
ANTHEA ROBERTS
Catedrática en la Escuela de Regulación y Gobernanza Global (RegNet) de la Australian National University (ANU) y profesora visitante en la Harvard Law School

NICOLAS LAMP
Profesor titular en la Queen’s University
De las múltiples versiones que se han hecho de la fábula clásica del zorro y el erizo, es probablemente la de Isaiah Berlin la que mejor ha captado la idoneidad de este relato para exponer dos formas de pensamiento opuestas entre sí. En la versión de Berlin, el zorro conoce mil soluciones y argucias gracias a su astucia, a diferencia del erizo, al que le basta con conocer una sola cosa, pero muy importante. La fábula nos presenta dos maneras de entender el mundo; por un lado, la de los erizos, centrada en un único principio organizador pero que es de aplicación universal; y por otro, la de los zorros, que atiende a muchos valores y enfoques distintos, pero que no es capaz de encajarlo todo en una única visión omnicomprensiva[1].
Los debates sobre la globalización económica suelen estar dominados por erizos: actores que interpretan y evalúan la dinámica y las consecuencias de la globalización a través de un único prisma. Por ejemplo, de acuerdo con el discurso occidental dominante sobre la globalización, tras el colapso de la Unión Soviética y hasta la crisis financiera mundial de 2008, la liberalización económica amplió el pastel económico mundial de tal forma que todos los países –desarrollados y en desarrollo, de rentas altas y de rentas bajas– mejoraron su situación. A través de esta lectura, el resultado del libre comercio fue igual de beneficioso para todo el mundo, al tiempo que aportó paz y prosperidad para todos.
Sin embargo, en los últimos años proliferan las corrientes de pensamiento ‒de distinto color‒, con discursos alternativos que afirman que la globalización económica ha generado también, muchos perdedores. Son, por ejemplo, los populistas de derechas que lamentan la decadencia del «cinturón de óxido»[2] en Estados Unidos y que inciden en la necesidad de defender a la clase trabajadora nativa frente a la deslocalización de los empleos industriales y frente a la llegada de inmigrantes. También los populistas de izquierdas y los críticos con el poder empresarial alegan que los dividendos de la globalización suelen beneficiar principalmente a los ricos y a las poderosas multinacionales y que debilitan, por el contrario, a la clase media.
En algunos temas, parece que los proponentes de las diversas narrativas sobre la globalización económica habitan mundos estancos, con poca o ninguna interacción entre ellos
A raíz de la pandemia de la COVID-19 y de la crisis climática ha aumentado la preocupación por la resiliencia y la sostenibilidad de nuestras economías. Nos encontramos en una coyuntura crítica: tras un periodo relativamente largo de estabilidad en el pensamiento dominante acerca de la globalización económica, nos adentramos ahora en una situación de cambio dramático[3]. En este contexto de crisis[4], la narrativa deviene un factor tremendamente importante, ya que orienta a los actores hacia nuevas formas de entender cuál es el problema y qué debe hacerse al respecto[5].
Desde nuestro punto de vista, el mejor punto de partida para imaginar el futuro de la globalización es entender cómo interactúan las diferentes narrativas, ya que estas nos permiten matizar las complejidades, las incertidumbres y las ambigüedades de la globalización económica. No es este el objeto de los debates actuales sobre la globalización, que se convierten rápidamente en enfrentamientos entre quienes ‒con mentalidad de erizo‒ se parapetan en su única visión del fenómeno, al tiempo que caricaturizan a sus oponentes como analfabetos en economía, políticamente peligrosos o moralmente corruptos.
Un ejemplo de ello son algunas de las narrativas críticas con el libre comercio y la inmigración, tan presentes en la campaña presidencial de Donald Trump, en Estados Unidos, y en el movimiento a favor del Brexit, en Reino Unido. Como el animal que hemos elegido para representarlos, muchos de ellos se acurrucaron en una bola de espinas, menospreciando a sus oponentes por su estupidez e intereses personales.
Esto no quiere decir que perspectivas como la del erizo carezcan de interés. Sin embargo, los debates dominados por perspectivas del tipo erizo nos impiden avanzar, ya que tienden a pendular entre dos extremos. En algunos temas, parece que los proponentes de las diversas narrativas sobre la globalización económica habitan mundos estancos, con poca o ninguna interacción entre ellos. Los bandos están tan atrincherados en sus propias visiones del mundo que un verdadero diálogo resulta imposible debido a la intensa polarización[6].
