JOHANNA MENDELSON FORMAN
Catedrática, American University’s School of International Service; miembro distinguido, Stimson Center
Antes de que sonaran los primeros disparos en la guerra entre Rusia y Ucrania, el sistema comercial internacional ya estaba en una situación precaria. Dos años antes, una pandemia interrumpió la cadena de suministro de alimentos por los confinamientos impuestos por los gobiernos y por las restricciones comerciales. Cada una de sus instancias, desde la cadena logística de distribución hasta el mercado laboral, se vieron severamente afectadas. Y justo cuando la cadena de suministro de alimentos empezaba a recuperarse, asistimos al estallido de un conflicto en el este de Europa que, como consecuencia directa, ha generado escasez de trigo, maíz y de otros productos básicos.
Ucrania es el segundo exportador del mundo de cereales y el mayor exportador de aceite de girasol; proporciona más de la mitad de las importaciones de maíz de la Unión Europea, en torno a una quinta parte del trigo blando, y casi la cuarta parte del aceite vegetal. El trigo de Ucrania y Rusia se exporta principalmente a Oriente Medio y al norte de África. Por su parte, Rusia es el mayor exportador mundial de fertilizantes, con un 15% del suministro mundial. A las consecuencias catastróficas del conflicto debe sumarse también el impacto de la inflación provocada por la pandemia, que ya estaba afectando al alza el precio de los alimentos. En el contexto actual, los países menos desarrollados y aquéllos con mayores desigualdades económicas son los que sufrirán más. El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, ha manifestado que los países menos desarrollados –entre ellos 45 países africanos–, importan por lo menos, una tercera parte de su trigo, bien de Ucrania, o bien de Rusia. La predicción del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas es que 2022 será «un año de hambre catastrófica».
La globalización y sus críticos
Si bien los expertos en comercio debatían ya sobre el fin de la globalización antes de la pandemia, hoy, la geopolítica de una guerra en Europa hace imperativa la transformación profunda de las cadenas de suministro a larga distancia, dado que lo que está en juego es el acceso a los alimentos.
Y es que todos dependemos de las cadenas de suministro globales. Ningún país es alimentariamente autosuficiente, y solo gracias al comercio internacional podemos gozar de una dieta variada a lo largo de todo el año. Incluso el mejor de los escenarios posibles, el de un mundo capaz de producir alimentos suficientes, no implica que la comida sea accesible para todos; hoy, de los 195 países del mundo, al menos 34 (5 en Asia y 29 en África) son incapaces de producir su propia comida debido a limitaciones de agua o de tierra.
Entonces, ¿podemos vincular el final de la globalización al ocaso de las cadenas de suministro global nacidas hace más de tres décadas, con la caída del muro de Berlín? Lo más probable es que no. La interconectividad de nuestro sistema agrícola global redefinirá su marco geográfico, pero no va a desaparecer. En la actualidad, el 25% de la comida para el consumo humano se distribuye gracias al comercio internacional, y cuatro de cada cinco personas, viven en países que dependen, por lo menos parcialmente, de la importación para satisfacer su demanda nacional de alimentos. Lo que sí es muy posible que cambie son los socios comerciales que proveerán las mercancías. Algunos economistas hablan ya de un futuro en el que el comercio internacional estará compartimentado, con una cadena de suministros acotada por un nuevo Telón de Acero, que restringirá el comercio a los estados políticamente afines. Ello supone una diferencia importante respecto a los principios dominantes a finales del siglo XX, que no discriminaban entre amigos y enemigos a la hora de maximizar la eficiencia y la obtención de mayores beneficios.
