Edgar Pieterse
Director del African Centre for Cities
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Incluso con una mirada superficial a los feeds o fuentes de alimentación de las diversas redes sociales, es suficiente para identificar que hay una búsqueda constante de soluciones mágicas para nuestro atribulado presente. Vivir en esta época de “verdades tuiteables” refleja un anhelo cultural profundamente arraigado de mitigar nuestro momento colectivo de disonancia psíquica, entre dos polos: la existencia simultánea de un horror indescriptible y de la violencia estatal y la explotación corporativa que campan a sus anchas; y, por otro lado, una esperanza inaudita personificada en los Objetivos de un Desarrollo Sostenible patrocinados por las Naciones Unidas. Ahora se espera de nosotros que seamos capaces de salvar este abismo como una cosa natural, con absoluta normalidad. Una petición imposible, por supuesto, pero no por ello menos insistente cuando en cualquier rincón del globo, en cualquier momento, otro demagogo es elegido para un cargo, aupado por el populismo de derechas.
Aparte del anhelo por unas “soluciones” nítidas y enfáticas, asistimos también a un endurecimiento de las certezas por parte de la izquierda, en sentido amplio. En ausencia de un marco ideológico estable, o de una política eficaz de base amplia capaz de unir proyectos políticos y prácticas cotidianas diversas y polivalentes, los activistas se están volviendo cada vez más intolerantes con las acciones que no son suficientemente interseccionales o anticoloniales o postcapitalistas, sea cual sea el indicador de radicalidad que esté en circulación. (A veces, leyendo mis feeds de las redes sociales tengo la sensación de que hay un hilo invisible entre las vicisitudes de las bitcoins y el postureo radical; ambos están igualmente dotados de optimismo y volatilidad).
La intensificadora dualidad de esperanza y desesperación no desaparecerá en breve. Hemos de aprender a habitar esta condición y desde ella explorar y practicar un nuevo imaginario político-cultural sobre cómo introducir cambios transformadores en el mundo, mediante actos moleculares que nos hagan integrarnos en la experimentación y el aprendizaje.
Esto requiere una sensibilidad que reclama una política de pensar/hacer/sentir, para prolongar la invocación filosófica de Isabel Stengers. La parte relativa al sentir denota las posibilidades emocionales de experimentar una sensación de agencia pese al propio contexto y a las propias presiones. Incluye también sentimientos de mutualidad y de amor cuando uno es capaz de imaginar, colectivamente, respuestas pragmáticas y psíquicas a problemas difíciles y complicados. Y lo que es más importante, el sentir representa el sentimiento profundo de transformación que mana del hecho de convertirse en una versión ligeramente diferente de uno mismo mediante actos de ejercitación de la agencia y el aprendizaje.
Ciudades existentes y emergentes del Sur global están marcadas por la sobreexplotación y la exclusión económica y social
La sensibilidad del pensar/hacer/sentir significa exactamente determinar los contornos de la ciudadanía tal como es representada en los procesos de residencia y desarrollo urbano o, para decirlo como Doreen Massey, en los procesos de throwntogetherness (“amontonamiento” o “yuxtaposición”). En mi mundo, una gran parte de nuestro insostenible futuro es irrevocablemente urbano. Ciudades existentes y emergentes en grandes partes del Sur global están marcadas por los peores excesos de la sobreexplotación combinados con la exclusión económica y social. En consecuencia, la mayor parte de las personas y de las familias tienen que cuidar de sí mismas con unas probabilidades de conseguirlo abrumadoramente en contra y sin disponer de recurso productivo alguno a los principios básicos de las ideologías zombies. Aceptar unas realidades disonantes exige que nos preguntemos: ¿cómo pensamos de un modo diferente esta realidad truncada? ¿Qué tipo de imaginario podría surgir si insistiéramos en una política del pensar/ hacer/sentir?
Dicha política puede extraerse de una serie de vectores interrelacionados: nuevos criterios de valor económico tal como están encapsulados en la aún prematura conceptualización de la economía circular entrelazada con las economías sociales; combinados con el potencial generativo de las herramientas y plataformas digitales; y ulteriormente desplegados mediante narrativas culturales basadas en consideraciones de identidad, lugar, linajes y futuros múltiples. Este tipo de atención y de práctica puede producir la reinvención del funcionamiento de la inversión pública al servicio de concepciones colectivas de la residencia que tienen tanto que ver con la seguridad fundacional como con el juego y el asombro.