El hecho de que los erizos hayan dominado los debates públicos sobre la globalización económica no solo nos ha impedido comprender la globalización en toda su complejidad y matices, sino que es, además, un obstáculo para apreciar y dar cabida a los distintos valores en juego. Así pues, para imaginar el futuro de la globalización, necesitamos desarrollar más enfoques del tipo zorro, que nos liberen de los mundos estancos y la polarización característica de los debates contemporáneos.
Seis narrativas para explicar quién gana con la globalización: todos, algunos o nadie
El primer paso para desarrollar este tipo de perspectiva plural es analizar y comprender qué es lo que los diferentes erizos han estado afirmando sobre la globalización económica. En nuestro libro Six Faces of Globalization: Who Wins, Who Loses, and Why It Matters (Cambridge: Harvard University Press, 2021) hemos identificado seis principales narrativas acerca de las virtudes y los vicios de la globalización económica que son las principales a la hora de articular los debates en Occidente. Estas narrativas son las que producen las líneas discursivas a través de las cuales percibimos la realidad y comunicamos nuestras concepciones y valores. En general, encajan en tres categorías principales: una primera en la que todos ganan o win-win, una segunda en la que unos ganan y otros pierden o win-lose y, finalmente, la tercera en la que todos pierden o lose-lose.
La narrativa de los poderes establecidos ha sido la dominante a la hora de entender la globalización económica en Occidente durante las tres últimas décadas. Desde esta perspectiva, la globalización es una dinámica imparable e indudablemente beneficiosa. Se centra en el aumento de la productividad y el descenso de las tasas de pobreza, haciendo hincapié en la eficiencia económica y en las virtudes de los países y las empresas que aprovechan sus ventajas comparativas. Muchas de las instituciones que actúan como guardianes del orden económico internacional –como el Banco Mundial, el FMI y la OMC– han hecho suya esta visión del win-win[7].

Composición a partir de imágenes de Gerry Balding, «Mad Bankers», junio de 2011; BP Miller, «Mujer en hiyab blanco y negro», julio de 2021 y Stephen and Helen Jones, «Esplanade – COP26 Coalition Rally»,
Sin embargo, en la década posterior a la crisis financiera mundial, este discurso oficialista ha perdido su posición dominante y narrativas que hasta entonces eran marginales, ocupan ahora el centro del debate político. Con mentalidad de erizo, otras cuatro narrativas sobre la globalización económica defienden que la globalización produce tanto ganadores como perdedores. La diferencia entre ellas radica en quién gana y quién pierde, qué causa este resultado distributivo desigual y por qué es problemático.
A la izquierda del espectro político, encontramos dos narrativas que enfatizan cómo las ganancias de la globalización económica han fluido hacia arriba, hacia los ricos y las corporaciones multinacionales. A la derecha, encontramos dos narrativas que consideran que los beneficios de la globalización han ido a parar a bolsillos y países extranjeros[8].
La narrativa populista de izquierdas pone su atención en cómo se manipulan las economías nacionales para canalizar las ganancias de la globalización hacia unos pocos privilegiados. Aunque las economías de muchos países han crecido, también se ha producido un fuerte aumento de la desigualdad, con una brecha cada vez mayor entre ricos y pobres, así como un debilitamiento de la clase media. Mientras que algunos de sus defensores señalan a directivos empresariales, banqueros y multimillonarios –el 1% más rico de la población mundial– como beneficiarios de esta transferencia otros apuntan también a la clase profesional culta y a la clase media alta en general –el 20% más rico–. En cualquier caso, para esta narrativa, son los pobres y la clase trabajadora quienes han salido perdiendo[9].
Quienes defienden la narrativa del poder corporativo afirman que los verdaderos ganadores de la globalización económica son las empresas multinacionales, que pueden aprovechar las ventajas de un mercado global para producir a bajo coste, vender en todas partes y minimizar el pago de impuestos. Estas empresas utilizan su poder para configurar las normas internacionales en ámbitos que les benefician, como el comercio y la inversión, al tiempo que ejercen presión contra una cooperación internacional eficaz en temas que podrían perjudicarles, como la fiscalidad. Según esta narrativa, la globalización económica produce muchos perdedores –trabajadores, comunidades, ciudadanos, gobiernos– y un único ganador: las empresas[10].
