FRANCESC FÀBREGUES,
coordinador del Anuario Internacional CIDOB
ORIOL FARRÉS i MARTÍNEZ,
coordinador del Anuario Internacional CIDOB
El año 2023 ha sido revelador del tránsito hacia un nuevo orden internacional, que aún no acaba de materializarse, pero del que tenemos múltiples y llamativos indicios. Cuando parecía que, por fin, dejábamos atrás la crisis sanitaria derivada de la COVID-19, la invasión rusa de Ucrania a finales de febrero de 2022 ha abierto una nueva crisis diplomática, de seguridad y de orden global, que rebela una creciente fractura entre los estados de rentas altas de la órbita de los EEUU y de Europa por una parte; y, por otro lado, del denominado «Sur Global», cuyos paladines son Rusia y China –que a pesar de sus matices y diferencias–, coinciden en una visión alternativa del actual sistema internacional. Esta mirada choca frontalmente con los intereses de EEUU, que ha abandonado su política de acercamiento con Beijing para promover una política mucho más confrontacional, reforzando sus alianzas de seguridad con sus aliados del Indopacífico y vinculándose cada vez más con sus aliados en Europa. Pero EEUU también observa con preocupación la influencia china en África o América Latina, donde Beijing es una alternativa real, presente y sin imponer grandes condiciones, a las eternas promesas de cooperación y desarrollo de estadounidenses y europeas.
A raíz de la invasión de Ucrania, hemos visto que la condena diplomática a Rusia –liderada por EEUU y los miembros de la OTAN– no ha sido capaz de movilizar a muchos de estos miembros del «Sur Global», que declinaron sumarse a esta iniciativa en la ONU, y que son muy críticos con el papel de las potencias occidentales –sus excolonizadores–. Es este un contexto en el que las denominadas potencias medias –por su alcance y proyección regional– se debaten entre atender a las demandas de las dos grandes potencias globales y, al mismo tiempo, preservar su propia autonomía.
Como cada año, la presente edición del Anuario se vertebra en torno a tres grandes capítulos que expondremos a continuación y que, en la pretensión de profundidad, pero también de complementariedad, brindan las claves para interpretar la agenda internacional.
Los límites del planeta: de la crisis futura a la «ebullición global»
El cambio climático es ya un riesgo presente y alarmante, y debido a su solapamiento con las múltiples crisis –que enuncia el presidente de CIDOB, Antoni Segura, en su artículo introductorio a la presente edición–, sitúan al planeta en una situación límite. En 2023, el secretario general de las Naciones Unidas declaró que el planeta se adentra en una nueva fase, que denominó la «ebullición global», caracterizada por la proliferación de fenómenos extremos ocasionados por el aumento de la temperatura generalizada y las alteraciones del ciclo del agua, que alternan sequías y lluvias torrenciales. Algunos autores han definido este periodo como el Antropoceno, una era determinada por la acción de los humanos sobre el planeta. No obstante, es un término del que, como veremos, discrepa el profesor emérito y miembro del grupo de trabajo sobre Energía y Recursos de la Universidad de Berkeley, Richard B. Noorgard, cuando sugiere emplear en su lugar el vocablo Econoceno ya que, en su opinión, la crisis no es atribuible a la humanidad en sí misma, sino al modelo económico y productivo del que nos hemos dotado y cuyas consecuencias, tremendamente complejas, no alcanzamos a comprender debido a la parcelación de la ciencia actual y a la creencia falsaria de un «progreso permanente». En líneas similares se expresa Roberto Talenti, uno de los jóvenes investigadores menores de 30 años seleccionados para la presente edición, cuando aborda la paradoja de un «crecimiento sostenible» en un mundo cuyos recursos son limitados.
