Security Studies
En África meridional los dinosaurios políticos están saliendo de escena. En septiembre de 2017, el presidente angoleño José Eduardo dos Santos se jubiló después de 38 años en el poder y fue sustituido por el ministro de Defensa, João Lourenço. En noviembre, el hombre fuerte zimbabwo Robert Mugabe fue “invitado” a dejar la Casa del Estado por una “transición militarmente asistida” —más conocida como golpe de Estado— después de 37 años manejando el timón, y fue sustituido por su ex vicepresidente Emmerson Mnangagwa. Y en Sudáfrica Jacob Zuma fue obligado a dimitir por su propio partido, el gobernante Congreso Nacional Africano (African National Congress o ANC), en febrero de 2018, más de un año antes del fin de su segundo mandato dando paso a Cyril Ramaphosa, que le había sustituido como presidente del ANC en diciembre.
Estos tres líderes habían tenido comienzos muy prometedores. Lourenço disipó rápidamente el escepticismo de que no iba a ser más que un títere de Dos Santos despidiendo a los hijos de este, Isabel y José, de dos cargos clave desde los que tenían acceso a la enorme riqueza del Estado. De forma análoga, Mnangagwa se propuso salvar lo que quedaba de la maltrecha economía de Zimbabwe tomando medidas para repatriar activos robados depositados en paraísos fiscales para solucionar el despilfarrador gasto del Estado, y para hacer el país más atractivo para los inversores.
Cyril Ramaphosa, mientras, despedía a varios ministros del gabinete que habían sido “capturados” por los empresarios amigos de Zuma, la familia Gupta, y colocaba de nuevo en el cargo a dos ministros reformistas clave a los que Zuma había destituido porque estaban obstaculizando la “captura” del Estado: Nhlanhla Nene como ministro de Finanzas y Pravin Gordhan como ministro de las —en su mayoría corruptas— empresas públicas.
Estos acontecimientos habían sido parcialmente prefigurados en 2015 en otras partes del continente. En Tanzania, John Magufuli sucedió a Jakaya Kikwete como líder del partido gobernante CCM y del país, y empezó a limpiar la corrupción y a reducir el despilfarro. Y en Mozambique, Filipe Nyusi sustituyó a Armando Guebuza como presidente nacional, luego lo destituyó como líder del Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo), y empezó a erradicar la corrupción y la incompetencia.
Pero, ¿podrán estas reformas ir más allá de disminuir la corrupción y de atraer inversores extranjeros a unas economías renqueantes? ¿Abrirán totalmente estos partidos gobernantes el espacio político a los partidos de la oposición? Magufuli ya ha provocado muchas decepciones bloqueando a los medios de comunicación críticos.
Los seis “antiguos movimientos de liberación” (FLM) del África meridional, como se autodenominan, que han gobernado sus respectivos países (Angola, Namibia, Sudáfrica, Zimbabwe, Mozambique y Tanzania) desde la independencia son agudamente conscientes de la amenaza que la corrupción y el deterioro económico representan para mantener el poder.
Estos seis países se reúnen anualmente para elaborar estrategias sobre cómo retener el poder (un fenómeno que ya es preocupante en sí mismo). Después de su reunión del año 2016, celebrada en Zimbabwe, dieron a conocer un informe confidencial (“Guerra con Occidente”), que advertía que la “corrupción endémica” estaba perjudicando gravemente la imagen de los FLM y la de sus gobiernos, y debilitando sus apoyos políticos.
Sin embargo, el informe clasificaba la corrupción solo como el segundo problema más grave para su continuidad en el poder. Como indicaba el título del informe, la mayor de las amenazas que preveían era una sofisticada agenda para cambiar el régimen supuestamente perpetrada por las potencias occidentales para sustituir a los FLM por partidos-títere para que las empresas occidentales puedan apoderarse de sus recursos naturales.
En esta visión paranoica, los partidos opositores locales y las organizaciones de la sociedad civil eran simplemente cómplices de los gobiernos occidentales hostiles. Este informe, por consiguiente, no sugiere precisamente que se haya producido una súbita conversión a la democracia en la mayoría de los países FLM.
Mnangagwa ha prometido de hecho unas elecciones libres y limpias para este mismo año, y los países occidentales parecen dispuestos a concederle el beneficio de la duda. De todos modos Piers Pigou, un experto sudafricano del International Crisis Group, afirma que es demasiado pronto para decir si por la región está soplando un viento de cambio o si los FLM están simplemente pensando nuevas estrategias conjuntas de supervivencia para mantener su reinado de un modo más efectivo.
Habrá que esperar para ver si unos estados unipersonales han meramente evolucionado hacia unos estados unipartidistas o hacia unas democracias verdaderamente multipartidistas.