La narrativa populista de derechas comparte con la versión de izquierdas una profunda desconfianza hacia las élites, pero ambas narrativas divergen en su acusación: mientras los populistas de izquierdas culpan a la élite de enriquecerse, los populistas de derechas cargan contra ella por no proteger a la población trabajadora autóctona de las amenazas del «otro» extremo. El discurso populista de derechas tiene, por tanto, una fuerte cualidad horizontal de «nosotros contra ellos», bien a través de la preocupación por proteger a los trabajadores de la deslocalización de puestos de trabajo, o de protegerlos contra la afluencia de inmigrantes que podrían competir por sus puestos de trabajo, vivir del sistema de bienestar social o amenazar la identidad de la comunidad nacional[11].
La narrativa geoeconómica se centra en otro tipo de amenaza exterior: la competencia económica y tecnológica entre Estados Unidos y China como grandes potencias rivales. Aunque ambos países se han beneficiado de la globalización económica en términos absolutos, en términos relativos China ha reducido la distancia que le separaba de Estados Unidos. EEUU, por su parte, percibe cada vez más a China como un competidor económico y una amenaza para la seguridad, lo que confiere a la narrativa geoeconómica una urgencia que no tenía durante la Guerra Fría. Esta urgencia se ha visto agravada con la invasión rusa de Ucrania, y le ha dado a este tipo de discurso un carácter prominente en Europa, ampliando su alcance para abarcar también la competencia entre Occidente y una alianza autoritaria compuesta por China y Rusia. En lugar de aplaudir el comercio y la inversión internacionales por su mejora del bienestar económico y el incremento de las perspectivas de paz, la narrativa geoeconómica subraya las vulnerabilidades existentes en el ámbito de la seguridad surgidas de la interdependencia económica y la interconexión digital con rivales estratégicos[12].
La disyuntiva no es la cooperación, la competencia o la confrontación entre Estados Unidos y China, sino cómo gestionar estos tres aspectos en distintos ámbitos y momentos
A veces estas narrativas se solapan. Por ejemplo, muchos de los miembros de la administración Trump abrazaron tanto la narrativa populista de derechas como la geoeconómica, mientras que candidatas como Elizabeth Warren encarnaron tanto la crítica populista de izquierdas como la del poder corporativo. En otros casos divergen entre ellas. Por ejemplo, las protestas contra la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, según su sigla en inglés) bebían más de la narrativa del poder corporativo que del populismo de izquierdas. Cada narrativa tiene sus propias preocupaciones. Si la narrativa populista de derechas lamenta la pérdida de empleo en el ámbito industrial, la geoeconómica se centra en ganar la carrera en las tecnologías del futuro, como las redes de quinta generación (5G) y la Inteligencia Artificial.
Las narrativas anteriores se basan en una lógica del win-win o del win-lose, y difieren de la sexta de estas narrativas del tipo erizo, que sostiene que todos corremos el riesgo de perder con la globalización económica en su forma actual. Esta narrativa del lose-lose retrata la globalización económica como fuente y acelerador de amenazas globales, como las pandemias y el cambio climático. Algunas de sus versiones se centran en cómo la interconexión global aumenta el riesgo de contagio tanto de virus como de alteraciones en la cadena de suministros. Otras advierten que el aumento vertiginoso de las emisiones de carbono como consecuencia de la expansión mundial del modelo occidental de producción y consumo está poniendo en peligro tanto a las personas como al mismo planeta en su conjunto.
Este tipo de narrativas centradas en las amenazas globales consideran la humanidad como un todo y sus partidarios apelan a la solidaridad global y a la cooperación internacional para hacer frente a retos compartidos. Sostienen que debemos redefinir los objetivos de nuestras economías para que los individuos y las sociedades puedan sobrevivir y prosperar dentro de los límites de nuestro planeta. Esto puede implicar dar más importancia a la resiliencia que a la eficiencia en nuestras cadenas de suministro, y más importancia a la sostenibilidad que a la búsqueda de beneficios en nuestras economías. Si no cambiamos, advierten, corremos el riesgo de que todos salgamos perdiendo, aunque es probable que algunas personas y países sean los primeros y los más perjudicados[13].