Los regímenes democráticos no se disuelven como en el pasado –de manera súbita, a raíz de un golpe de Estado–, sino que hoy lo hacen de manera progresiva, en manos de líderes con agendas radicales y aspiraciones hegemónicas, en muchos casos elegidos democráticamente,
También en relación al desafío ambiental, los profesores de la London School of Economics, Barry Buzan y Robert Falkner nos recuerdan que los problemas son generalizados pero las soluciones, en cambio, están en manos de un reducido grupo de grandes potencias ambientales. En su opinión, la crisis climática deberá agravarse aún más antes de que los estados afronten genuinamente las cuestiones ambientales como desafíos de seguridad y los antepongan a sus agendas domésticas y a la rivalidad entre grandes potencias, con el peligro evidente de que, llegado el momento, hayamos superado ciertos puntos de no retorno al equilibrio ambiental. Para ello, sería necesaria una agenda planetaria, que requerirá de mayor liderazgo del Sur Global y de responsabilidad por parte del Norte para con los compromisos alcanzados en el pasado. No obstante, el tema de la fractura Norte-Sur sigue estando presente, y resuena en muchas de las aportaciones al capítulo, como las de Carlos Lopes o Chukwumerije Okereke quienes, con énfasis en África, abordan respectivamente los retos y oportunidades de la transición energética para los países de rentas medias y bajas, y la espinosa cuestión de la justicia climática para el Sur Global ya que, precisamente, los países más vulnerables al cambio climático son los que menos puede hacer para revertirlo.
Para muchos de los autores del apartado, debería ser una prioridad la reforma de la gobernanza global, para responder de manera efectiva a los retos que afronta la comunidad internacional como conjunto. Para Dani Rodrik, profesor de Política Económica Internacional de la Universidad de Harvard, el problema es de sobredimensión, ya que en ocasiones el enfoque global no es necesario –ni óptimo– para gestionar los problemas de los estados y sus ciudadanos. Rodrik define cuatro grandes ámbitos en los que el enfoque global es pertinente: el de la salud global, la lucha contra el cambio climático, los paraísos fiscales y la regulación de políticas de «empobrecimiento del vecino» –que son las que obtienen beneficio directamente del prejuicio ajeno–. Su propuesta es el repliegue de la hiperglobalización y la cesión de la autonomía necesaria a los reguladores locales para perseguir una agenda propia y ajustada a sus necesidades. A uno de estos ámbitos propios de la globalización, el de la salud, dedica su pieza Xavier Prats, exdirector general de Salud y Seguridad Alimentaria de la Comisión Europea, quien concluye que debemos incrementar la cooperación, transparencia y solidaridad globales con vistas a las próximas pandemias.
En todos estos textos, constatamos una tensión entre lo local y lo global, que resulta especialmente importante en el nuevo contexto de crisis climática, donde se requerirán soluciones globales, pero los efectos serán locales, y mermarán radicalmente la capacidad de los gobiernos para preservar la seguridad, el bienestar y los bienes de sus ciudadanos. Noah Gordon, codirector del programa de Sostenibilidad, Clima y Geopolítica del Carnegie Endowment for Peace, aborda esta pérdida de legitimidad de los gobiernos a raíz del cambio climático, a la que se suma una mayor presión sobre los recursos públicos y la necesidad de tomar decisiones políticas impopulares. Esto abona el terreno a los actores violentos no estatales (criminales, insurgentes, contratistas privados o paramilitares) para ocupar los «espacios de desgobierno» y tratar de hacerse con parte del poder estatal. Según Gordon, esto se dará más en los países más vulnerables, y en las autocracias, donde la legitimidad de facto del gobierno no deriva de las urnas, sino de su ejercicio. Sirviéndose de multitud de ejemplos, Gordon ve elementos comunes tanto en los insurgentes que buscan ocupar parte del territorio nacional, como en los negacionistas que se enfrentan a las políticas restrictivas de los gobiernos, las mafias que se enriquecen gracias al tránsito irregular de los refugiados climáticos o los grupos de «patrulleros» que intentan detenerlos.