La interconectividad de nuestro sistema agrícola global redefinirá su marco geográfico, pero no va a desaparecer
Seguridad alimentaria
La seguridad alimentaria, entendida como el acceso a la comida nutritiva, necesita recursos. La pandemia ha puesto de manifiesto la desigualdad del sistema de alimentación global, en el que millones de trabajadores han perdido su empleo y muchos de los que trabajan en el sector informal no pueden permitirse una sola comida al día. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas se acordaron principalmente para terminar con el hambre global antes de 2030. Este objetivo ya no es alcanzable. Tras varios años de una reducción significativa del hambre, desde 2015, la situación ha vuelto a agravarse. El informe más reciente de las Naciones Unidas sobre la inseguridad alimentaria en el mundo situaba el número de personas que pasaban hambre entre 720 y 811 millones en 2020, lo que suponía un incremento de 118 millones de personas respecto a 2019. Naturalmente, estas cifras reflejan el impacto de la pandemia de la COVID-19, del cambio climático y de los conflictos existentes en nuestros sistemas alimentarios. La adición de una nueva guerra en el este de Europa a los citados impactos sobre el mercado alimentario global puede hacer que entre 7,6 y 13,1 millones de personas más pasen hambre.
¿Qué reconfigurará la cadena actual de suministros?
En el corto plazo, hay cinco factores que transformarán las cadenas de suministro globales en 2022, con una elevada probabilidad de que continúen teniendo un impacto en el suministro de alimentos en los años venideros.
En primer lugar, los altos precios de la energía. Como es bien sabido, el gas ruso abastece grandes áreas de Europa, por lo que las sanciones impuestas a Rusia serán un factor importante en el incremento del precio de los alimentos. La energía es necesaria para el transporte, además de para toda clase de procesos industriales, entre ellos, la producción de fertilizantes. China se beneficiará de esta nueva situación a medida que el mundo haga la transición a fuentes de energía renovables, que incluyen los paneles solares, las baterías de litio y otros componentes de tecnología verde producidos en China.
Segundo, las disrupciones en la fuerza laboral. La escasez de trabajadores esenciales en el sector del transporte –desde tripulaciones de barcos, a camioneros o estibadores– afectará el transporte global de alimentos. Los países exportadores tendrán que aumentar la contratación de una amplia gama de trabajadores que les permita aumentar la resiliencia de la cadena de suministro globales.
Tercero, el proteccionismo alimentario. Muchos países exportadores de alimentos regresaran a políticas más proteccionistas. Argentina y Egipto, por ejemplo, ya han prohibido las exportaciones de trigo, y es muy posible que China e India sigan su ejemplo, incrementando sus aranceles para poder alimentar a sus ciudadanos nacionales en un contexto de escasez de abastecimientos en el corto plazo.
Cuarto, la escasez de fertilizantes. Brasil importa el 85% de su fertilizante para cultivar soja, que luego exporta a China para alimentar al ganado. No es fácil encontrar proveedores alternativos y la exportación global de soja a China depende de los suministros de fertilizante desde el extranjero.
Quinto, la inflación global. El incremento del precio de los alimentos causado por el aumento de los costes de la energía, y por la escasez de productos básicos en el mercado global, impulsará las protestas contra los gobiernos a medida que se encarezca el acceso a los alimentos. Y, claro, la escasez de comida y los elevados precios son un catalizador de los disturbios políticos. El Programa Mundial de Alimentos estima que tendrá que destinar 71 millones de dólares más al mes para alimentar a las víctimas de las hambrunas, y para paliar otras emergencias humanitarias en 2022.
Es de prever que el año próximo, el mercado de alimentos reflejará plenamente los impactos del conflicto en curso en Ucrania, y de las sanciones que han limitado la capacidad de Rusia para exportar alimentos y energía. También, que el sistema comercial global seguirá dependiendo de la cadena de valor mundial para la fabricación y distribución de los insumos industriales. Por su parte, China seguirá siendo el principal socio comercial en el campo de la electrónica, a pesar de que el sistema de precios refleje un incremento en el coste de hacer negocios.
A largo plazo, hemos de idear nuevas fórmulas que garanticen el acceso a los alimentos en los países afectados por la guerra. Los gobiernos y el sector privado deben implementar estrategias para una agricultura sostenible, sensible al cambio climático, que reduzca la producción de aquellas cosechas que cuentan con un número escaso de proveedores y con largas distancias de distribución. Por todo ello, podemos afirmar que en los próximos cinco años asistiremos a una transformación profunda de la cadena interconectada de distribución de alimentos.