Formados en un mundo acostumbrado a los erizos, la pregunta más común que nos encontramos en nuestra investigación fue: «entonces, ¿cuál de estas narrativas es la correcta?». También descubrimos que los partidarios de determinadas narrativas se apresuraban a señalar lo correcto de su narrativa y lo erróneo de las demás, una clásica maniobra de erizo. Ambos enfoques pasan por alto una cuestión más profunda.
Como ocurre con cualquier representación parcial de una realidad de naturaleza compleja, aunque cada relato contiene algo de certeza ninguno dice toda la verdad[14]. Cada relato destaca aspectos importantes del proceso de globalización económica y expresa valores profundamente arraigados en un gran número de personas. Muestra y a la vez oculta. Es por ello que, en lugar de optar por una única narrativa, debemos dar preferencia a un enfoque como el del zorro, que abarque múltiples perspectivas, manteniéndolas en tensión y combinando sus puntos de vista.
En el plano analítico, adoptar un enfoque de este tipo ayuda a comprender mejor las cuestiones complejas. Como explica el politólogo Philip Tetlock en su libro Expert Political Judgment (2017), la clave no está tanto en qué piensan los expertos, sino en cómo piensan. Tetlock considera que quienes piensan como erizos tienen conocimiento sobre un aspecto determinado y a menudo confían demasiado en sí mismos y tienden a excederse en el alcance explicativo de sus conocimientos en otros ámbitos. Sus predicciones suelen ser, sin embargo, mucho menos acertadas que las de los pensadores con mentalidad de zorro, que combinan diversas fuentes de información para llegar a conclusiones más provisionales[15].
Tomemos como ejemplo la reacción contra el impuesto sobre el diésel del presidente francés Emmanuel Macron en 2018. Desde la perspectiva oficial y de las narrativas sobre las amenazas globales, la tasa tenía todo el sentido del mundo: encarecer los combustibles fósiles es una forma de reducir las emisiones de carbono a través del mercado. Y, sin embargo, la política fracasó, porque Macron no tuvo en cuenta cómo sería percibido el impuesto desde las perspectivas populistas que alimentaron las protestas de los «chalecos amarillos». Los populistas de derechas veían en el impuesto una afrenta de las élites urbanas al modo de vida rural, al tiempo que los populistas de izquierdas señalaban cómo gravaba a las poblaciones más pobres sin penalizar al mismo tiempo actividades de los ricos, como volar en avión.
Si el arte de la abogacía consiste en convencer a los demás de que vean el mundo a través de una determinada lente, el arte de la elaboración de políticas demanda lo contrario: exige examinar los problemas a través de diversas lentes. Para decidir si un país debe utilizar Huawei en sus redes 5G no debemos considerar únicamente si los productos de Huawei son o no baratos, fiables y económicamente eficientes; también hay que tener en cuenta hasta qué punto se siente cómodo el país confiando su infraestructura crítica a una empresa que depende del gobierno chino, y en plena preocupación por las cuestiones de seguridad y la rivalidad geopolítica. Del mismo modo, la comprensión de la propagación y el impacto del coronavirus requiere una apreciación de los riesgos sistémicos derivados de la interconexión global, así como de la variabilidad resultante de las desigualdades domésticas.
Un enfoque como el del zorro también puede ayudarnos a superar la incomprensión mutua que abunda en los debates económicos, ya que nos empuja a ponernos en la piel de aquellos con los que no estamos de acuerdo. Y si comprendemos mejor su lógica interna, su atractivo y las prescripciones de esa narrativa, tendremos una visión más clara de los puntos ciegos y los sesgos de nuestras propias narrativas y preferencias políticas.
Para desarrollar enfoques de este tipo que nos ayuden a imaginar el futuro de la globalización, tenemos que pensar de manera integradora, lo que no resulta fácil en el contexto actual. Las universidades suelen segmentar la investigación en función de disciplinas y, por tanto, fomentan la profundización y la especialización, en detrimento de una mirada más global, interconectada y creativa. Los responsables políticos suelen trabajar de forma relativamente compartimentada en distintos departamentos que abordan sus propios problemas y mantienen un estrecho control sobre sus propuestas. Sin embargo, fenómenos complejos como la globalización económica implican una multitud de cuestiones conectadas entre sí, que no se ajustan claramente a las fronteras de las disciplinas y las temáticas en torno a las cuales se organiza gran parte de nuestra producción de conocimiento.