A la hora de imaginar soluciones para el cambio climático, la tecnología se presenta con frecuencia como la panacea para monitorizar y revertir sus defectos. No obstante, como nos recuerdan Ricardo Martínez y Marta Galcerán, investigadores del programa de Ciudades Globales de CIDOB, debemos incorporar también a este debate el «reverso oscuro» de la digitalización, que atañe a su consumo energía, de agua y su huella de carbono –por encima de la de la aviación civil–. Prestamos también atención al tema de las escasas tierras raras gracias al apunte elaborado por David Peck, profesor asociado de la Universidad Tecnológica de Delft, que señala el enorme impacto de la transición energética sobre estos materiales estratégicos, en especial para la Unión Europea, que es muy vulnerable a las fluctuaciones de la oferta y la demanda y que busca ganar autonomía estratégica y tecnológica. Con un énfasis particular en la energía, Victor Burguete, investigador de CIDOB, y la directora del programa de Seguridad Energética y de la Iniciativa para el Clima de Brookings Institution, Samantha Gross, dialogan sobre las implicaciones geopolíticas de la guerra de Ucrania, que ha cercenado abruptamente las importaciones europeas de energía rusa debido a unas sanciones, que según Gross, están dando frutos por encima de lo esperado.
¿Está la democracia en crisis?
El segundo apartado del Anuario analiza el declive que está experimentando la democracia en el mundo, que tras décadas de expansión –en términos absolutos y relativos–, en los últimos veinte años retrocede frente al auge del autoritarismo y de los regímenes híbridos. El presidente del consejo rector del Center for Liberal Strategies de Sofía, Ivan Krastev, realiza una primera aproximación a este fenómeno y su relación con la demografía y las migraciones. Así, hace referencia a dos imaginarios apocalípticos que, a su modo de ver, vertebran la política europea actual: el ecológico (de la extinción como especie debido a la crisis ambiental) y el demográfico (la disolución de un colectivo a causa de la inmigración). Krastev se interroga por el compromiso con la democracia y con sus reglas de juego por parte de aquellos partidos políticos –y de las comunidades mayoritarias a las que representan– que quizá más adelante podrían devenir minoría electoral. Y afirma que el «miedo de una mayoría que se siente amenazada» es hoy uno de los principales motores de la política europea, en un contexto cada vez más obsesionado por la identidad. También apela a la «lotería del pasaporte», que define como un bien patrimonial –y hereditario– que reciben los nacionales de un determinado Estado, y que ambicionan, con motivo, los que contemplan la emigración como única salida.
Imaginar el futuro no consiste en hacer pronósticos, sino en proponer un horizonte posible hacia el que dirigirnos y que nos permita desplegar los medios necesarios para alcanzarlo o, cuando este es indeseable, poder evitarlo.
Otro de los interrogantes que recorren el apartado es si es aún posible resistir, o incluso revertir, el avance del autoritarismo. Y se constata que los regímenes democráticos no se disuelven como en el pasado –de manera súbita, a raíz de un golpe de Estado–, sino que hoy lo hacen de manera progresiva, en manos de líderes con agendas radicales y aspiraciones hegemónicas, en muchos casos elegidos democráticamente, como es el caso de Turquía, Polonia y Hungría. La democracia hoy no muere abruptamente sino lentamente, despiezada por mil pequeños cortes, como describe gráficamente la premio Nobel de la Paz Maria Ressa en su conversación con Carme Colomina, investigadora sénior de CIDOB. Ressa subraya el papel esencial de los periodistas y de los medios de comunicación en la defensa de la democracia frente a los autócratas, algo que conoce en primera persona debido al acoso que sufrió durante la presidencia de Rodrigo Duterte en Filipinas, y que la convirtió en un símbolo del periodismo comprometido con la verdad. Y es que sin verdad no hay confianza, y sin las dos, la democracia se marchita. Ressa también incide en el papel de la