El premio Nobel de Física Murray Gell-Mann afirmaba que: «en el siglo XXI, el tipo de mente más importante será la mente capaz de sintetizar»[16]. La mente sintetizadora asimila y evalúa información procedente de fuentes dispares, entreverándola en un todo más coherente[17]. La capacidad de tener presentes (al menos) dos ideas o narrativas diametralmente opuestas y, en lugar de elegir simplemente una, producir una síntesis que sea superior a cualquiera de las dos, es una cualidad que comparten los principales líderes empresariales[18].
Es también una práctica cada vez más habitual en Washington y en Bruselas. La estrategia del presidente de Estados Unidos Joe Biden integra aspectos desde múltiples perspectivas. Su agenda comercial habla del potencial del comercio como generador de prosperidad, a la que añade el compromiso de defender el bienestar de los trabajadores estadounidenses –propia de los populistas de derechas y de izquierdas–, la necesidad de regular el poder empresarial –también en los ámbitos fiscal y antimonopolio– y la determinación de competir agresivamente con China en lo económico y lo tecnológico, al mismo tiempo que se intenta cooperar en amenazas globales como el cambio climático y las pandemias.
Algo similar ocurre en Bruselas. La Unión Europea, durante mucho tiempo acérrima defensora de la narrativa oficial, ha ido actualizando su política comercial para buscar una mayor resiliencia en bienes críticos, encabezar su propia fabricación de semiconductores con el fin de proteger su posición industrial, e imponer un Mecanismo de Ajuste de la Frontera del Carbono (MAFC). Todo ello con el objetivo de lograr una mayor sostenibilidad dentro del sistema de comercio mundial. También está tratando de incorporar aspectos de diferentes narrativas en su acercamiento a China y, en este sentido, la Comisión declara que «China es, simultáneamente y en diferentes ámbitos políticos, un socio de cooperación con el que la UE tiene objetivos estrechamente alineados, un socio con el que la UE debe negociar para encontrar un equilibrio de intereses, un competidor económico en la búsqueda del liderazgo tecnológico y un rival sistémico que promueve modelos alternativos de gobernanza».
Si dejamos atrás la cuestión de cuál de las narrativas es la correcta, ¿adónde nos puede llevar un pensamiento más integrador sobre la globalización económica? Aunque no tenemos una respuesta definitiva, nuestro estudio sugiere que el centro de gravedad del debate se está alejando del antiguo consenso oficial en, al menos, dos aspectos:
Primero, en lo relativo a las cuestiones de distribución, que tanto dentro de los países como entre ellos ocupan un lugar cada vez más central; y segundo, en cuanto a los valores no económicos, ya sean medioambientales, sociales o relacionados con la seguridad, que están creciendo en importancia en detrimento de la eficiencia y el crecimiento.
En cuestiones distributivas, los proponentes de la narrativa del poder establecido sugerían un enfoque en dos fases. En primer lugar, era imperativo aumentar el tamaño del pastel económico, abriendo los mercados al comercio y la inversión internacionales. Las cuestiones distributivas sobre cómo se dividía el pastel quedaban relegadas al ámbito nacional. El pensamiento económico encuadrado en esta perspectiva apostaba por la eficiencia como mecanismo de crecimiento económico del país en su conjunto. Y presuponía que los ganadores podrían compensar a los perdedores y, aun así, seguir en una mejor posición. Que los ganadores compensaran efectivamente a los perdedores era algo que se reservaba a los enredos de la política, para no comprometer la integridad de los modelos.
Sin embargo, el resto de las narrativas sí que otorgan un papel central a la distribución. No basta con aumentar el tamaño del pastel; el reparto es tan o más importante. Los populistas de izquierdas se centran en la distribución de la riqueza y las oportunidades entre las clases socioeconómicas de un determinado país. Para ellos, el crecimiento es inútil si no es ampliamente compartido. La narrativa populista de derechas sostiene que la distribución, entendida en el sentido horizontal del espacio geográfico, también importa. Compara la dinámica de las ciudades que progresan y las comunidades rurales que decaen con el cierre de las fábricas.