desinformación, que alimenta la polarización política de las sociedades democráticas en bloques aislados e irreconciliables. Algo más optimista es Umut Özkirimli, investigador sénior asociado de CIDOB, quien afirma que, si bien el liberalismo atraviesa por un momento de crisis, sigue siendo para muchos ciudadanos el único marco de referencia aceptable. No obstante, constata que ha perdido parte de su atractivo debido a su doble rasero en cuestiones internacionales (y las funestas consecuencias de sus intervenciones militares en el exterior), las diversas crisis económicas, y a la imagen convulsa que genera la polarización populista y etnonacionalista. Özkirimli llama nuestra atención sobre el hecho como los ámbitos político y económico están cada vez más en manos de la derecha, mientras que la izquierda se reserva el ámbito cultural, que mengua y se circunscribe cada vez más a la vigilancia del lenguaje, la protesta universitaria y el «activismo de teclado». Victoria Brusa, otra ganadora de la convocatoria de jóvenes investigadores menores de 30 años, dedica su texto al auge de la ultraderecha como una alternativa política capaz de seducir a los «perdedores de la globalización». Por su parte, Felix Wiebrecht, investigador del V-Dem Institute, desgrana el surgimiento de nuevos regímenes híbridos –como la «autocracia electoral»– que intentan mantener una fachada democrática, pero que limitan derechos y eliminan restricciones al poder ejecutivo. En los últimos años, hemos asistido a alzamientos populares contra gobiernos autoritarios, incluso en contextos donde son duramente reprimidos (por ejemplo, las protestas por la detención de Alekséi Navalni en Rusia en 2021, la muerte de Mahsa Amini en Irán, o los estallidos contra los regímenes de Belarús, Kazajstán y Myanmar, por citar algunos). El optimismo reside en aquellos regímenes donde quizá se ha iniciado la erosión democrática, pero aún no ha arraigado el autoritarismo, como por ejemplo en Eslovenia, Polonia, México, Israel o Armenia, ejemplos de cómo resultan claves la movilización sostenida en el tiempo, de la coordinación de la sociedad civil y de la oposición política.
Por su parte, la profesora de Ciencia Política de la Universidad de Utah, Laura Gamboa, edica su artículo al análisis de las distintas estrategias opositoras, con vistas a determinar cuáles son más efectivas en la consecución de sus objetivos y resultan menos dañinas para el propio sistema democrático. Su conclusión, que estudia los casos de Venezuela y Colombia, es que los mejores resultados se obtienen cuando la oposición opta por estrategias institucionales y objetivos moderados (en contraposición a estrategias extrainstitucionales y objetivos radicales), ya que así se minimizan los incentivos y se aumenta el coste de la represión para los gobiernos; así mismo, se preserva el entramado democrático y la legitimidad para acometer acciones futuras en caso de que la acción no dé sus frutos. El malestar social y las protestas ciudadanas en América Latina son el hilo conductor del artículo de Anna Ayuso, investigadora sénior de CIDOB, quien señala que las protestas son algo intrínseco de los regímenes democráticos, motivo por el cual no deberíamos verlas como una anomalía. Es la respuesta que se da a estas protestas lo que aporta un indicador de la salud democrática. Tuvimos buena muestra de ello durante la denominada «primavera árabe» de 2011, que analiza con la distancia que da el tiempo Moussa Bourekba, también investigador de CIDOB, constatando la decepción que ha supuesto el gobierno de Kais Saied en Túnez, y que es un buen ejemplo de las muchas dificultades que encuentran en su camino los movimientos de revolución popular. Precisamente es la falta de perspectivas de futuro una de las causas principales de la migración, un fenómeno que Blanca Garcés, investigadora sénior de CIDOB, analiza bajo el prisma del debate identitario y su impacto en la democracia. Y denuncia que, si bien los derechos civiles y sociales se les conceden a los emigrantes con relativa rapidez, no sucede lo mismo con los derechos políticos.
Por otra parte, la polarización global y el auge de los autoritarismos y de la ultraderecha representan un envite para la democracia. Xavier Romero, investigador de la Universidad de Cambridge, dedica su estudio a la opinión pública en relación a las potencias internacionales, hoy muy polarizada por la guerra en Ucrania en bloques cada vez más homogéneos, algo que, en su parecer, es un obstáculo para la resolución pacífica de conflictos. Por su parte, David Ownby, de la Universidad de Montreal, analiza el papel de los intelectuales chinos en un contexto en el que existen muchos temas sensibles y un control férreo de los medios y las redes de comunicación por parte del gobierno. Alejados de la disidencia frontal, estos pensadores buscan influir en la forja del discurso oficial y, más allá de las apariencias, son el reflejo de un debate vivo y plural entre académicos e intelectuales, si bien deben calibrar con precisión su mensaje.
Finalmente, el capítulo plantea cómo las nuevas tecnologías –principalmente la automatización y la inteligencia artificial– pueden amenazar a la democracia. Jonas Loebbing (Universidad de Múnich) aborda el impacto de la automatización sobre el trabajo y, acto seguido, sobre la democracia, porque provoca la polarización de la renta que se deriva de la destrucción de las rentas medias –los niveles salariales medios–, que son los que justifican el reemplazo de un trabajador por una máquina. Por su parte, Javier Marichal (California Lutheran Univesity) se centra en el impacto de la Inteligencia Artificial sobre la democracia, a través de la generación de imágenes y noticias falsas, que quiebran la verdad y la confianza, que son imprescindibles para la supervivencia de la democracia.
Imaginar el futuro: un imperativo del presente
La presente edición del Anuario se cierra con un tercer capítulo dedicado a «imaginar el futuro», desde distintos prismas y disciplinas, y con la voluntad de generar relatos alternativos y que aporten un horizonte a la acción política. Esto es, ahora, más necesario que nunca, debido a que las sociedades humanas se transforman con una velocidad y una complejidad sin precedentes. La innovación y la creatividad son los motores de este cambio, que requieren de imaginación para concebir cómo vivimos, cómo nos relacionamos y hacia dónde proyectamos nuestras estructuras sociales, políticas y económicas. Duncan Bell, profesor de pensamiento político de Cambridge, nos introduce en el tema con un repaso de las raíces modernas del pensamiento sobre el futuro, que sitúa en el mundo victoriano y que entronca con el debate acerca de la tecnología y el progreso. Nos preguntamos también por el futuro de la globalización, que ha sido el principal motor económico y de conocimiento de nuestros tiempos y que hoy parece remitir. Anthea Roberts, catedrática de la Australian National University y Nicholas Lamp, profesor de la Queens University, reivindican una visión abierta e inclusiva de la globalización, que integre los valores distintos que coexisten en una sociedad internacional plural. Desde una perspectiva menos académica y más de consultoría de participación política, Judith Ferrando, Yves Mathieu y Antoine Vergne, de Missions Públiques, ofrecen una serie de propuestas para revitalizar la gobernanza del futuro, partiendo de un elemento clave: la participación ciudadana. Esto coincide con otro de los jóvenes investigadores menores de 30 años de este año, Mikel Gaztañaga, que reivindica las prácticas colaborativas para afrontar los retos de un mundo plural y crecientemente complejo. Nos preguntamos también sobre el futuro rol del que ha sido el actor principal de política internacional de los últimos 400 años: el Estado-nacion. Y en este punto Omar Dajani, codirector del Global Center for Business & Development de la University of the Pacific, nos invita a redefinir el concepto de Estado-nación, con menos énfasis en el territorio, para lograr soluciones integradoras a las fracturas sociales, como las desigualdades y la pobreza. Sobre ello incide también Luis F. López-Calva, director global de la Práctica Global de Pobreza y Equidad del Banco Mundial, quien afirma que jamás liberaremos el potencial de nuestras economías si no abordamos también la desigualdad de acceso a las oportunidades productivas.