Las ganancias relativas también pueden ser importantes a escala internacional. La narrativa geoeconómica señala que, aunque China y Estados Unidos se han beneficiado de la globalización económica en términos absolutos, el éxito relativo de China a la hora de acortar distancias ha agudizado la competencia estratégica entre ambos. En lugar de producir una situación win-win que tiene como consecuencia paz y prosperidad para todos, el cambiante equilibrio de poder mundial amenaza ahora la paz y la prosperidad. Las cuestiones distributivas, tanto dentro de los países como entre ellos, se están convirtiendo en un elemento central de la formulación de políticas.
Otro tema común en las narrativas que se oponen a la ortodoxia del libre comercio es la importancia concedida a otros valores más allá de la eficiencia económica, ya sean el bienestar humano, la protección del medio ambiente, la cohesión comunitaria o la seguridad nacional. La narrativa del poder establecido tiende a ignorar los valores no monetarios o a tratarlos como si pudieran ser reducidos a medidas económicas. Los discursos alternativos sostienen que el «bienestar» general no puede representarse únicamente con parámetros económicos; a veces hay otros valores más importantes que la renta y que no se cuantifican con dinero. A pesar de que hoy, gracias a los pagos por discapacidad, las ayudas sociales y el acceso a productos más baratos, un trabajador industrial que ha sido despedido esté objetivamente en una situación material mejor que la de sus padres, lo que ha perdido en orgullo y estatus puede que supere cualquier ganancia material.
La idea de que importan otros valores, además del incremento de la riqueza, es un elemento esencial de la narrativa sobre las amenazas globales. Los ecologistas y sus aliados nos piden que reformulemos el crecimiento económico como un medio para alcanzar un fin, y no como un fin en sí mismo. Nos recuerdan que no todo crecimiento económico contribuye al bienestar humano, especialmente cuando se persigue sin respetar los límites planetarios. «Lo que tenemos en la actualidad son economías que necesitan crecer, con independencia de que nos hagan prosperar o no», señala Raworth, «y lo que necesitamos son economías que nos hagan prosperar, con independencia de que crezcan o no»[19].
Los valores no económicos también están presentes en las narrativas alternativas. La narrativa populista de derechas premia los lazos que unen a las familias, las comunidades y las naciones, y valora la tradición, la estabilidad, la lealtad y la jerarquía. Quienes abogan por ella entienden la importancia del trabajo no solo como medio para lograr unos ingresos, sino también como mecanismo para conferir un sentimiento de identidad, autoestima y dignidad que, a su vez, ayuda a construir familias y comunidades estables. Aunque el comercio fomente una mayor eficacia y una producción más barata, puede dañar el tejido social, sobre todo cuando el cambio es rápido y se concentra en regiones geográficas o sectores industriales específicos[20].
A veces, el crecimiento económico contribuye a alcanzar ciertos objetivos no económicos; sin embargo, en otras ocasiones, tiende a obstaculizarlos. Los partidarios de estas narrativas no oficiales coinciden en que no podemos centrarnos únicamente en aumentar el tamaño de la tarta, ni tampoco limitarnos a dividirlo equitativamente: quizá aquellas cosas que valoramos no quepan en una única tarta[21]. Si queremos imaginar un futuro esperanzador para la globalización, tenemos que encontrar formas de debatir más abiertamente y equilibrar los distintos valores en nuestras sociedades pluralistas. A través de la empatía, debemos fomentar una cultura de debate respetuoso en la que se consideren abiertamente las distintas posibilidades de compromiso. Por ejemplo, ¿cómo podemos sopesar el valor de la tradición frente al progreso económico, la riqueza de la nación frente al bienestar de determinadas regiones o grupos, o la importancia de la nacionalidad frente al valor de las identidades globales y cosmopolitas?
Si queremos imaginar un futuro esperanzador para la globalización, debemos dejar atrás las batallas sobre cuál es la narrativa correcta. La capacidad de integrar los puntos de vista de distintas narrativas y la voluntad de explorar sinergias y encontrar acuerdos se están convirtiendo en las señas de identidad de una política de éxito. Ya no basta con que las cadenas de suministro sean eficientes; necesitamos que también sean seguras y resilientes. La política climática no solo debe ser económica y tecnológicamente viable, también debe ser equitativa e integradora. La disyuntiva no es la cooperación, la competencia o la confrontación entre Estados Unidos y China, sino cómo gestionar estos tres aspectos en distintos ámbitos y momentos.
Abordar un asunto a través de muchas lentes narrativas es una tarea ardua, tanto desde el punto de vista cognitivo como normativo. Pero también es la mejor oportunidad que tenemos de idear planteamientos que respondan a la complejidad caleidoscópica de los retos actuales.
NOTAS
- Véase Berlin (2013).
- N. del E.: el «cinturón de óxido» de EEUU es una región ubicada al noreste del país, en la zona de los grandes lagos, cuya principal actividad económica es la industria pesada y las manufacturas. Comprende estados como Illinois, Indiana o Michigan, entre otros.
- En relación con la coyuntura crítica véase Berins y Collier (2002); Capoccia y Kelemen (2007).
- Sobre la importancia de las ideas en períodos de transición y crisis, véase Blyth (2002 y 2007); Widmaier et al. (2007).
- Sobre la relevancia de las narrativas en general, véase Patterson y Renwick Monroe (1998); Roe (1994). Sobre la importancia de la narrativa en economía y comercio, véase Shiller (2019); Kay y King (2020); Rodrik (2018a); Narlikar (2020).
- Sobre los mundos estancos, véase Epstein (2019). Sobre la polarización, véanse Drezner (2017); Klein (2020).
- Entre quienes defienden o explican esta narrativa, véase Friedman (2000 y 2005); Clausing (2019); Blair (2005); Boudreaux (2018); Organización Mundial del Comercio (2007 y 2012).
- Sobre la distinción entre populismo de izquierdas y de derechas, veáse Mudde (2004); Eichengreen (2018 y 2019). Sobre el populismo, adoptamos el enfoque de autores como Mudde, considerándolo como una ideología menor que enfrenta al «pueblo» contra la «élite» de forma que puede combinarse con otras agendas normativas, como el socialismo a la izquierda y el nacionalismo o el nativismo a la derecha.
- Como ejemplo de quienes defienden esta perspectiva, véanse Baker (2016); Stiglitz (2012); Sanders (2015); Saez y Zucman (2019); Warren (2019); Foroohar (2016); Draut (2018); Reeves (2017).
- Como ejemplo de quienes defienden esta perspectiva, véanse Brown Jr. (1993); Nader (2015); Lind (2020); Rodrik (2018b); Ciuriak (2017); Rodrik (2018c); Zucman (2015); AFL-CIO (2017).
- Como ejemplo de quienes apoyan esta perspectiva, véanse Trump (2017); Lind (2020); Guilluy (2019); Williams (2017); May (2016); Goodhart y Armstrong (2017); Cass (2018); Russell Hochschild (2016); Moretti (2012); Ferry (2019).
- Como ejemplo de quienes defienden o explican esta narrativa véanse Spalding (2019); Blackwill y Harris (2016); Pence (2018); Wray (2020); Navarro (2011 y 2018); Sommer (2018); Farrell y Newman (2019); Leonard (2016).
- Como ejemplo de quienes defienden o explican esta narrativa véanse Slaughter (2020); Martin (2020; Klein (2014); Wallace-Wells (2019); Thunberg (2019); Raworth (2017); Hickel (2016 y 2018).
- Lo mismo puede decirse en el caso de marcos, metáforas y modelos. Véase Goffman (1974), acerca de que los marcos son como ventanas a través de las cuales vemos el mundo: organizan las ideas centrales sobre un tema complejo, dando forma a lo que vemos y a lo que no vemos; Morgan (1986), acerca de que «la metáfora es inherentemente paradójica. Puede crear poderosas percepciones que también se convierten en distorsiones, ya que la forma de ver surgida de la metáfora se convierte en una forma de no ver», y Rodrik (2015), acerca de que «los modelos nunca son verdaderos; pero hay algo de verdad en ellos».
- Véase Tetlock (2017).
- Citado en Gardner (2020).
- Véase Gardner (2020) y (2008).
- Véase Martin (2007) y Moldoveanu y Martin (2010).
- Véase Raworth (2019).
- Sobre la importancia psicológica de ser productor y no solo consumidor, y lo que ello podría significar para la política económica, véase Cass (2018).
- Sobre la idea de «una única tarta» y «tarta económica», respectivamente, véase Liscow (2018) y Cass (2018).