Al pensar en el futuro, debemos prestar atención a la demografía, que es el tema de análisis también de Andreu Domingo, subdirector del Centro de Estudios Demográficos de la UAB, que dibuja un futuro en el que la población habrá alcanzado su cénit antes del final del próximo siglo, potencialmente alcanzando los 10.000 millones de habitantes, y empezará a decrecer, aunque desigualmente, con cada vez más nacimientos concentrados en África. De nuevo la demografía es clave para imaginar el futuro del Estado del bienestar, sobre el que reflexiona Anu Toots, de la Escuela de Gobernanza, Derecho y Sociedad (Tallin University), quien ofrece algunas recetas para poder salvaguardarlo.
Imaginar el futuro no consiste en hacer pronósticos, sino en proponer un horizonte posible hacia el que dirigirnos y que nos permita desplegar los medios necesarios para alcanzarlo o, cuando este es indeseable, poder evitarlo. Peter Scoblic, Investigador sénior del programa de Seguridad Internacional de New America, expone su larga experiencia como asesor de prospectiva estratégica para la administración estadounidense. En su texto, expone la proliferación de unidades de prospectiva cada vez más cerca de los centros de poder, tanto de los gobiernos, como las organizaciones internacionales o las grandes corporaciones, que pueden beneficiarse del pensamiento estratégico orientado a la acción y estar mejor preparados para posibles escenarios futuros, más o menos posibles, pero plausibles. Si bien en ocasiones el futuro es un interrogante, ello no significa que sea fruto del azar; al contrario, a veces afrontamos situaciones que obedecen al diseño de las tecnologías que las han propiciado, como sucede por ejemplo con las redes sociales o la robotización. Alice Rawsthorn, crítica de diseño y cofundadora del proyecto Design Emergency, incide precisamente en la importancia del diseño como elemento para proyectar una idea, cualquiera que sea su dimensión. Rawsthorn reivindica «una nueva tipología de diseñadores activistas que trabajan por el bien de todas las comunidades, de todas las geografías y de todas las especies y que hacen que nuestras vidas sean más justas, seguras, sanas y más agradables, productivas e inclusivas». Esta aplicación práctica del diseño debe trasladarse al diseño de las grandes metrópolis, para hacer de la ciudad un espacio verde, saludable, seguro, inteligente y sostenible. Así lo afirma Agustí Fernández de Losada, director del programa Ciudades Globales de CIDOB, que divisa las ciudades como espacios que aseguren la igualdad y la dignidad de todas las personas. Su análisis se completa con el de Clelia Colombo, responsable del Servicio de Prospectiva y Estrategia del Área Metropolitana de Barcelona (AMB), que incide en la importancia de la innovación local para lograr los objetivos globales de desarrollo sostenible. En un contexto marcado demasiado a menudo por el pesimismo, es preciso cultivar la esperanza. Pol Bargués, investigador sénior de CIDOB, invita a reflexionar sobre una esperanza radical, «que nos acerque a un mundo en transición, de cambios y de crisis sistémicas». Porque es esta esperanza la que nos dará el ímpetu para buscar y aplicar soluciones para las crisis que nos acechan, que no serán fáciles y que requerirán de grandes dosis de energía.
En su trigésimo tercera edición, y en el marco del 50 aniversario de CIDOB, el Anuario CIDOB se cierra con una entrevista a Hillary Rodham Clinton, exsecretaria de Estado de los EEUU, quien conversa con Pol Morillas, director de CIDOB. En esa charla, Clinton reflexiona sobre la transformación de la sociedad internacional a lo largo de las últimas cinco décadas, y destaca que el cambio más relevante se ha producido en nuestras mentes, gracias al progreso tecnológico que nos ha empoderado de manera muy positiva; pero también ha conllevado retos de difícil solución para la sociedad y la gobernanza global.
Al llegar a los 50 años de existencia, CIDOB vuelve la vista atrás, hacia la larga trayectoria de análisis de las relaciones internacionales, de creación de una comunidad de internacionalistas y de servicio a la ciudadanía. Pero, al mismo tiempo, cerramos esta edición del Anuario mirando hacia el futuro, con el compromiso de seguir reflexionando sobre un mundo en constante transformación.